21.2.18

Una misma inquietud espiritual, por Nicolás Moguilevsky



A veces, en los puertos, hay bloques que entorpecen la visión. Formalidad bajo el magisterio, estructuras de hierro que cumplen el objetivo de acopiar material en desuso. Espacios de imprecisión que pueden ser entendidos como monumentos a la falta: a la falta de materia, a la falta de gusto, al exceso de información. Cuando estos depósitos se encuentran llenos de piedras, estamos ante el binomio arte-estupidez. Progresivas escenas se funden en su color, porque esa es la forma que algunos le dan al tópico que piden analizar. Las luces apagadas en el jardín, los lentos principios de la termodinámica, el comprobante de operaciones entre un cliente y su proveedor.

Un contenedor espera su momento...

Hay quienes chillan en los pasillos y están los que suspiran. Pero el objetivo siempre totaliza: estamos aquí reunidos, contemplando bellas obras en compañía de amigos y amigas, en el apacible anochecer del centro de esta ciudad. Entonces, pensar un argumento, sus cribar a esta acción conjunta de los ejes propuestos va a llevarnos, si no es a un sentido común, por lo menos a cierta entidad portuaria de bloques mentirosos, donde algunos supuestos expertos munidos de amplios talleres, fuertes sumas para el balancear de sus caprichos y colegas que ríen conservados en formas oficiales, desistentes, se harán creer a sí mismos que las piedras son diamantes. Las fricciones de la máquina evolutiva han de contar, sin dudas, con mayores méritos para abordar esa tarea.

La estupidez y el arte tienen tantas cosas en común...

Si las piedras hablaran podrían dar la respuesta perfecta. Pero no lo hacen, se hunden. Hay un pequeño arroyo donde se pierden, se alejan. Hay árboles, un cielo encapotado. Y mientras miramos todo se autoriza un pago que no se cobra en ventanilla: un mecanismo de absorción y derrotas: las de los otros, las nuestras. Para llevar a cabo un trabajo de pintura es indispensable conocer las particularidades  de cada producto con respecto a sus propiedades y manera de aplicación.

Están las formas, las firmas, los necesarios sellos que necesita un contador... 

Así, el beneficiario debe dirigirse a la última oficina (¿en el paisaje hay un museo, una galería?), abajo en los sótanos, esa donde la luz del sol no toca sus puertas ni lo hará. En la pared de aquel lugar, sostenido por tres pedacitos de cinta de pintor, puede leerse un cartel: "Solo se abre fácil el camino para quien por lo difícil pasó". Arte, estupidez, cobros y pagos atrasados. La ambición y el aturdido contemplar, los rastros y los rastreros, bajo la forma de lo que algunos denominan un desprecio completo por escrito. Así pueden ser las cosas, y este texto podría y debería continuar, más los organizadores han pedido brevedad.

(Leído con modificaciones en las Primeras jornadas de arte y estupidez)

12.2.18

Enero una laguna, por Laura Salino


Bajo del 93 en Libertador y Esmeralda. Hace un calor pronunciado. Voy demasiado cargada de peso (el arroz bomba que me pidió mi viejo y pasé riéndome por el control del aeropuerto, pesa), los escalones del colectivo son muy altos, no tengo fuerza suficiente en los brazos por lo que empujo con la rodilla la valija. Me lastimo. Ya llevo la primera marca.

Voy rumbo Junín, mi pueblo natal. En el tramo que va desde Av. Libertador a la estación de ómnibus, veo toda la oferta de puestos ambulantes, siempre variada. Paso por la estación de trenes y recuerdo.

Arrastro la valija por las veredas rotas siempre rotas y las rueditas van encallando en las profundidades de los agujeros. El sol pica.

Veo que las rampas mecánicas en las subidas están rotas, no funcionan, así que cargo el peso hacia arriba como antes de que la estación estuviera reformada. Noto cierto deterioro desde la última vez, una gran cantidad de chicles pegados en el suelo.

Empiezo a escuchar nombres conocidos pero extraños: Rápido Argentino, Plusmar, Chevallier, El Rosarino… Hay gente durmiendo en el suelo sucio, un chino muy flaquito se come un pancho con devoción famélica. Una madre le da gaseosa a su niño mientras le aclara: “A Tati no le gustan los nenes con olor a culo”.

Espero. Salimos con cuarenta minutos de demora porque el aire acondicionado no funciona. Habían anunciado mal la plataforma, así que cuando estoy por subirme al micro el chofer me detiene: “Viajás en el de al lado linda, con dos negros feos”. “Muy bien, les daré el saludo a los compañeros”, respondo, y nos reímos.

Subo, busco el asiento diecinueve, abro las cortinitas azul oscuro. Quiero que entre la luz.

Salimos. Pasamos los puestos frente a la villa, luego el Sheraton. Nos detenemos justo frente a unos plátanos enormes atacados por cochinilla algodonosa repugnante. Pobres árboles enfermos de ciudad. Pasamos el Luna Park.

Recuerdo este trayecto perfectamente. Tantos años. Tantas veces.

El sol me adormece, cabeceo y me despierto en Liniers: “Sánguches, milanesas, agua, gaseosa”. Se me hace largo y pesado, como siempre, hasta Carmen de Areco. Luego viene una sucesión de verdes, charquitos, nidos, vacas pastando y algún que otro árbol con cintitas rojas dedicadas al Gauchito Gil. Pienso en la pampa y en los arrieros de otras épocas.

Corto la nostalgia con un concierto de Charly: “esquivas a tu corazón… y destrozas tu cabeza”.

Marcas comerciales de semillas presiden los alambrados de los campos.

Cada tanto suena la alarma del micro porque ha excedido los 90 km/h. Ya estamos en Chacabuco.

Cincuenta kilómetros más y estaré de nuevo en la ciudad donde me nacieron.
Pasamos por una zona fabril, luego veo unos chanchos alimentándose y un chico con el torso desnudo en una Harley que desentona un poco con el paisaje. Pasamos el Golf, el reconocido cartel “Junín 3”, el río Salado, un anuncio venido a menos de lácteos Argenlac y, por fin, llegamos. Una hora después de lo previsto.

Siempre tuve la impresión de llegar tarde a las cosas, como si ya debiera saberlas antes, de otro tiempo o de otra vida o de otra experiencia. Siempre me avergonzó no saber. Mi curiosidad fue mi primera vergüenza.

Vuelvo a los afectos de Junín, a sus lagunas tan reales como los limoneros. Vuelvo a Junín que es un paisaje, un cuerpo, un recuerdo y siempre una sorpresa repetida y sin adjetivos.
Vuelvo a la vida allí, con mi edad de aquí, con mis ojos de ahora, mi olfato de siempre, mi tacto sin terminar de hacer, mi oído trabajado y trabajador. Vuelvo con todo lo que ha cambiado y lo que no ha cambiado en absoluto.


Vuelvo otra. Me voy otra al volver.

2.2.18

Lo que viene desde antes, por Milton Rodríguez



S E P T I E M B R E 
Un poeta,
un minúsculo ser que escribe,
anota en el diario.

Astuto
a veces
como una tiniebla.

Como si todo fuera
tan solo
lo que pasó.

Si tuviera que recordar
sería el mismo secreto
la misma pena
que nadie entiende.

El hombre sentado
durante horas
escribiendo como
un loco.
Como lo que es.

Persistiendo…
porque no sabe
lo que falta


M A N Í A
La voz mayor
que escucha
el reverso
de la moneda.

La voz que es eso:
arrumaco y sentencia.

Haciendo del sueño que desflora
una sinagoga de pájaros.


E D U A R D O
El armazón ya no mueve la espalda.
Tampoco acicatea a los parroquianos con la silla.
Eduardo escolasea un número
y vuelve el vidrio de sus ojos.

Nebuliza su garganta
los ojos
la profunda tibieza
de lo que esconde
la pluma adelgazada del invierno
pasa
desteje
el ocre
el azul.

Incapacidad de seguir haciéndole frente
a tanta desgracia.


ÉL
Se ha ido.
Fue
con lo poco
que te dijo
la persona
que más
te alentó;
quien
con la súplica
desviaba.


e l  c h a b a c a n o  g u s t o  d e  s u s  v e c i n o s
Era sencillo
quizás
pero
para los demás
él iba a ser
el
melancólico
condenado a transformarse
en un ser
perdido,
anticipado.


OTRO
Un camino que me lleva
a ninguna parte.

Otro lugar cerrado.

Escondidos y tibios
caen los discursos
de luchas pasadas
en las que había un jefe
o una fe.

Los obreros reivindicando
en la tenida
la bandera de la vida deslomada.