17.5.24

Vía Temperley, por Cecilia Bainotto

A Charly

 

La China 

 

Lo conocí hace muchos años, a él y a su esposa, la China. En Temperley. Cuando se presentó, recuerdo que me besó la mano e hizo una genuflexión para hacer más escénico el saludo. La China miraba y se reía. Él era así, sin otra intención que la de un caballero andante y siempre al lado de su esposa, o casi siempre. A tal punto me resultaron simpáticos que llegaron a ser amigos de la casa: los matrimonios se frecuentaban.

Este hombre estaba loco. Él mismo contaba que se internaba en el Borda cada tanto para salir de Ciudad Gótica donde todos lo miraban de soslayo y se alejaban apestados. Vivía en una barriada humilde y había trabajado en Molinos Río de la Plata cuando era de Bunge y Born. ¿Un gesto de compasión de los millonarios? Tal vez, pero creo que había otras cuestiones. Su vida era un acto de locura permanente. Si usted caminaba por el centro y había un círculo humano con una cabecita que subía y bajaba en el medio, era don Carlos dando sus discursos. Por entonces ya mandaba a la humanidad al "basurero nuclear" y despreciaba a los milicos. Escribía libros mentales dando vueltas alrededor de la cama con la China sosteniendo un grabador. Y para desgrabar, y no perder tiempo, cuando escribía en una vieja Olivetti unía hojas con scotch y por metros las ponía en el carro de la máquina, mire usted, onda papel higiénico. Relatos desopilantes por la melange de personajes sobre los que ponía el ojo, la duquesa de Alba con un sindicalista, por ejemplo, o Menem con Petrona de Gandulfo. Bueno, con Menem, ficción y realidad iban parejas. Otra de sus aventuras dislocadas era cuando se ponía un enterito rojo, gorra roja y con un tridente de fabricación casera recorría de noche las calles con adoquines alertando que llegaba el diablo rojo. Y era real, porque alguna vez un kiosquero que me vio junto a él y a su señora me dijo por lo bajo: este hombre está loco y se hace pasar por un diablo para asustar a la gente. ¡Don Carlos! Un caso sin solución para la "comunidad psiquiátrica" ante la que esgrimía sus argumentos con la respuesta: "Maldonado, usted tiene razón. Habría que trepanar el cerebro de todos". 

Lo de tal vez la compasión de los millonarios no era tal, porque él contaba que cuando los Bunge hacían sus festicholas, entre aventuras de caza de todo tipo, mujeres y whisky, ahí estaba él animando con sus dichos, como si fuera una graciosa mascotita exhibiendo las "monerías". Los millonarios suelen darse esos gustos, ostentando cierta apertura hacia el diferente (solo diversión, nada más) y si matan a alguien con sus propias manos, la sangre les da un poder extraordinario.  

Él era consciente de eso y lo pasaba muy bien en las mansiones, llevado y traído por automóvil con chofer.  Moderadamente inteligente y con buenos libros leídos. La mirada tenía un brillo particular, no cesaba, una mirada fulgorosa que atravesaba. En su casa, el frío o el calor eran lo de menos. Se podía almorzar un guiso calentito con 30° o una ensalada de fruta con menos de 20º.  Pasaron unos dos años y me mudé de lugar. Una vez que regresé al centro comercial que la pareja frecuentaba pregunté si lo habían visto, porque en su casa nadie atendía. Alguien me dijo que a veces lo veían apagado y solitario. Supuse que su señora había fallecido o estaba enferma. Pasaron algunos años más, a punto de venirme para la Manchega, voy a dar una última ojeada al lugar. No lo vi. Enfilo hacia la parada de micros y dando vuelta una esquina veo a don Carlos, andrajoso, pidiendo puchitos a la gente, como una tragedia anticipada. Se acercó a mí para mangarme, no me reconoció y yo simulé lo mismo. “Soy una negadora más”, me dije en mi retorno. 

La calle, la gente arropada en sus abrigos sin mirada, el hombre en andrajos limosneando, la indiferencia, la mía, el tránsito imparable... una postal de la deshumanización entre el ruido y la furia. Al día siguiente, volví por el lugar para reparar eso y no lo encontré más.

 

Días pasados, relocalizando libros, pasando cosas de un estante a otro, se me cae de un libro una tarjeta personal lisita y amarillenta: Carlos Alberto Maldonado. Dirección. Teléfono. Barrio San José. Temperley. El hombre de más de noventa años seguramente debe haberse muerto. Pero lo tomé como un saludo. Una sincronicidad. Y por eso le cuento esto.  

 

P.D.: Digno de un personaje de Arlt o de don Néstor Sánchez, el que alguna vez vivió por años en el anonimato como linyera. En Manhattan creo. 

 

 

Hay personas que son lugar y tiempo. Y cuando ellas no están aquellos cambian para siempre. Tan sencillo e incontrastable. Tan sencillo y movilizador.  Quizá esa mutación de las cosas y de las personas nos preserve de la ajenidad que puede provocar una tumba en la que tu padre es más joven que vos.

Hoy me dijo que no recuerda nada. Ni siquiera un esbozo o una pista que lo guíe. Le dije que no se preocupe, que mi memoria es un calendario insoportable.

Así nos complementamos: Yo armo su vida y el desarma la mía.

  

Cosas perdidas

 

En el fondo soy alguien triste. Si me va bien el título de un libro ese es “Tan triste como ella”. Y desde que recuerdo soy triste. Por eso no me gusta que me bombeen alegría ficticia. Por eso también disfruto del humor hasta las lágrimas por la risa. Y no es metáfora.

Esta mañana salí muy temprano para hacer un trámite, largo, bancario, insoportable. Por suerte la cabeza viaja hacia el tiempo que se fue o imagino el porvenir y aparecen pensamientos, recuerdos, imágenes... en fin.

Como decía, esta mañana me acordé de un amigo que quiere viajar a Santiago del Estero para sentir en sus manos lo que es el trabajo verdadero. El viene de una clase social alta y vive en un cerrado del norte del Conurbano, bien concheto. Pero tan piola es como para convertirte en "funámbula".

Me acordé también de una amiga que canceló por dos veces su vuelo a Sídney donde vive hace más de veinte años. El motivo no es negociable: no puede ubicar en nuevo hogar al gatito adoptado y cada anulación es un débito por multa. Mientras, el gatito feliz corre por la casa como un caballo en miniatura.

Y entre el espinel de pensamientos apareció un amigo de Facebook con quien mantenemos fluida conversa. “Estoy ansioso” me dijo. “Pasa que quiero que salgan los padrones electorales para encontrar a esa chica de Río Negro a la que nunca más vi”.

Otro que anda buscando a una catalana que perdió en el messenger. Desconozco el método que aplica.

Más una amiga atenta a señales de sus sueños y exégeta de palabras que se dicen en una charla por si acaso alguien nombra al “caballero soñado”.

Y por mi parte ubicar a un amor pasado en una agencia de lotería de Rada Tilly. ¿Acaso no has escuchado eso de que “Encontrar a alguien es una lotería”? Al menos así decía la gente de antes. 

El broche de la mañana fue tomar un micro hacia el centro de la ciudad y al llegar a la estación terminal todos los pasajeros aplaudieron como si fuera un avión después de quince horas de vuelo aterrizando en una pista mínima. Una flota muy destartalada tiene la ciudad en la que vivo, y llegar es una aventura con olor a gasoil y volantazos.

Entre todos esos pensamientos deshilvanados transcurrieron algunas horas y el trámite se hizo menos insoportable. Reí para adentro y para afuera y la gente se paseaba en nubes rosas y celestes. Las veía ensayando el próximo carnaval. Y mientras escribo esto pienso que es un borrador para un futuro cuentito onda “Indiana Jones y los cazadores del arca perdida” aunque no se ajuste a pie juntillas. Siempre dando vueltas con algún verso.

En estos momentos el que buscará en el padrón me cuenta que está con neuralgias dentarias y quien escribe en una calesita con estas humoradas. Aclaro: Una distancia entre lo primero y lo segundo porque el argumento es diferente. 

¡Ah! antes de regresar a casa pasé por lo de mi tía. El almuerzo en el Centro Vasco es una ceremonia semanal.

Y entre bocado va y bocado viene ella está muy preocupada porque no encuentra su gorro de marta cibelina

Ese que usaba cuando íbamos al cine. Cuando “El viento no sabe leer” o “Historia de una monja” o “Picnic”, ¿no te acordás? Eras muy chiquita. 

Sí tía.  Claro que lo recuerdo. Te quedaba muy lindo. 

Y bajé la mirada para que no me la viera. 

 

 

Prosa poética

 

¿Cuál es la última cereza que tocó la crisálida con su capullo y cuál es la canaleta que recogió la lágrima invisible del felino? 

Cientos de panes se hornean en un horno vacío con convidados nocturnos muy frugales.  

Tanto como el placer que se escapa por un tiempo y cada tanto me regala un espasmo de cielo mientras una flor se abre en el silencio. 

La luna es un colgante bello que mira el desencanto en esa orilla donde la espera no existe. 

Solo el mecer por el mecer sobre olas frías que aprietan mis tobillos para que me quede. 

Ahí. Quieta. 

Sin acecho y sin moralejas de ilusión que alguna vez heredé de un mundo con pájaros recién nacidos y hojas perladas por la lluvia.

10.5.24

El Kush, por Santiago Armando

  

Kush enrollado, vaso lleno… ¡Elijo las cosas buenas de la vida!

Rihanna, Twitter

 

Sabíamos que no podíamos hacer que fuera ilegal estar en contra de la guerra o ser negro, pero si conseguíamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizábamos fuertemente a ambos, podíamos desbaratar esas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, disolver sus reuniones y difamarlos noche tras noche en las noticias. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto que sí.

John EhrlichmanHarper’s Magazine

 

 

El dueño de una reputada semillera holandesa viaja por el mundo para recolectar semillas. India, Malawi, Sudáfrica, Marruecos, Colombia, Jamaica, Tailandia. En Malawi encuentra una planta con franco olor a Ananá y exclama de felicidad contra las índicas: “Quiero que todo el mundo esté para arriba y no colocado”, el sabio secretario le recuerda que ya han tenido muchas veces esa discusión y que hay momentos para el vino y hay momentos para el whiski.

Tailandia legalizó la marihuana y ahora mismo en Nepal hay movidas de despenalización por izquierda y derecha. Desde que Biden dijo la semana pasada que bajaría la calificación de peligrosidad de la marihuana, la criminalización está siendo reconsiderada en todos los países con especies autóctonas con siglos o milenios de uso, que no tenía otro uso muy diferente que el de la coca en Bolivia, distraer el hambre, trabajar a destajo y dormir. Con las índicas o las híbridas naturales no se puede trabajar y menos como se trabaja hoy, son para la vida contemplativa y el ensueño. Las sativas para la profunda contemplación están contraindicadas. Cuando en el prensado paraguayo se colaba alguna híbrida dulzona se lo llamaba “Faso de mina”. Categorizo a grandes rasgos: faso para arriba, faso de colocarse y faso dulzón o mellow. Fumar mucha índica presenta a la calavera, si no es posible dormir, y es que Shiva, el dios de esta planta, es el dios de la muerte. No hay que darle bola ni asustarse, mantener la actitud que tiene la familia de El Fantasma de Canterville y comer algo dulce.

El Charas se logra frotando la resina de la planta florecida viva o recién cortada con ambas manos, se deja que se pegue en las palmas la substancia pegajosa de color negro y después se la remueve con un cuchillo un poco calentado. Según las crónicas inglesas del S. XVIII, el mejor Charas era el de Nepal, de una planta Sativa, Nepal tiene solo sativas y crecen al costado de los caminos. En el Kush y el Pamir sativas e índicas se entremezclan, allá muy arriba en poblados donde la gente no puede tocar a los extraños que llegan, y siempre hay un vigilante que manda a quemar algún plantío. Se ven semillas rojas, verdes y violetas.

 

La Pamir Gold holandesa se vende como feminizada fotoperiódica en Argentina, crece todo el año y se planta hasta en Ushuaia. Apuesto que esa planta debe dar un excelente Charas, tiene olor y gusto a sándalo con pera, es algo muy especial, de efecto sutil, con poco THC.

Los Rastafaris plantan en un mismo lugar durante siete años y después buscan otro lugar siguiendo preceptos bíblicos.

Muchos veteranos de guerra fuman, de Malvinas, de Irak y Afganistán, lo agradecen y aconsejan: Stay lifted.

Desde que tengo relaciones sexuales fumado, cualquiera que hable en contra de la marihuana me parece un terrible pelotudo. Se coge mejor con sativas.

 

 

Llegó SHERWOOD ANDERSON Y YO. Relato del Viaje de un Escritor Norteamericano a través de su propio Mundo Imaginario, de la Editorial Santiago Rueda. Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 1945, traducido por Luis Echávarri (El mismo que tradujo Los paraisos artificiales seguido de El spleen de París para Losada). Libro grande de 385 páginas, vuelta a pegar la tapa al revés, a 3500 pesos. Es la autobiografía, el título original es A Story Teller’s Story. Publicada en 1922. Sherwood Anderson es lo único que puedo leer. Y el Manuscrito encontrado en Zaragoza, la versión íntegra de Valdemar, con toda la historia del judío errante.

 

Se cortó la luz del barrio al presionar el punto en el teclado, tercera vez que me pasa. Cracks y ruidos de animalitos en el pasillo, una pila de ratas sobre otras me miran desde la columna de la terraza. Me entró guita y pude pagar todo lo que le debía a Mercado Libre, y a la redeuda del porro: Mazar y la Black Lebanon. De noche tenebroso es escribir, fumado peor, me acuesto, hablan los electrodomésticos, aparecen flotando las dos bolitas de la Trinidad con la figura de un Cristo Talibán. Mejor escribir de día con viento, cotorras, chicharras y flaps angélicos. Bien temprano se escucha la Panamericana. El viento hace un mar sobre los álamos.

 

La infancia pobre y rural de Anderson con su madre india que le pasa grasa en las manos a sus hijos antes de dormirse, su padre pintor de carteles en los caminos rurales, borracho y luego actor itinerante. Las intercalaciones y tratamiento de las palabras que hace me permiten leerlo, su técnica, estilo, o tono, me da lo mismo. Retrata la incipiente civilización norteamericana con fluido y trazo parejo y magistral. Un sabio escritor costumbrista que mira con afecto cómo me cagué la vida, al fin. Me hubiera ayudado a su tiempo. Consuelo tardío. Lo hubiera leído en la adolescencia en lugar de las toneladas de boludeces que ya no tienen arreglo. Tiene unas Memorias que se llaman Intimidad de un Novelista, a 3700 pesos un ejemplar sin contratapa.

En una presentación en un pueblo rural el padre se enamora de una mujer más joven sin dientes cuando la madre enferma. Eso lo he visto de cerca. Marido con la esposa con cáncer terminal sale a reuniones sociales con camisita de lino ajustada y el pelito cuidado con perfume y cara de póker. Anderson pasa sobre estas cosas con gran detalle sin detenerse, todo queda en el camino de escribir. El segundo capítulo va del comienzo de su padre como actor nómade inventando dramas de la guerra de secesión, y de su extroversión grotesca, típica de los hombres del espectáculo, que en esta época presente se ve más en los periodistas que en los actores. Periodistas y locutores comen caramelos de caca para salir en vivo.

Ahí clava un mojón de su obra: su padre explota sus aptitudes histriónicas mientras su adorada y silenciosa madre, que solo se expresa mediante miradas, agoniza. Los robos y juegos con sus hermanos de otra raza, cada uno con un nombre indio compuesto en francés. Las miradas de su hermano y su madre indias que nunca podrá imitar. Sherwood era más como su padre, a su pesar, se dedicaría a la publicidad con éxito. Su mirada de indio estaba puesta en la escritura, en la definición de los personajes, en la extraña familiaridad de sus adjetivaciones.

La bomba de agua

El viento

El mate amargo

Y el tabaco agrio

Que se va acabando

A la par de los lillos

 

El poema sale

En la cama

De un bife de hígado

Tapado con frazada

 

 

The Sperm Chopper

 

Vuelve un aborto como alien en Harley

del choriducto de las ánimas

H.R. Giger, blanco, perlado,

con las fauces blancas de tu madre

(que me chupó la pija en segundo año)

en la moto de filos

Con la Corega Dorada

y el pelo recogido

de grandes colgajos blancos rastas de guasca

con la itaca

Por la panamericana

disparando a los autos lentos

En la mano rápida

hasta la Gral. Paz.

 

En la cancha de River

dispara una gruesa guasca y queda

como la esfera de plasma de Tesla

y nos dan la sede

del Mundial 2030.

 

Sube la 25 de Mayo

y pisa por arriva de la villa pringando

es un charco de nácar pisteando

cruzando Libertador por arriba

Santa Fe, Córdoba, Corrientes

hasta Avenida de Mayo

que dobla en contramano

y doblando y frenando los autos

silver spurts puddles

en veredas y ventanas abiertas

hasta la Pirámide de Mayo,

y coge un pañuelo y acelera

y tumba la reja.

 

Javier desayuna con Caputo,

están cerrando los números, le explica

el de pelo blanco,

el déficit,

podremos dolarizar con tu cara.

Javier está divertido

se podía volver

al uno a uno con verdes,

lo que no previno

fue la retroguasca

del pozo del fondo

del Choriducto

de las ánimas

Sperms Chopper

lo devuelve a repollo blanco

de feto sietemesino

y no llegan del Garrahan, no,

Ni cerca

las ambulancias con incubadoras

sin presupuesto

y de Javiercito quedaron sus ojitos

y su boquita chupada

con los pulgares juntitos para arriba

sietemesino,

y se lo comen sus perros.

 

Espermas en choperas de las costras

de atrás de Arquitectura, Isla Maciel, El Reconquista.

por el paso a nivel Pueyrredón.

Sperms se subió a los fierros

del viejo puente de La Boca

se quedó dormido y se deshizo

glisando guasca

en el agua negra del Riachuelo.

     *

 

Cof-cof: Rikifiord

Con mascarilla de aire y su madre

Con Afro de Claudias

en el campeonato de poemas bobos

del Hotel Conrad

lleva

un Carefree de Culo con barbijo

repelente trucho

y tres Havannas con sal marina

de la farmacia vasca

con kiosco

 

Repaso Las Series Infinitas de Pablo Farrés. Moroso con tono de radioteatro. Avanzo las páginas hacia el amante del novio de la mujer que relata, Claudio Scherer. Esperaba algo especial, esperaba a Rikifiórd, con su fusor Mbappé, la mascarilla de carité y el tanquecito de aire, con un Carefree de Culo con barbijo, Corega Dorada y Afro de Claudias. Son 650 páginas. Me perderé el bouquet osvaldo-deleuzo que promete y promueve Omar Genovese, por el tono de radioteatro mamón de las primeras páginas. Trataré de adelantar algo para hojear las visiones sodomíticas dantescas. Supongo que me encontraré con eso, y con los típicos terrores acelerados de los novelistas actuales. Pero se hace desear. Paso cientos de páginas y sigue hablando la boluda desconcertada de radioteatro, parece que viajan al espacio, etc.

 

Ganó Boca. Risas y Coregas en el aire con corpúsculos de pizza y Coca.

 

Ayer fumé la Kosher Haze y me trajo paz y suavidad en la cama, couchlock. Boca ganó el clásico. Encontré la Black Lebanon.

Ya no llevo una vida de lector abnegado, pero me crucé con el Manusctrito encontrado en Zaragoza, ya no me interesa leer y leer ni tener libros de consulta o adorno, solo repaso. Los cómics de Frank Miller, Sherwood Anderson.

He plantado germinaciones de variedades resistentes al norte de Europa. Hoy seguro que habrá helada. Escuché el podcast de Arcadi Espada y Yaiza Santos. Hoy es la marcha por las universidades públicas. Iría, pero siempre odié estudiar. Terminar el secundario fue un trauma. Me acuerdo de la fiebre loca que me dio en lo de mi abuela cuando pasé la última previa.

Espada y Santos hablan sobre los norteamericanos. Que no follan. Teresa me dijo que en España es igual. Yo estoy en paz con mis masturbaciones. Los curas ahora pasaron al acto con su gran formación en chamuyo en el Seminario de San Isidro. Me dice mi hermano que el párroco de Nordelta es pedófilo, que hay audios. Me fijo, en Instagram encuentro un comentario. Me acuesto, me duermo.

Dan estadísticas sobre la caida en polvos de los yanquis. Que los únicos con afán de coger son los inmigrantes. El cafecito con telo está mermando.

 

Mamá, no resoples por

Que puse la pava

Para mi mate

Cuando querías

Hacerte un té

Yo, mamá, nunca

Me pararía antes que vos

En la fila

Salvo en la farmacia

Para adelantarnos

Mientras vas al mostrador

A buscar las pastas

 

Del trabajo a la mesa,

Exprimir el limón

Con el tenedor

Sobre la milanesa

Y despejar semillas

La tele

La casa enorme para tres,

Los pañales

O el cáncer de ojete

La morfina

Y la muerte

 

Me despierto en una cama en bolas, miro hacia un balcón. Anne Hathaway enfrente con un vestido claro de satén y escote recto y voluble, mira al costado. Rikifiord desde el living que da al cuarto donde estoy le dice "qué boluda". Corte. Salgo de la cama en bolas y una asistenta me dice "buena toma" mirándome el pene. Bajo por el ascensor al lobby del edificio, hay un bar, veo toda la plaza Vicente López rodeada de confiterías y el bar con nuestro catering sin gente y comento el desperdicio de comida. El director toma dos piezas enormes de una torta blanca y me las zampo. Comiendo hago el comentario de mi alimentación frugal, mate con bizcochos y lo que haya.

 

1/5

El defensor Lema le pegó una patada a un metro sesenta del piso en la cara a un delantero de Estudiantes, alegremente y sin mirar, en el borde de su propia área chica, y quedamos afuera.

 

5/5

Murió Menotti y Estudiantes salió campeón.

 

6/5

Hice la jardinería. Por un sueño supe que tenía que plantar ahora las Black Lebanon y las puse a germinar. Hace una semana lo mismo con las Mazar. Cambié la tierra de una maceta porque era muy arenosa, ninguna planta había sobrevivido ahí. La arrojé al pasillo del jardín y con la pala metí nuevos treinta kilos de tierra nueva y la subí a la terraza, era lo que necesitaba para aplanar los nervios, me duché y puse a germinar las Lebanon. Serán pequeñas por el períoso vegetativo en pleno invierno, pero florecerán de septiembre a noviembre, supongo. Ansiedad por oler el sándalo y el anís y los dulces más íntimos de las plantas, de más lejos solo se huele un fuerte olor a pata. Solo quiero fumar el Kush y el Pamir. Ya estoy viejo para las híbridas de ahora, salvo excepciones como la MAC1 y todo lo que haga Karel Schelfhout.

5.5.24

Chicha y yo: ancora una volta, por Gustavo Calandra

  

1- Las tres bombillas de caña

 

Sentado al tavolino, Chicha acurrucada a mis pies porque ya comienza a sentirse el frío en L´Aquila, región del Abruzzo, espero que un pibito me prepare un panino de pechuga de pollo y me traiga una lata de Fanta que, será por el agua o será por la variedad de la naranja, tiene un gusto diferente.

Me aborda el monólogo interior y me pregunta: ¿qué estamos haciendo acá?

Ayer comí en este mismo barcito porque es barato y pasaban Hip Hop y los chaboncitos tenían pinta de fumetas y tal vez podían tirarme una nota. Ayer tomé birra, porque era una especie de desahogo de nuestra bulliciosa llegada a esta pequeña ciudad que aún se reconstruye después de sufrir un terremoto en 2009, que dejó más de trescientos muertos.

Vinimos con un trencito azul de dos vagones cubiertos de polvo, bastante antiguo, que manejaba un viejito canoso pelo cepilludo y donde otro viejito de uniforme oscuro bajaba en cada estación con una campana para indicar la pronta partida. Atravesamos montañas, valles, cerros, varias veces por abajo -o daba esa sensación- y llegamos a la estación de L´Aquila, situada a diecisiete cuadras del centro histórico.

No tenía ninguna reserva segura. Había visto, en Booking, un hostel bastante accesible y con disponibilidad pero cuando llegamos con el taxi, no había nadie.  Un taxi que tuve que pedir desde un hotel que estaba justo frente a las vías y que estaba completo. Vinimos al otro, no respondían al timbre, quedaba en el segundo piso. Nos trajo un taxista que no quería que la cagnolina tan simpática se subiera a los asientos porque los pelos y eso y no sé qué otra estupidez decía y que preferí reprimir a decirle la reconchadetumadremehacesproblemaporuntapizadodemierdaboludo y mientras a Chicha le chocolateaba el hocico, luego de un husmeo por unas plantas con pinches que había en la parte donde esperábamos el auto.  Así y todo, fue gentil y me ayudó con el equipaje, al descender.  Una señora del negocio de ropa de al lado ni siquiera sabía que existía un albergo ahí y un muchacho trajeado que regresaba del laburo y vivía en el tercero nos abrió la puerta para que subamos con él, en ascensor, y toquemos el otro timbre, dejando la valija con toda mi ropa abajo, casi, diría, si esto sucediese en otros confines del mundo, tirándola a la marchanta, para que cualquier vivillo se la quiera cargar, aunque no creo que le hubiese sido tan fácil porque pesa un montón.

No será la única vez que tenga que dejar sola mi maleta en este viaje que, en principio, parecía corto, porque depende el camino que se tome, son sólo 88 kilómetros de Roma pero eso si uno tomara el autobús desde Tiburtina, cosa que yo no puedo porque viajo con mi perra y en los bondis medio que se ponen la gorra y también porque es más incómodo con todos los bártulos -soy una mezcla Ekeko andino con San Francisco de Asís- así que tuvimos que tomar el regionale veloce de Trenitalia en Termini, que terminaba en Ancona y bajarnos en Terni, lugar donde combinaría con el trencito azul.

Resultó in ritardo el primero. Entonces perdimos el de las 14.50 y tuvimos que esperar hasta 16.40 el próximo que también saldría in ritardo.

Y mientras esperaba, café y cornetto de por medio, tuve que ir al baño y abandonar mi equipaje, librado a la vigilancia de un desconocido que atendía el bar de la estación. Ni siquiera recuerdo qué le dije pero habrá sido un “che loco, me mirás las cosas un toque?” traducido al argentano. Y me fui llevando a Chicha hasta la otra punta del andén.

No había sido un comienzo tan accidentado. Erré el vagón y subí en Primera Clase y parte del primer tramo lo hicimos en poltronas distinguidas hasta que el chancho corroboró la diferencia y nos dijo que vayamos al sitio que nos correspondía. Una señora brasileña quiso pagar esa diferencia en plata porque decía que yo viajaba con un angelito. Ya casi estábamos en destino, así que agradecí y le hice ahorrar su generosidad.

Llegamos a las siete, casi de noche. Falló el primer hospedaje. Agarramos la peatonal. Se encendían unos faroles amarillentos. Los bares y cantinas relucían sus copas de vino montepulciano en las manos de los parroquianos relajados que concluían su jornada. Sitios de nombres curiosos: Arrosticini divini. La cantina del boss. Il vermuttino. Algunos perros hostiles nos ladraban como recibimiento. El “angelito”, mejor dicho, “la angelita” se quiso agarrar a las piñas con una bóxer marrón que tironeaba agresiva. Por esquivarla, tiré un macetón y llené de barro la entrada de una joyería, por suerte cerrada. Hubo gente que se apiadó y arregló ese bardo, al menos poniendo a la pobre planta otra vez en su casita, si bien con menos tierra que quedó desparramada en la vereda.

Divisé un B&B (Bed and breakfast) y solicité asilo humanitario. Se venía la noche y la ciudad está rodeada de montañas con nieve, sobre todo el gran Sasso, una piedra gigante, atractivo turístico de este centro de esquí. Consultaron, vino un tipo, llamó a la esposa con el celu, habló con otro tipo que se prendió un pucho mientras oía, se metió las manos en los bolsillos, se metió adentro, vino el empleado y me dijo que estaban completos hasta el jueves.

Hasta las bolas.

Pero también me tiró un número del Hotel Federico II y ése sí tenía habitaciones libres. Ahí podría darme una ducha caliente y descansar luego de hacer un rodeo de diez cuadras según la indicación de una chica que se acercó a “ayudarnos” con la situación. En realidad, estábamos a sólo cinco. Nos mandó para el otro lado. Justo donde el bóxer y su dueño se habían detenido vaya a saber a qué. Justo para que Chicha pidiera el segundo round.

Hogar dulce hogar. Balconcito con buena vista. TV satelital de pantalla plana. Loza radiante. Desayuno de lujo, jamón crudo, queso de cabra, Nutella. Un poco salado el precio.

Era el momento del descanso. Me faltaba el faso. Acá se vende legal con CBD pero ni eso tenía. Sólo una piedra de hash que me vendió un africano cuidacoches en la puerta de una pizzería por Castro Pretorio, en Roma, y que si no se mezcla con tabaco es imposible fumar. Es como querer darle una seca a un pedazo de goma.

Por eso me traje tres bombillas. Porque la última vez que había estado en Roma me pasó lo mismo y usé uno de esos palitos de caña como pipa y me quedé sin tomar mate. Probé, la verdad, y abandoné al segundo sorbo. El gusto era un asco. Ya no servía para matear. Y acá la yerba costa troppo. Lo cierto es que era más fácil traer una pipa pero no tuve la sagacidad de planearlo así que sacrifiqué la bombilla más vieja y como estaba medio rota no funcionó. Tendría que buscar un Grow shop en L´Aquila. Ahí me compraré una pipa de silicona con el dibujo de Rick, el abuelo animado de Morty. Allí venderán pequeños ziplocs con dibujos y colores divertidos y dos gramos de Critical.

Pero aún no tengo niente. Un par de sedas de celulosa que no me sirven para nada. Combustión lenta. Lo complicaría todavía más. Como pitar un cacho de neumático.

Por eso me clavé una hamburguesa y una Peroni en este restorancito, porque el cocinero rapeaba mientras preparaba el morfi, entre la grasa humeante y el crujir de las carnes, y quién te dice que. Por eso vine hoy, otra vez, a comer el panino de pollo.

Ninguno de los dos sabe nada o no quieren compartir su saber con un forastero. Sacan una porción de fritas para una pareja y se olvidan de que existo.

Por eso mi monólogo interior vuelve a preguntarme: ¿qué hacemos acá?

 

 

2- Ragú de jabalí

 

Roma está llena. Explota. Por eso el sábado, con treinta grados y una sed bárbara, nos tomamos el palo, enfilamos con el Tandi y Ade hacia la Umbria, región que limita al noroeste. Por eso, porque la hotelería está completa y a precios desproporcionados y porque no puedo caminar sin esquivar las pisadas posibles a las patitas de Chicha, y porque hace mucho calor debido al fenómeno del Niño, que de Niño no debe tener nada ni tampoco de fenómeno con lo rompecazzo que es, por eso, nos tomamos el palo.

Cruzar el océano te desprograma ya cinco horas. Salimos cerca de las 13 de Buenos Aires y llegamos tipo 2 de la mañana, aunque en Italia ya eran las 7 della mattina y ya despuntaba il sole y todo comenzaba.

Y yo venía sin dormir. Un vuelo en cabina económica es incómodo, y con tu perra, durmiendo en un colchoncito entre tus piernas, es un poco más. Debía estar alerta a que cuando cambiara de posición no dejara expuesta su cola o alguna de sus patas en el pasillo, lugar de tránsito de por sí conflictivo, sobre todo para los de piernas largas que no saben dónde meterlas o como doblarlas, porque hay gente que camina, va y viene durante todo un viaje, joden a todos y a todas y hasta cuando hay turbulencia se caen encima de algún otro gil como ellos. Hay quienes buscan conversación:

-¿Qué lindo que es… es perro o perra?

-Perra.

-Ah… tenés una perra de servicio.

-Sí.

(Mi perra viajó con un chaleco negro que dice Service Dog. Eso y un entrenamiento que cursó por Zoom la acreditaron para poder evitar el cruel viaje en bodega.)

-¿Está entrenada?

-Sí, la entrenaron en Italia.

(Hoy acabo de leer la triste noticia de la muerte de un perro labrador por una negligencia de una compañía aérea brasilera que lo mandó a un avión equivocado para luego dejarlo expuesto, dentro de su jaula, a un sol de 36 grados. Genera bronca.  Flor de escándalo. Interviene hasta Lula.)

-¿Y no le das agua para que tome?

-Está entrenada para sobrevivir en el desierto.

(Nos sentaron en un lugar de tres asientos, me tocó “pasillo” y de ahí podía acceder a un pedacito de espacio que, a veces, usan las azafatas, donde tienen unas sillitas plegables. Una pareja grande al lado. Y, a la derecha, un judío mercader que importaba productos de pet shop desde China -raro un desarrollo lúdico canino en esas regiones, porque ahí se los comen, los hijos de puta- y una forra que sonreía todo el tiempo y no paraba de preguntar.)

-¿Y qué servicio hace?

-Busca bombas en Irak.

-¡No! ¿En serio?

Telón.

 

Cuando subimos, a la gente le pareció simpática esa experiencia, nunca hecha, de viajar en un avión con la compañía de un perro. Pero cuando la oyeron ladrar, cuando vieron lo inquieta que se ponía en el despegue, cuando Chicha se echó sobre los pies del tipo que iba a pasear a Milano con la jermu, todo dejó de tener esa aura de ternura y pienso que, por dentro, se comenzaron a preguntar qué les depararía aquel lungo viaggio.

La esposa del tipo -eran de Baradero, les empecé a sacar información- hasta me aconsejó que no le diera de comer, a ver si la cae mal y vomita acá.

Ni siquiera le respondí y mientras la miraba con cara de menefregauncazzo, acerqué al hocico un pedacito de jamón de un sándwich, gentileza de Ital Arways.

-Así que van a Milano… mirá vos… conozco unos cuantos muchachos, de la barra del Milan, todos delincuentes, gente mala.

(En mi vida pisé esa ciudad y no conozco a nadie).

-A mí, el futbol, no me interesa – el viejo se pone en guardia.

-Sí, claro, pero te los podés cruzar por la calle. Averigüen, hay algunos lugares que mejor ni pasar.

Pasaron las horas y Chicha fue una reina. Se portó mucho mejor que esos idiotas deambulantes.

En Fiumicino, nos esperaba mi amigo de Villa Crespo, el Tandi, y hasta trajo facturas.

Benevenutti.

La ciudad sagrada nos recibía. En unos días, justo el 21 de abril, cumpliría sus 2777 años.  Será un domingo y lo festejaremos yendo a Villa Borghese, esa especie de Central Park italiano -así dice un folleto, nunca fui al Central Park-y aprovechando esa última caricia de la primavera porque luego vendrían días aciagos. Frío y lluvia, amenaza de granizo. También tomaremos el café más caro de mi vida en Piazza del Popolo, aunque el bar Rosati, de popolo, no debe saber mucho.

El clima osciló de manera pazzesca, calores y fríos extremos. De llevar el short de baño para meterme en las cascadas delle Marmore, en Umbria -fue solo un deseo, pues eran gigantes, hubiese sido como querer meterse en La garganta del diablo en Cataratas- a usar calzoncillos largos en L´Aquila.

Aparte. ¿Uno que sabe? Uno se quiere tirar un chapuzón en cualquier lado. Darse un tuffo, dirían los napoletanos.

De tomar una birra helada a una grappa mórbida.

Arrosticini de pecorino en una cantina abruzzezza para levantar la térmica. Una especie de brochetas de carne de cordero con vino negro de la región.

Hasta comimos ragú de jabalí con unas pastas muy buenas, en esa escapada por los pueblos cercanos. Y probamos otro plato que tenía unos hongos que llaman tartufo y que cuestan fortuna y que los jóvenes de algunos paesinos buscan con mastines entrenados para olfatear ese manjar finoli. Un buen atajo hacia la riqueza.

Nos queda un viernes para encontrar al africano de la plastilina oscura por las encrucijadas de Esquilino.

La despedida de Roma será con su típica pizza en Al Gallo Rosso, lugar escondido (No es Morón) en Pietralata, al refugio de la plaga turística y con mis amigos Diego y Mario, conocidos de tantos años de hospedarme en la zona de Castro Pretorio y, en las últimas veces, hasta con mi cagnolina Chicha, suceso que no siempre ocurre ni ocurrirá cuando uno viaja.

El último día regresamos a Villa Torlonia, en el quartiere Nomentano, lugar de residencia, en algún período, de Mussolini, y luego parque público. Dentro hay un museo, Il Casino dei principi y en varios rincones restos del imperio, sean galerías, estatuas, fuentes y hasta dos obeliscos.

Podría hacer alguna observación sobre el turismo de masas, criticar a esa masa informe que se mueve torpemente, que devora todo a sus paso como la langosta ruidosa, que contamina a su paso dejando residuos, que hace colas interminables para comprar el ticket y entrar al Coliseo, para hacer un selfie en Trevi o para morfar en Trastevere, podría decir que esta forma de viaje ha llegado a un punto crítico donde los habitantes de las ciudades castigadas por la gentrificación y que no ganan un sope con toda la movida se están organizando y saliendo a la calle a protestar, podría decir todo eso, pero en algún punto, yo también soy parte, aunque trate de no serlo.

Para correrme un poco de esa posición, el 25 de abril fui hasta Pirámide, en Porta San Paolo, para participar del acto del giorno della liberazione (nazi) de Italia, para sumar en la construcción de un mundo libre, antifascista y justo para todos y todas.

Hay que irse de Roma. Dejar la ciudad eterna, un lugar que, a simple vista, si uno recorriera solo los sitios de interés que todo el mundo recorre, se presentaría como inhabitable. Un lugar que se presenta difícil y costoso, desproporcionado en relación precio y calidad, y que tan complicado se volvió, en algún momento, para poder alojarnos. Pero que, sin embargo, seduce, atrae y uno hace lo imposible por regresar, por quedarse y gozar de esa magia subyacente.

Habrá que irse de Roma, tomar el tren en Termini, hacer 180ypico de kilómetros y llegar, luego de dos horas casi tres, a Napoli.