¿Qué opina del llamado “boom” de la literatura argentina?
El
llamado “boom” ha representado, en alguna medida, un buen negocio algo parcial
y bastante contradictorio, para unos pocos sellos editores. Asistidos por el
azar –o por esa espantosa necesidad de “inventar la noticia”– ciertas revistas
redactadas por poetas y escritores un poco desalentados de la actividad
estética no remunerada, iniciaron el fenómeno sumando inflación a la retórica de
la contemporaneidad absoluta. Reaparecieron, con mayor desenfado y menos
autenticidad, los lugares comunes de todas las revistas literarias de
“vanguardia” editadas en el país. De esta manera, me parece, la masa que va de
odontólogos a psicoanalistas –con sus numerosos estratos en crecimiento de
avidez– tuvo una vaga impresión de inteligencia propia, de gusto, de entusiasmo
literario. De ahí que los libros más vendidos en los últimos años difieran
tanto entre sí. Recuerdo, por ejemplo, cierta lista de best sellers de unos
pocos meses atrás: en ella figuraba un libro de Arlt, otro de Marcuse y otro de
Huxley.
Creo que
las ventas bajan y bajarán porque el aluvión de papel escrito por cualquiera
sobrepasó toda esperanza de cultura propia. Por otra parte: la poesía no se ha
vendido más, y ahí están los verdaderos lectores. Tal vez tengan que crearse
nuevas revistas con nuevos escribas desalentados y entonces volverá a
entenderse que la literatura no es ni ha sido nunca una actividad ni un tema
privilegiado, que no existe razón para que despierte un interés mayor que una
sonata para piano. Lo contrario sería recaer en los dominios de Sartre
proponiendo un destino mesiánico a un hombre que sólo puede pretender descifrar
(con un instrumento tan limitado como es la respiración de una lengua) esa cosa
un poco extraña que es su relación con la diversidad del mundo durante una vida
tan cortita.
¿Existe crítica literaria en la Argentina?
La
crítica literaria, tal cual aparece habilitada por nuestra precarísima noción
de cultura heredada de la vejez europea, existe de por sí cuando un señor se
sienta frente a una máquina de escribir a explicar por qué él no escribe un
libro mejor que el comentado. Después existen sociólogos sin empleo
–absolutamente convencidos de la comunicación- y que se dedican a escribir más
largo, con más bibliografía, con muchas esperanzas de imponerle una preceptiva
a ese pobre tipo dedicado a los reinos de la imaginación en prosa, o en verso.
En nuestro país no puede haber crítica porque hasta hace muy poco el noventa y
ocho por ciento de lo escrito en libros se podía, a su vez, contar por teléfono.
Un crítico sería antes que nada un mediador, un adelantado; desde este punto de
vista es casi inimaginable porque tiene que tratarse de una persona con
humildad casi patológica, con disponibilidad real para reavivar en él la
experiencia. Morirá solo y pobre, en un país como el nuestro.
¿Cuáles son sus proyectos inmediatos?
Mis
proyectos son: terminar un libro de “monólogos” sobre mi experiencia de
escritura sobre la base de notas que he ido acumulando en cuadernos con espiral
de alambre, durante cada uno de mis tres libros. Al mismo tiempo escribo algo
que podrían llamarse relatos pero que en realidad no lo son aunque integrarán,
alguna vez, un volumen.
¿Cuál es para usted el mejor libro de ficción narrativa
publicado en la Argentina en 1969? ¿Por qué?
El amhor, los orsinis y la muerte,
Sudamericana, 1969. Porque se parece mucho al libro que quería leer hasta antes
de escribirlo.
Tomado
de: Los libros, ENERO/1970