Presentación de Que te guarden sin los evangelios, de Nadia Gómez (Palabras amarillas, 2024)
Las
primeras escenas de este libro son terribles y cinematográficas. Un nene sigue
las huellas de una bicicleta, va buscando a alguien junto a unas mujeres; él
entra primero a la casa y se queda petrificado, y se caga encima, y la música
“dijeron que… estaba al tope para encubrir los gritos”. ¿Qué vio el nene? ¿Por
qué lo sacaron luego a rastras porque “eso no se podía ver”? ¿Cómo se describe
lo indescriptible o lo que preferiríamos no ver? En la escena siguiente la
narración lo pone rápidamente en palabras, “La nena apareció ahorcada en un
baño en suite” pero el foco no es, todavía, el crimen sino el espacio, la
mansión en medio de la villa, el lugar del crimen y la turbamulta que llega a
buscar al culpable. “Querían hacer justicia por mano propia”. La gente, los
vecinos (luego sabremos que no son solo la gente, los vecinos, sino también los
villeros) entran a la casa donde fue encontrada la nena y rompen, destrozan, roban.
Dice la voz que narra el relato que descargaban “no solo el enojo y la
impotencia por la suerte de esa nena sino además por su propia suerte”. Hacia
el final de esta segunda escena, la violación y muerte de la nena se transmuta
en la queja de la dueña de la casa y la reivindicación de la propiedad privada:
“Yo me pregunto, nos pregunto, por ejemplo, la vida tiene un valor, pero la
propiedad privada no la tiene. Una que pagó el lote, que paga los impuestos es
una infeliz”. Y ahí, en esa transmutación, en ese deslizamiento, aparece la
pregunta: ¿no estábamos por leer una novela sobre la violación y el asesinato
de una nena? Y ahí comienza a entrar el ruido, el barullo.
Los
hechos, los hechos, los hechos. Sí. Pero sobre todo las voces, las voces, las
voces. ¿Cómo se narra el horror? ¿Cómo se narra el horror condensado en un
acto? ¿Qué palabras tiene la literatura, la crónica, la poesía para descender a
la oscuridad? En estas páginas, Nadia se abisma en un caso de pedofilia y
asesinato que ocurrió en la localidad de Junín en el año 2018. Se fascina Nadia,
se obsesiona, se interroga: “Fue en ese momento cuando formulé abiertamente la
pregunta: ¿Cómo es la cabeza de alguien que viola a una criatura?”. A lo Truman
Capote, viaja con su pareja y su hijo a Junín, entrevista a testigos y a
personas vinculadas al caso (por ejemplo, a la dueña de la casa, Angélica de
Quadrelli; al fiscal de la causa), mira el juicio en vivo y en directo,
escudriña en la cara del acusado, Juan Carlos Vicalba. Todo eso si lo tomamos
al pie de la letra; si leemos Que te
guarden sin los evangelios como un texto periodístico, como una crónica
realista. Pero no o no solo eso.
El
relato que teje Nadia nos lleva hacia otras zonas menos estables, tan
inestables como la psiquis de un pedófilo, los límites de una propiedad, la
convivencia social, el entorno familiar, la justicia. Tan inestables como la
mente y las imágenes y las palabras. En este libro, la reconstrucción del caso
y sus alrededores entra en un terreno muy ambiguo donde la realidad y la
ficción se confunden porque con el correr de las líneas no sabemos si los
hechos perdieron el quicio y se volvieron delirio o si la fantasía se volvió
cruda y real.
No
por nada aparecerán los sueños, que no son informativos ni casuales. “El sueño no
fue informativo ni casual. Piñón Fijo se abre el traje de payaso y viola a mi
hija. Después se pierde entre la multitud pero sin la peluca roja, ni
maquillaje, tiene cara de comisario, tiene cara de boxeador, tiene cara de
padre de familia, tiene cara de conserje, tiene cara de diputado, tiene cara de
guardavida. ¿Dónde estás, hijo de una camada de yeguas? Gritamos y gritamos
pero es uno más entre todos los otros que caminan entre negocios. ¿Es ese que
cruza hasta la panadería? ¿Es ese que descubrieron en Tolhuin? ¿Ese que trajo
el chofer de la gobernación? ¿Es este de la foto tropical? Ahora estamos en un
recital y la gente bebe y canta canciones de Charly. Todo es festejo. En un
rincón nos viene a hablar un guante de látex y con una regla escolar mide los
centímetros de la dilatación. El guante promete que hará que a la niña le
nazcan colmillos en la vulva pero no llegamos a ver cómo hace eso ni si le
llegan a nacer”. ¿Quién sueña? ¿Quién elige sus sueños? ¿Qué dicen los sueños
sobre la realidad? ¿Aclaran o enturbian, se hacen eco o crean?
No
por nada, también, las voces que se anunciaban al inicio estallan y abren la
narración a la violencia de la palabra, como eco de la violencia de los hechos:
“Si las madres dejaran de meter machos extraños en la cama, o pusieran más
atención a los hijos que a los machos también se podrían prevenir las
violaciones a las criaturas, pero últimamente a las minas les importa más un
pene que un hijo, y así pasan las cosas por las putitas de las madres” y “¿Qué
puede mover a un hombre a violentar a una criatura que no tiene apariencia
sexualizada? En el caso de los violadores, dicen, que el goce está en la
posesión y la negativa del otro. Con una criatura siempre es abuso, aunque ella
tuviera comportamientos sexualizados… Suponete que la nenita se hiciera la
linda y moviera el culo… de todas maneras, hay abuso porque es menor y porque
tiene que ver con la capacidad del sujeto” y también “DON ALGUIEN dice: Te
conozco mascarita. Andate a dormir que tu pobre cerebro está desorientado.
Perpetua y trabajos forzados. Que se queme con una pala al rayo del sol. (…)
DON ALGUIEN dice: Sí a la guerra, sí a armarse, sí a no pedirle piedad a un
gorrita que venga a manosearte a tu familia. Ama, ama, a matar negro”.
El
cut up barullero que registra Nadia alrededor de crimen de la nena produce una
crisis entre lo real y lo ficcional: la violencia de los hechos se multiplica
en la violencia de las palabras que intentan decir, interpretar, sentenciar. Cómo
se nombra, con qué palabras se nombra. “Ahí donde hay un vacío y la lengua se
traba en lo impensable”. El ruido es infernal y el suelo del sentido se
desplaza: ¿dónde estamos parados cuando leemos la ristra de maldiciones,
puteadas, conspiraciones y emociones que se generan entre los comentarios del
juicio a Vicalba? ¿Qué podríamos concluir sobre la mente de un pedófilo y
violador en este coro de voces inestable como un tanque vacío de gasolina?
¿Quién tiró el fósforo primero?
Nadia
escribe para entender.
En
ese sentido, Que te guarden sin los
evangelios es un libro corajudo. Meterse con un caso de pedofilia; intentar
pensar cómo piensa el violador de una niña; enchastrarse en las imágenes
horribles y la pornografía más baja, en el discurso social y el barullo de las
voces es un aceptar la fascinación y mirar el sol negro de frente (aunque no se
pueda apagarlo).
En
las últimas semanas, con otros lectores y lectoras nos acercamos a leer (porque
decir “releer” sería impreciso y mentiroso, se trata de una novela que aún
aguarda una lectura) Los reportajes de
Félix Chaneton, de Carlos Correas, publicada en 1984. La primera nouvelle,
titulada “Rodolfo Carrera: un problema moral”, explicita ese problema en un par
de preguntas que acuciaban al personaje de Carrera: “¿Qué hacer en un mundo
podrido hasta los huesos? ¿Cómo vivir en él?”. Que te guarden sin los evangelios de Nadia Gómez pudo haber sido
escrito bajo las mismas preguntas, “¿Qué hacer en un mundo podrido hasta los
huesos? ¿Cómo vivir en él?”. Al cerrar sus páginas, como lector, uno queda parado
frente a ese problema moral (probablemente irresoluble, seguramente inevitable)
y sin embargo, aceptar las preguntas y narrarlas, reconocer que existen, que
están ahí acuciantes, no me parece poca cosa.