Sólo hay
fotos.
Son falsas.
El hombre
bajo,
ridículo,
caminando
atrás, con un
paraguas
lo protege.
Y desde otro
punto
de vista:
detrás del vidrio,
de las gotas
en el vidrio,
el perfil,
indio,
de prócer.
Esto no
existe.
Es sólo el
cadáver.
Como si la mente
proyectara la
trama de su mente
en todas las
mentes.
Menemmente.
Cafieramente.
Ludermente.
Miguelmente.
Isabelmente.
Emanaciones
de un dios
que se
expanden,
se debilitan,
por los
espacios infinitos,
finitos...
Y nada de
Evita.
Evita es el
mito
montonero-progresista-
académico,
nada de charla
sobre Evita y
Jamandreu,
nada de
poemas lujosos
sobre el
cadáver de la reina puta.
Evita es el
cadáver y punto.
Sólo la mente
vence al tiempo,
organizada,
ramificada
en pelos y
dendritas, en nudos
de los que brotan
otros nudos,
para invadir
incluso el
verano del 96,
cuando creías
que el pueblo
merecía
morir, incinerarse
en su propia
gomosa estupidez.
Sólo la trama
de la mente y
la organización
vence al
cuerpo, al pueblo.
Ni pintura de
uñas
roja cada dos
sílabas,
ni lamentos,
ni piedad,
ni encuestas:
mente
y
organización, juntas,
vencen.
A los
enemigos
y a los
amigos.
A los
profetas
y a los
estetas.
Lo necesario
o la foto,
donde se
quedan los realistas,
idealistas.
Este es el desierto
donde se
piensa, se piensa
hasta que se
cae la piel a tiritas
en la
felicidad del pueblo.
Que es como
un niño.
Es un niño.
Imita
a su padre
porque lo ama.
Imitando
al padre
se llega a
ser adulto.
Este es el
desierto sin música.
Sin
maravillas. Este es el desierto
donde se
piensa,
callado,
en los signos
de lo que hay
que hacer.
No me jodas
con Cristo.
Cristo no
estuvo en un desierto como éste.
Podía
divertirse con tentaciones.
No va a venir
el diablo
disfrazado de
modelo top
a ofrecerte
tus deseos.
Acá el único
deseo es pensar
y continuar
pensando y empezar
a pensar.
Cocina.
Verano.
Partido.
Diario.
Un corazón
seco.
El pueblo
argentino está muerto.
No va a
resucitar. Si resucita,
será otra
cosa, no
el pueblo
argentino.
La piel vieja
tiene
que caer,
caer, caer.
La mente
piensa el viejo cuerpo
tanto como el
nuevo, porque no le importa.
A la mente le
importan tres cosas:
1) La
felicidad del pueblo, que no es
este pueblo
ni el viejo pueblo;
2) vencer; 3)
estar tanto al principio
como al final
como en cada segmento
anélido,
mínimo, del tiempo.
2 de
noviembre del 2002
Tomado de: Novela elegíaca en cuatro tomos: tomo uno, en: Alejandro Rubio, La enfermedad mental -Poesía reunida - Gog y Magog Ediciones, 2012.