(Sobre Derrotero argentino, de Guillermo Neo, Buenos Aires, Palabras Amarillas, 2018)
En las crónicas sobre el delta del Tigre
publicadas bajo el título de El Carapachay, Sarmiento deja por
escritos sus preocupaciones, descubrimientos y propuestas con respecto a esa
tierra de aluvión que año a año va formando jóvenes islotes y, como buen
estadista, pone un ojo prospectivo en esa “nueva California”. Así, en el
capítulo titulado “Expedición exploradora. Invención de la Delta. Mimbres”
relata una incursión fluvial en un bote impulsado por doce “fornidos” remeros
que remontan los ríos y arroyos de la Primera Sección y describe las bondades
agrícolas y el aspecto geográfico de la zona; se suceden los nombres –también
actuales– del río Luján, el Rama Negra, Abra Vieja, Capitán, Toro, Esperita, en
un derrotero de prohombres entre cuyas cabezas asoman las de Mitre, Carlos
Pellegrini y el propio Sarmiento. Si la epistemología semiótica que subyace a
las investigaciones sígnicas de tan ilustrada comitiva es la del binarismo
saussureano de Significado/Significante, esto mismo traducido al imaginario
liberal de los exploradores se trueca en un signo bicéfalo compuesto por
Civilización/Barbarie. Tras este, su bautismo decimonónico, el Delta del Paraná
arrastrará mezclados con el barro los ítems de un binarismo excluyente que sólo
podrá quebrarse al introducir -tipo cuña- un tercer elemento. Gracias a un
nuevo signo trifásico que destrabe la semiosis y promueva la fuga de la
significación al infinito, la oposición reductiva de los contrarios podrá ser
abierta al embate liberador de las luchas sociales por la construcción del
sentido.
Es, precisamente, a partir de este triadismo de sesgo peirceano que Guillermo
Neo ensaya su poema fluvial, no ya enhebrando las líneas que progresan de
estrofa en estrofa, sino a partir de la construcción de un artefacto verbal que
avanza por tres corredores discursivos, cada uno con su tipografía respectiva:
en las páginas pares, una descripción de temas náuticos; en las impares, versos
de corte subjetivo y, debajo, contenidos en un rectángulo, el inserto de
fragmentos textuales sobre la vida política del peronismo. El libro se abre con
una serie de “Instrucciones y advertencias sobre su uso”. Ya desde el comienzo
el poeta apela a la interactividad de los lectores o “navegantes”, lo cual
queda dicho de manera explícita en el punto 3) “Este Derrotero debe ser
complementado en todo sentido.” Del mismo modo en que el timonel establece un
rumbo sobre la carta náutica a partir de unas coordenadas leídas en el compás
magnético, así deberá el lector bosquejar el recorrido de su lectura como lo
hace el pueblo argentino, siguiendo un Norte ciego “en el trazado de su
derrota”. A estas instrucciones iniciales se las complementa al final del
poemario con otro conjunto paratextual: “Palabras que deberían estar en el
texto y no están; Palabras que sobran y debería haber sacado; Glosario del río;
Glosario peronista.” Frente a tanta señalética ordenadora del trayecto que debe
guiar al ojo entre la selva de signos, la actividad del navegante se parece a
la del lector que en la noche busca el destello de las boyas, la luz
parpadeante que señala el escollo donde las escrituras se van a pique. En ese
fondo sucio confluyen, entonces, el lastre de las palabras que no pudieron ser
explicadas, los barcos que pifiaron su derrota y el Pueblo.
Ahora bien, si nos propusiéramos buscar por fuera del corte y pega de los
discursos prefabricados y externos al yo lírico, voz esquiva que destila su melopea
nacional y popular, terminaríamos hallándola entre los versos centrados de las
páginas impares: “Al terminar el primer día del viaje / el pelo se me ha
endurecido, / la piel de la cara brilla su grasitud”, etc. Esta voz que
progresa errante, remisa incluso a su propia entonación, no vacila en poner en
duda la solidez de sus afirmaciones o la efectividad de su método: “Esto no es
lo que quiero decir / Ni como lo quiero decir. / Pero es lo último que
escribí.” Y a continuación anota lo que al parecer sí quiere decir, fruto de
una alegría exclamativa de quien encuentra el tono soñado para sus versos:
“¡Mañana es san Perón! / ¡Que trabaje el patrón!”.
Este retorno del autor de Sucesos orilleros al paisaje fluvial
del Delta lo muestra menos proclive al elemento narrativo o naturalista de los
personajes, a la captura fotográfica de un sociolecto y su color local, y más
atento al paso parmenídeo del río en el flujo del discurso, al avance de la
historia en la figura de un rumbo náutico entre bancos de arena, boyas apagadas
y chatarra que acecha bajo las leonadas aguas. En su compleja articulación
retórica, el artefacto poético emite cada tanto señales verbales que refieren
al propio corpus, bucle metatextual mediante el cual el poema se señala a sí
mismo, se analiza o critica las estrategias discursivas que usó para
fabricarse: “Sinceramente hay un punto, hay un momento en que estoy convencido
de que la poesía no sirve para nada”; en otros casos, pone en escena las
correcciones hechas al bordado de las palabras como si se tratara de una
escritura provisoria, en progreso: “Eliminar desde donde dice: desde
dónde…”, “Al final de la página agregar: destellos de luz verde”.
Podríamos aventurar quizá que este plegado metapoético encuentra su clímax en
el poema “Circunvalación”, justamente el último, cuando le hace decir al
fragmento que recorta –o cita– de un derrotero náutico: “La presente edición
anula la edición publicada en el año 2015 conocida como el Orillero, o algo
así, como así también su respectivo Suplemento. De ahora en más, este es el
camino a seguir.” Detrás de la máscara de ese Orillero se esconde precisamente
el volumen de su poesía reunida, aquellos Sucesos orilleros publicados
por la editorial rosarina Neutrinos en 2015, y que ahora vuelven para articular
–gracias al trabajo nodal de la lectura– los restos tipográficos de una letra
triplemente partida que el río arrastra hacia la desembocadura.
Tomado de: BazarAmericano / Actualización
marzo-abril 2019)