Trilogía del par despliega un mundo íntimo sin regodeos narcisistas ni exhibicionismo inane. En su materia prima, son retazos de un espejo partido, parasitismo de la anécdota mediante, autofiguración lírica, descripciones enrarecidas, una lente distorsionada y una sintaxis rota donde el poeta se detiene en la postración de un cuerpo en los umbrales de la transformación definitiva. No hay lástima sino inocencia en la mirada para ver la crueldad de la descomposición. Así, el poema de Eduardo Rubinschik nos propone una fiesta del lenguaje: «Frente a espuria bocanada de la pura realidad a padre se lo ve madera seca como aquello que habrá de salvar de algún naufragio en ultramar.»
Alelado por la despedida, el lenguaje captura últimas escenas en la vida un de
padre ciego y moribundo. De soslayo, los efectos de y sobre una madre. El
resultado es la descomposición de la novela familiar. Más que un experimento oportunista
es pura experiencia de lenguaje en la que el delirio preciso y la ambigüedad
componen un poema en prosa sin vanagloria del dolor pero con trasposición de
una vivencia límite: «No se come ya y boca queda sólo para el habla grito o
estornudo y mandibulación». Lejos de un engrandecimiento sin vida, el poema de Eduardo
Rubinschik propone una microscopía de la primera persona donde el lenguaje
dicta ritmo y fisuras del sentido. «Hijo toca cuerpo padre como nunca haciendo
del toque protección deseado imaginariamente siempre más potente que angurria o
decepción.»
Desprovisto de melodrama, Trilogía del par se adentra en el teatro
de la materia desde la mesa de disección de un lenguaje impreciso, poético,
desafectado y a la vez sensitivo: «Antefúnebre fabrica su propia noche diurna
su lujuria cucaracha sin menguar. (…) Su mente cambia de destino sin viento y
sin función (…) pulgar desborda su mano, cerrada alza buscando nariz para
rascarse (…) la destina florece como un hueso de bambú reseco. (…) ojo ciego
ignora otro ojo ciego y los dos inventan imagia al hilo de la fiebre.» Es el
manoseo hospitalario y la soledad ontológica de una persona que deja de ser lo
que era desde palabras compuestas, metáforas y neologismos.
El poema de Eduardo Rubinschik cumple
con fidelidad la divisa de Néstor Sánchez sobre la prosa poemática: «No hay que
escribir nada que pueda contarse por teléfono». En este libro la prosa es
poesía. La «madriguerra hospitalaria» que aparece nombrada en su libro recuerda
otras visiones líricas de la enfermedad y la muerte, como otrora hiciera Milton
Rodríguez en “Los últimos días” (Unos
domingos, Ediciones La yunta, 2013) o Gabriel Cortiñas en su poema La recidiva (La uña rota, 2019).
Trilogía del par es un réquiem
carnavalesco de hospital que muestra con ojo clínico ese desfile profiláctico
de pacientes, padecientes, parentela, asistentes, sufridores, profesionales de
la salud y parteros de la muerte. Todo en un mismo plano enloquecido. La elegía
que compuso Rubinschik es ejemplar en tanto recorta el mundo íntimo sin ningún
patetismo, sin regodeos, sin exhibicionismos, sin sentimentalismo, sin narcisismo
autopromocional. Y, con todo, desde un lenguaje directo y fragmentario, Trilogía del par nos sumerge en un mundo
de fragilidad, decrepitud, putrefacción y ese borde descarnado por donde la
vida se abisma como una sustancia tóxica llena de virus y bacterias.