Es un espectáculo desagradable entrar en medio de la noche a la cocina, prender
la luz y encontrar un festival de cucarachas sorprendidas deambulando por las
puertas, por la mesada, escondiéndose debajo de la heladera, detrás de los
zócalos, escapando frenéticas por el suelo de baldosas perladas, por la pared
de azulejos, por el horno microondas. ¿Qué hacer? Ahí están. Salen de noche,
como las estrellas. Decidido como estoy a ejecutar mi karma, me enfrento con
mis propias tendencias asesinas y elijo, desde hace mucho tiempo, matar las cucarachas
que veo en la cocina. Uso insecticidas de distintas marcas. Mi experiencia en
el tema me habilita a afirmar que los productos especializados en matar
insectos de casa y jardín también sirven para matar a este insecto
antediluviano. Piensen en la divisa del producto: “Los mata bien muertos” y en
los alcances de su sentido. ¿Por qué no decirlo? Fomentan solapadamente la
masacre. Estar familiarizado con el sinsentido de la vida y matar cucarachas
por las noches es una manera de estar atento a la propia muerte. Esas
cucarachas que salen por las noches, con su muerte a cuestas en plazo fijo, a
patrullar la cocina oscura, ¿qué quieren de mí? Porque podemos ser parte de
todo sin ser víctimas de nada. Quizás no haga falta matarlas. Las cucarachas
parecen ser la imagen viviente del asco y de la repulsión. ¿Qué es lo que las
vuelve tan horribles? En las puertas, en las rejillas y en otros posibles
lugares de ingreso. El gel mata cucarachas Raid asegura que “mantiene a las
cucarachas fuera de su casa, gracias a su excelente poder residual”. En las
recomendaciones de uso se habla de áreas infestadas y se sugiere no dejar
restos de comida ni de agua para que las cucarachas se vean más atraídas hacia
el gel y se alimenten exclusivamente de éste. Aseguran que la acción residual
del producto protege del oprobio de las cucarachas por tres meses, que no deja
olor ni mancha superficies, que actúa durante las 24 horas del día, que mata
cucarachas grandes y pequeñas y que también mata a las que se esconden en el
nido y a sus crías, por contacto. Aseguran que las cucarachas empiezan a morir
a las 48 horas después de comer el gel. El lema del producto es: “Elimina las
cucarachas que ves y las que no ves”. Quizás el más efectivo y mortífero de los
productos que compré haya sido el gel para control de cucarachas Maxforce
forte, de Bayer. Su venta y uso estaba reservado para aplicadores
profesionales, pero conseguí una ferretería
en la que lo vendían como cualquier otro tornillo. Su acción letal producía la
muerte de las cucarachas a pocas horas de haber ingerido el veneno. Era muy
usado en restaurantes, hoteles, hospitales, escuelas, barcos, aviones, micros,
fábricas, salones en general y casa de preparación de comidas, donde el vejamen
de las cucarachas podría traer consecuencias nefastas. Era un cebo de color
marrón claro y gelatinoso que se adhería en todo tipo de superficies.
A veces encontraba partes de cucarachas en la cocina. Una patita marrón brillaba,
sola, en el repasador amarillo. Por las mañanas, bichos a medio morir patas
arriba en extrañas contorsiones. Sobre el tema leí algunos textos pero quizás
ninguno tan edificante como el relato de Javier Villafañe “La cucaracha”, un
cuento breve que habla sobre la vejez y la soledad. Clarise Lispector escribió
sobre el asunto en “Cinco relatos y un tema”. Explica cómo matar cucarachas con
una receta casera de azúcar, harina y yeso. En el tono de un policial se hace
cargo del asesinato. Hay un plan y un crimen. Lispector escribe, en 1969: «De
día las cucarachas eran invisibles y nadie creería en el mal secreto que roía
una casa tan tranquila. Pero si ellas, como los males secretos, dormían de día,
allí estaba yo preparándoles el veneno de la noche. Meticulosa, ardiente,
avivaba el elixir de la larga muerte. Un miedo excitado y mi propio mal secreto
me guiaban. Ahora yo sólo quería gélidamente una cosa: matar cada cucaracha que
existe». En lo personal, cambio todo el tiempo de opinión. Ahora me resigno a
compartir la vida con su presencia repugnante. Trato de convencerme, diciendo
que son inofensivas, que la idea misma de fealdad o asco es cultural y varía como
las percepciones. Habrá una época en que no me resista a abrir los cajones y
sentir miedo a encontrarme con alguna cucaracha o pensar que viven y se
reproducen en los intersticios del suelo o los marcos de las puertas.
Insisto. Hablo sobre el exterminio de cucarachas. El tema no me abandona. No es
fácil decir la última palabra sobre algo así. Los productos evolucionan.
Evolucionan también los métodos de exterminio sofisticado. A veces, voy a la
cocina y sorprendo a una cucaracha inmóvil, como si estuviera meditando sobre
su efímero destino, con sus largas antenas apenas ladeadas para un costado.
Otras veces, voy al baño y descubro que hay cucarachas caminando por la puerta
o por los azulejos blancos. Entonces tengo siempre a disposición un aerosol con
una nueva fórmula Paralyzer Shock, que como sugiere la publicidad, mata a las
cucarachas antes que escapen. Naturalizar estas matanzas supone una actitud de
verdugo constante. En cualquier momento podemos vernos en la obligación de
tener que hacer de una situación cotidiana, como ir a defecar o lavarnos los
dientes, una acción que convierte al baño en un cementerio de insectos.
Las cucarachas aparecieron adentro del microondas, en la heladera y en el
congelador. Las veía caminando, burdas pero delicadas, por las paredes de la
cocina. En los burletes de la heladera encontré cucarachas bebés. En el
congelador descubrí cucarachas. ¿Se adaptan al frío? Dudo mucho de la
inteligencia de las cucarachas. Por las mañanas las encuentro amontonadas
alrededor de un fideo crudo. ¿No saben trabajar en equipo? ¿Por qué no
trasladan la comida entre varias? Desarrollé mi crueldad con algunas cucarachas
que encuentro por las mañanas en la bacha de la cocina. Abro la canilla del
agua y las ahogo. Se diría que disfruto viéndolas irse por la cañería,
arremolinadas y sin salida. Pero, también, practiqué santidad rescatando
algunas cuyo destino obligado parecía ser el aplastamiento por la suela de
algunas de mis zapatillas y con una hoja de papel las trasladaba al balcón,
donde les deseaba un buen viaje.
Vivimos dos años en ese segundo piso. Eran cuatro ambientes luminosos con
ventanas que daban a un estacionamiento rodeado de árboles. Sí, compartíamos el
domicilio con una legión de cucarachas, pero el lugar nos gustaba. No nos
renovaron el contrato y tuvimos que desmontar esa vida pasajera y mudarla a
otro departamento de alquiler, mucho más chico y más costoso. Recordando el
tiempo vivido en ese espacio, diría que hasta extraño a las cucarachas que
vivían con nosotros.