19.3.12
Walter Cassara: Nostalgia: una presentación, por Hugo Savino
El poema:
Los poemas de Walter Cassara son incrustaciones en la lengua. Incrustaciones de lenguaje que transforman la lengua. La lengua, esa dormida llena de cruces en la que nos movemos. Hablamos. Ahí está la nación, la cultura, la tradición, las instituciones, todo eso. Pero el poema es lenguaje que las afecta, las cambia, las transforma. Macedonio Fernández afecta a la lengua, no al revés, y el poema no es la poesía, esa otra dormida por excelencia. La lengua es el lugar en el que nos reconocemos o nos ignoramos, ahí vivimos. La apología de la lengua le habla a la lengua, y la apología de la poesía como casa del poema, ahí están los enemigos del poema. Para decirlo en palabras de Osip Mandelstam, tan hilado a los poemas de WC: la poesía, es siempre la guerra. Los poemas de Walter Cassara son incrustaciones de lenguaje ordinario en la lengua argentina. Incrustaciones que la “raspan”, la desplazan, y no al revés, machaco, como quiere hacernos creer el esencialismo. Parto de la base de que todo el lenguaje es ordinario y que nuestras voces son manieras locas: “Todo lo que percibimos son incrustaciones, / como ripios en el camino que sacuden / nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.”, dice un fragmento del poema El paseo del ciclista. Ese ciclista que pedalea con frenesí, con “las manos escarchadas sobre el aluminio”, y que escucha algo, algo como una voz, y que pedalea para salir de las claves que conoce demasiado bien, es uno de los ejes de los poemas de Walter Cassara. Huir de lo archisabido: “Pero queda algo todavía por decir / siempre queda algo, algún pertrecho / un último detritus en la tinta, / algún pájaro que allí rehíla, ciertas / imágenes que adoro y no conozco.” Resuena fuerte ese “no conozco”, resuena en el cuerpo. Leo el poema de Walter Cassara como un salto sin red, me gusta su recurrencia al lenguaje y no a la historia de la poesía: son poemas que intuyen que la poesía está adelante, el poema es un desconocido que hay que escribir, para Walter Cassara el poema no está esperando instalado en el modelo. No confunde la historia de la poesía con la poesía (Henri Meschonnic). En ese sentido digo que Walter Cassara tiene el lirismo de su voz. Ningún otro. Si trae a Malcolm Lowry, eso no debe leerse como influencia, ni como mimetismo, es una impregnación en su poema. Es Malcolm Lowry pasado por su voz: y el poema abre con una pregunta sin respuesta: ¿“Habrá existido, entonces, el Oedipus Tyrannus?”, y sobre el final del poema: “Cualquier puerto / -Managua o Singapur- / era el mismo puerto / donde siempre esperaba, / olvidado, el mundo.” Es un poema que abre al infinito. Ahí, creo, tenemos una lectura de Lowry, el poema lee y acompaña el mundo Lowry, no es mero reflejo de una lectura, canta su lectura de Lowry, y cómo esa lectura transforma la voz del poeta, y la voz del poeta nos transforma la lectura de Lowry, y entonces el poema Oedipus Tyrasnnus (Malcolm Lowry) se convierte en una historia de transformaciones mutuas, es la impregnación Lowry en Walter Cassara. No es traducción, es la lectura Lowry que modifica, hace una alteridad de la voz del poeta. El poeta que no se defiende de la impregnación. Tampoco de la lectura.
Fechas:
Los poemas de Nostalgia están fechados. Las fechas son importantes. La voz de Walter Cassara arranca en el 94. En la Argentina era una época de entusiasmos poéticos, por lo menos notable. Me parece que vale la pena situar un arranque. Es una manera de encontrar el funcionamiento y de poder decir algo de los contemporáneos del poeta. Uno lucha con los contemporáneos. Y Walter Cassara no es una subjetividad absoluta. Era una época de entusiasmo juvenil en la poesía argentina. Los maestros y los discípulos se encontraron en perfecta armonía. Hago un panorama breve. Sólo para situar la voz de Walter Cassara. Esa perfecta armonía finalmente era pura mimesis. Lo mimético se puso a organizar un idioma poético. Los discípulos se mimetizan con los modelos de los maestros y los maestros convocados a su papel de docentes se mimetizan con sus discípulos. Y todos empiezan a escribir más o menos el mismo poema. Pero por los costados hay voces. Inevitables las voces solas. Unas cuantas, estoy lejos de conocerlas todas. Voces que no son” poetas jóvenes”, voces que tienen la edad de sus poemas cualquiera sea su edad. Una voz es sola y única. Extranjera al rumor del tiempo. No por nada aquí aparece esta cita de Enrique Lhin, al comienzo: “Días de mi escritura, solar del extranjero.” Uno es contemporáneo de mucha gente, pero eso no implica que uno escriba poemas del consenso. Se puede muy bien ser extranjero de sus contemporáneos. Malcom Lowry navega en uno de los poemas de Walter Cassara, si hablamos de un extranjero radical. Digo que Walter Cassara tiene una voz, porque nunca fue ventrílocuo de ningún modelo. En el poema Locus Aaemoenus sitúa su punto de vista en el lenguaje (dado que del lenguaje sólo tenemos puntos de vista): en este poema Walter Cassara va al núcleo de la escritura: el poeta no tiene alojamiento. No hay casa del ser. La voz está en el lenguaje. Voz y lenguaje no están separados. Pero él le da una vuelta política y con astucia de voz nos habla del “reparto de banca”, y en ese reparto está el filósofo. La filosofía. El otro enemigo del poema. En este sentido digo que el poema de Walter Cassara es político. No le regala el poema a la filosofía. Como hacen e hicieron tantos poetas de aquel entusiasmo de los noventa. Ese simil-renacimiento poético. El poema es tajante: “no hay discurso que nos aloje.” Y ahí es donde veo la soledad de Walter Cassara: soledad de la voz única. No la soledad de los supuestos marginados subvencionados. Walter Cassara nunca fue un poeta joven. Es un poeta que escribe poemas. Y repito, tiene la edad de sus poemas. Sabe que está, como dice en uno de sus poemas, en “la red fugaz que teje el tiempo”.
Lo que trina es la voz:
La voz frasea el trino, no es una acumulación de palabras. Están las palabras o las encuentra en esos caminos de ripio, o se le rompe el anzuelo, o las pierde, pero no deja “de nacer como un niño/ trilla en la densa marea / su baldecito de guijarros”, en ese trillar de palabras se organiza en su voz, y aparece su ritmo: “Trinar es triturar, un boceto es destino / y lo que una vez creí truncado / aun roto para siempre, alumbra en la boca”. Las palabras pasan por la boca. Y en ese alumbrar se juega el poema. Ese riesgo de lo nuevo, de lo desconocido más bien. En otro poema encuentro esta perla, ningún mar se la tragará: “Yo sé –ambos sabemos- / no hay escala que pueda medir eso.” Eso, es un azul que no está en ningún cuadro, que no se puede medir, hay que inventarlo en el fraseo. Claudel que no sentía en términos de métrica, que no se defendía del lenguaje tiene dos líneas que le van al poema de Walter Cassara: Es preciso que haya / en el poema / un número tal / que impida contar. Los poemas de Walter Cassara no se pueden contar, y no se pueden contar en los dos sentidos del verbo contar. Escapa “del idiota apocalíptico y que come libros / todos pulsando dulcemente el mismo naufragio.” El poema hacia Mandelstam, porque no es un poema sobre Mandelstam, yo diría: el poema Mandelstam es para mí la aceptación de la alteridad rusa, de ese poema ruso que le falta a la poseía argentina, que yo encuentro en Nostalgia y también en otro poeta, en Laura Estrin. La voz rusa de Osip Mandelstam. Nostalgia trae los “trazos” Mandelstam y le responde a la poesía de Mandelstam. Le responde en poema. Y es poema escrito con el oído en lo desconocido. Leo los poemas de Walter Cassara como cantos que no se dejan comer por el relato. Preguntas abiertas.