11.3.12
La perpetuidad del instante, por Isaac Castro
Sobre Presente continuo de Carlos Battilana, Editorial Viajera, 2010.
Toda antología supone un recorte preciso que muchas veces funciona más por lo que deja fuera que por lo que propone. No sólo debido a que toda selección es injusta e insuficiente sino porque además, al igual que una comparación, también puede ser odiosa. Sin embargo, hay veces en que una compilación suele articularse como el ordenamiento de una trayectoria, la clausura de una etapa o la merecida revisión de lo ya hecho, de lo transitado. Y en esta línea se ubica Presente continuo de Carlos Battilana, una cuidada publicación que recoge poemas de sus libros más emblemáticos y que mantiene como punto de unión la aparición de un yo lírico por el que pasado, presente y futuro, constituyen un único tiempo en permanente expansión, en el que el peso de la cotidianeidad se funde con los ritos más simples de todos los días. Pero esa presunta sencillez no se agota en un costumbrismo prefabricado (el modo en que Battilana forma sus versos no exalta la belleza de eso que está allí y no percibimos), sino que, muy por el contrario, lo suyo se trata de una auténtica apuesta estilística por la que, mediante el filtro de la subjetividad, evoca las sensaciones, las reflexiones y preguntas que le generan la vida cotidiana. Hay en sus textos una idea de congelamiento del instante, quizá de afán fotográfico. La perpetuidad que ofrece un momento (la contemplación del mar, la visita a una parrilla, el recuerdo de alguien que se ha ido) es el resultado de una acabada conciencia de lo efímero que es el tiempo y de cómo el paso de los días sepulta lo más trascendente y vital que no es otra cosa que el cúmulo de emociones que el poeta experimenta en la medida que el mundo lo interpela a diario. Con austeridad léxica y un manejo preciso del lenguaje, Battilana recrea pequeños mundos que a menudo surgen de situaciones mínimas, concretas y que por lo general privilegian la incertidumbre, la falta de respuestas, el no saber. Porque la clausura de sentido que ofrecen sus poemas es el punto de partida para múltiples interpretaciones de lo que es el universo, desde las más complejas subjetividades hasta el encuentro con el objeto más trivial. De lo más profundo del yo a la superficie de la materia. Allí, en ese recorrido, que es el día a día, el trabajo, los compromisos, las obligaciones pero también la angustia, el dolor, los momentos gratos, es donde el poema gana fuerza, se revitaliza el lenguaje y convierte a Presente continuo en el eficaz muestrario de la experiencia humana acaso en esos lapsos en que enajenación y automatismo ceden su lugar a las cosas importantes, imperfectas, injustas, hermosas, ciertas.