Tengo que ir a
Capizzi para restablecer contactos. Asegurarme un lugar la última semana de julio
más o menos. Qué mejor excusa que la fiesta de San Antonio un 13 de junio. Pero
el único autobús que me lleva, el Sberna, no regresa a la noche: hay que
tomarlo cinco y media de la mañana. Horario un poco incómodo, teniendo en
cuenta que es un pueblo de montaña y baja 20 grados la temperatura en el
transcurso del día.
Resulta que una
vecina de Acquedolci tiene una amiga en Capizzi y hace mucho que no se ven.
Entonces podemos organizar una salida con Anna, la señora que me alquila la
casita frente al mar, su amiga Cristiana y Florencia, una chica que vino a
hacer la ciudadanía, mientras trabaja ayudando a un carpintero y que se dedica
a diseño de imagen.
La tarde de un
jueves nublado salimos a recorrer el sinuoso camino que atraviesa parte del
bosque del Parco dei Nebrodi para llegar justo cuando comenzaba la procesión, o
una de las procesiones. La policía nos hizo dejar el coche a la entrada del pueblo.
El acantilado se envolvía de viento. Desde ahí se oían abajo las campanas de
las ovejas marchando sumisas sin pastor. Habían formado un cordón humano,
cordón vigilante, un corredor donde pasarían los curas, su séquito con
estandartes rojos de la iglesia y la orquesta municipal. Luego habría un
desfile a caballo.
La calle principal
está cortada y es por donde debemos pasar ante las miradas curiosas. En varios
balcones se han reunido los que tienen platea preferencial, ancianos de todas
las formas. El resto son pasajitos angostos y empedrados que diseñan laberintos
y desembocan o en la plaza donde está el Comune y la iglesia o en Via Roma.
Divididos por sectores y edades, los jóvenes habían
elegido agruparse a la derecha y los viejos, cerca de una plazoleta, a la
izquierda, lugar aconsejado al grupo familiar, ya que vendían golosinas,
baratijas, algodón de azúcar y hasta globos. Podría ser el principio de una
película de Fellini.
En el bar Millenium
se escabia bene, acodado a la barra, y si fa fila per il bagno.
Los jinetes,
algunos mediomamados, pasarían organizados en grupos, cantando y demostrando
sus destrezas ecuestres como pararse sobre la montura y gritar.
Será una jornada
con vestigios medievales. Regresaremos ya de noche cuando los robles y las
encinas se han vestido de negro. Chusmearemos sobre el otro paese. Una margherita
de Mondo Pizza. Chicha revoltosa, feliz de verme. Beberemos, de sobre mesa, un
limoncello casero con unos profiteroles rellenos de pastelera, regalo de la
amiga de Cristiana.
Es conveniente
tomarse el palo cuando estas fiestas populares van llegando a su fin, cuando
las familias levantan campamento y retornan a la seguridad de su hogar.
Quedarse es jugarle una ficha a la trifulca y la apuesta puede salir mal. Sos
visitante. S.O.S. El alcohol fermenta desde temprano. Se inflan las
vejigas. Parecen estallar las venitas de
las caras, de las narices enrojecidas, de los ojos con miradas torcidas. Nunca
falta el pendenciero que lanza la broma punzante con envoltura de apariencia
amistosa. Si te descuidas, te descansan. Elogios injuriosos, injurias
elogiosas.
El ruso Bajtín, en
su libro sobre la cultura popular en la Edad Media, identifica, en el desborde
carnavalesco, una lógica festiva dirigida como apoteosis de la fecundidad y de
la superabundancia. Esto lo observaré sobre todo en Alcara li Fusi, con ese
ritual relacionado al solsticio y la cosecha, pero yuxtapuesto a la celebración
de San Juan Bautista. (En otros tiempos tenían fechas diferentes 21 y 24 de
junio pero, aunque se juntaron en una sola jornada, no se realizan en
simultaneidad: hasta que el muñeco de San Giovanni Battista no regresa a la
catedral de vuelta de su gira en el pueblo, no pueden iniciarse los festejos
paganos.)
Serán la muerte y
la transformación parte de un principio interior que devora y procrea. La
relación con la tierra, con lo inferior, con lo escatológico. En esta línea,
Bajtín analiza las groserías y, sobre todo, la risa. Habla de un realismo
grotesco como parte necesaria de la vida. Risa. Rissa.
A determinadas
horas, en estos eventos, la comunicación casi se codifica en el chiste y su
posterior carcajada gutural. Ni el frío que baja de la colina apacigua el Capizzi
entre bambalinas. Los caballos asoman sus cabezotas fastidiadas por las puertas
de los bodegones. Para los jinetes solo importa la birra. Centauros ebrios
tragando arancini, unas bolas de arroz frito y apanado, relleno con carne y
otras cosas que colorea las comisuras. Un anca, en la coleada, casi le rompe la
cara a una mina que se había hecho chiquita contra la pared.
Kilos de bosta se
desparraman por las calles en senderos de esa caca vegetal. Litros de meo
descienden como cascadas.
Se come con glotonería
en las fiestas populares, con voracidad de última cena.
Ecos de tono
utópico del banquete universal.
Todo se convierte
en risa. Una risa que purifica la conciencia de la seriedad mentirosa, del
dogmatismo y de los fingimientos que la oscurecen.
Dice el filósofo
Spinoza y digo yo en cita de segunda o tercera mano, que el camino de la verdad
pasa por la liberación de la pena, y más que nada, pasa por la alegría.
Otro camino, desde Sant´ Agata Militello
nos llevará a Alcara li Fusi, a la Festa dei Muzzuni. Daniel, se suma a questa squadra improvisada, maneja
un Panda blanco con el que nos mandamos al horario del tramonto.
Allí nos
encontraremos con un júbilo popular elaborado en el transcurso de los siglos.
Formas de alegre cinismo primaveral, la personificación de la juventud, de la
inmadurez. Se harán presentes elementos de la civilización helénica. Invocación
a Deméter.
En cada barrio se
baila a ritmo del acordeón y de la flauta. En mesas, junto a los muzzuni, se
ofrecen vino patero y pan con oliva. Panderetas gitanas relumbran en la noche larga.
Se hacen y deshacen trencitos humanos en trance hipnótico.
El muzzuni refiere
a elementos de la cultura campesina. No se sabe con certeza pero probablemente
guarda relación con una especie de jarra, con el grano de trigo segado,
recogido en espigas y también, en su plano católico, con la decapitación del
mártir San Juan Bautista. De todo esto, nace un objeto extraño que es el que
preparan las mujeres jóvenes en las casas: una jarra sin cuello, cubierta de un
pañuelo de seda, adornada con joyas, sobre todo, diferentes cadenitas de oro y,
del agujero de la jarra, surgen espigas, tallos de cebada, granos germinados y
unas ramitas de lavanda, o de otras florcitas.
En algunas
composiciones del muzzuni, hay un juego con las figuras, generando un efecto
visual, que, a la distancia, semeja una virgen gorda con pelo de cepillo.
En todo este rito de
fecundidades, una de las chicas, al modo de sacerdotisa, coloca el muzzuni en
un altar, ya adornado previamente con unos telares tejidos con técnicas
primitivas, dando comienzo a la fiesta propiamente dicha. Cada familia que
acoge un muzzuni proveerá de comida, bebida y será animada por músicos
populares. Un cancionero legado de siglos. Una expresión poética especial, a
muchas voces, il Chianote e il Ruggere, que versan sobre el amor; bromas de
doble sentido ante cortejos no correspondidos. Detrás están el charlatán de
feria y el vendedor de drogas milagrosas. El pregón como género prosaico se
infiltra en la literatura.
Dice Bajtín que las
groserías, juramentos y obscenidades son los elementos extraoficiales del
lenguaje, considerados siempre como una violación flagrante de las reglas
normales del lenguaje, un rechazo deliberado a adaptarse a las convenciones verbales:
etiqueta, cortesía, piedad, consideración, respeto de rango. Y tiene razón
conchasumadre. Dice que la existencia de estos elementos en cantidad suficiente
y en forma deliberada, ejerce una influencia poderosa sobre el contexto. Más
tarde, ese lenguaje, libre de trabas y reglas, jerarquías y prohibiciones de la
lengua común, se transformará en una lengua particular, una especie de argot.
El taura que sabe tallarla de guapo lo manya desde lejos y al logi que apoliya
se le pianta la mitá. Como consecuencia,
la misma lengua, a su vez, conduce a la formación de un grupo especial de
personas “iniciadas” en ese trato familiar, un grupo franco y libre en su modo
de hablar. Se trata de la muchedumbre de la plaza pública, en especial de días
de fiesta, feria y carnaval.
La festa del
Muzzuni es la fiesta más antigua de Italia.
Alcara li Fusi es
otro pueblito del Parco dei Nebrodi, pegado a una formación rocosa que en época
estival refracta un calor de la ostia. Tiene un caprichoso trazado de calles
empedradas en el interior que pueden extraviar al viajero desprevenido.
En Sant´Agata di Militello, nace una ruta que va hacia
allí, pasando de camino por Rossmarino.
Sant´Agata di
Militello es una pequeña ciudad, coqueta, con algunos boliches y restaurantes,
casi en el medio, entre Messina y Palermo. Cuenta con un puerto no muy
sofisticado. Una cantidad sorprendente de argentos tramitando la ciudadanía. Da
la sensación que han corrido hacia atrás el decorado de los montes que, tan
cerca están en Acquadolci. Lamentablemente, sucederán cosas que no nos
permitirán quedarnos el tiempo planeado.