27.5.24

La escapada (1898), por Mariano Ruiz Montani

Al abandonar del Partido de Santa María de las Conchas Don José Bazzano se metió por el Camino Real a partir de Punta Gorda.Con los ojos entrecerrados, el viejo comendador miraba la polvorienta ruta y en su lugar veía los antiguos palacios de su Liguria natal. En uno de ellos, cerca de las playas de Savona, no muy lejos de la Fortaleza Priamar, construida en el siglo XV, estaba el escudo de gules y oro de los Bazzano. Don José, que había abandonado la tierra en la que todo excitaba a la impetuosa vanidad de la sangre, se había trasladado al Río de la Plata, al otro extremo del mundo. Había triunfado allí, rico y honrado por los grandes del Partido de las Conchas, y volvía ahora a Monte Grande para comprar una gran quinta y vivir junto a su mujer Doña Josefina Muslera y Álvarez y sus hijos. 

Cerca del mediodía, luego de andar casi toda la noche sin respiro, Don José divisó un puesto de correo con una cuadra para los caballos y un colmado. El lugar se hallaba en la cima de una de las barrancas que miraban al río. Así que aflojó la marcha, giró hacia la izquierda y encontró un sitio para el coche muy cerca de una pequeña alameda en la que una joven mestiza lavaba la ropa y la tendía sobre las ramas de un ibirapitá. Salió del coche y tuvo un momento de vacilación. ¿Detenerse allí por un buen rato y almorzar o no? Por fin el hambre lo echó para atrás y se dirigió hacia el puesto. Encontró allí el colmado, una mesa y una silla libres, un lavabo para refrescarse, todo lo necesario para justificar la posta. Comió, bebió, fumó un cigarro y fisgoneó casi una hora, sin adentrarse mucho en las barrancas. Una planicie sin fin se esparcía por doquier, a manera prologación reseca del río color león. Aquí allá, como penachos prietos, runflas de durazneros blancos cortaban la monotonía taciturna del paisaje.

Comenzaba ya a fastidiar el calor cuando volvió a la alameda para irse. La cuadra para los caballos seguía allí, lo mismo que la mestiza y sus atados de ropa, pero no estaba el coche. Experimentó cierto aturdimiento y luego una duda. ¿De veras lo había dejado allí? Comenzó a observar el galpón de los caballos. No encontraba nada. Era una calamidad. Allí estaban sus maletas, sus papeles, el cofre, todo con cuanto contaba para su próspero retorno. ¿Qué debía hacer? Regresó al colmado sacudiendo la cabeza dejando ver con su actitud toda la contrariedad que le causaba aquel suceso. La joven mestiza lo detuvo:

–¿ Busca usted su coche?

–Sí. ¿ Sabe usted si me lo han robado?

–No, pero sé dónde puede hallarlo.

–¿Quiere decir que usted sabe dónde está?

–Sí. Al otro lado del Camino de las Carretas. ¿Viene usted del Partido de las Conchas y va hacia Monte Grande?

–Sí.

–Pues está usted del lado equivocado. Debe cruzar el camino.

José Bazzano se lo agradeció como como si le devolviera la vida y se abalanzó hacia la margen derecha. Al otro lado, cerca de la pequeña alameda, una joven mestiza lavaba la ropa y la tendía sobre las ramas de un ibirapitá. Pero su coche estaba ahí, con sus caballos, fieles y remozados.

Al acercarse vio su imagen reflejada en el agua de los bebederos. Estaba tranquilo, todo se hallaba en orden, su semblante gentil, la gallardía de su raza antigua remozada por el aporte de sangres nuevas pero mimada por la remota nobleza de su origen, la fortaleza con la que labraría una fortuna en tierras y ganados. Pero de repente toda esa expresión de tranquilidad en su rostro desaparecía. Porque se acababa de dar cuenta de un detalle extraño, inquietante; la barba, el bigote y las arrugas que marcarían su rostro aún no estaban. El hombre que se reflejaba en el agua era él, indiscutiblemente. Pero no había rastros prematuros de vejez.

La vida era bella si no la miraba ahora con demasiada atención, si no estudiaba el revés de la trama. Faltaban todavía cuarenta años para que emprendiera el viaje de retorno hacia Monte Grande. Aún podían acontecer cosas extraordinarias, maravillosas. Solamente en la vejez debía temer el final de la vida.

 

Tomado de: Miralrío (historias de una quinta de San Fernando)

 

22.5.24

Sueño con una rata, por Gustavo Calandra

  

Tendré que habituarme a las campanas a cada cambio de hora.

Chicha se descompuso de la panza al tercer día que llegamos a Napoli, por un descuido mío: comió bastante pollo mezclado con arroz integral y aceite de oliva y eso la ablanda un poco. Ahora ronca a mi lado, pero se despertó al alba, con urgencia intestinal. Daban las siete. Me tuve que vestir, abrigar, porque aún las mañanas son frías, y hacia allí nos dirigimos, hacia las veredas de la iglesia Santa María della Rotonda, a dejarles un regalito. Y no se malinterprete como una venganza frente al tañido que marca el paso del tiempo o convoca a los fieles, ni tampoco como un acto de paganismo, simplemente es más fácil porque por allí no camina mucha gente ni hay porteros en las puertas de los edificios ni hay bares con ancianos desayunando temprano.

Y aparte, ¿quién va a salir? ¿El cura?

El quartiere donde pude alquilar una habitación tiene bastante vida desde que arranca la jornada. Escuelas, supermercados, bancos. Mucho movimiento hay en Arenella. No es tan pijo, dirían los españoles, como Vómero, pero pretende ser una continuación de este “nuevo” Napoli, en palabras de una ragazza que me trajo un café en via Ruoppolo. Lo entiendo como un deseo de ser más europeos y menos… digamos napolitanos. Justamente, lo que embellece la identidad del pueblo.

Vinimos, un sábado cualquiera, en el Metro, Línea 1, estación Montedonzelli, que tomamos en Piazza Garibaldi, dirección Piscinola- Scampia (esa especie de monoblocks donde viven los pistoleros y pandilleros de Suburra).

No bien bajamos del tren, salí de la estación y me comí una sfogliatella, no en Atanasio, que se supone que hace las mejores, pues me quedaba un poco lejos para ir con todas las maletas, sino en el bar que está justo enfrente, Sfogliatelab. Sonido de platillos. El humito del café. Y vamos que se hace tarde.

Noche casi estival. Coro de grillos.

Y sucede que, cuando uno recorre, por primera vez, de noche, un sitio desconocido, todo parece más difícil y, sin embargo, cuando ese mismo sitio se nos presenta a la luz del día, descubriremos que era diferente, las distancias serán más cortas o las casas menos tenebrosas. Hasta los ladridos provenían de cagaditas, en balcones, amplificadas por la acústica.

Apenas arribado, me presenté en el depto y con la gente que estaba ahí; apenas arribado, yo conocía y me conocían varias personas, siendo algunos, miembros de un grupo que se reunía a fumar tabaco con hachís, apostar y jugar a las maquinitas, en el scommesse, “frente a la chiesa”, o algo así dijo D.

“Ahí, donde está el escudo” (traducción) continuó D. y, de paso, se vanaglorió de ser uno de los responsables artísticos: “eso lo pintamos con los pibes” (traducción libre).

Bajo los edificios, se convocaban esos jovatos, alguno con la excusa de pasear al perro. Bromeaban, comentaban pronósticos sportivos, tomaban unas Peroni.

Otro me ofrecía un “giro” por Napoli en su scooter. Yo entendí que me hablaba, otra vez, del escudo y respondí que sí, que había visto el escudo, que me dejen seguir camino con mi perra, que anochecía y quería morfar, y entonces alguien me obligaba a comprar una focaccia porque pronto cerraría aquél posto La focaccia della Signora que vendía la mejor focaccia y si no debería comprar en Il re della focaccia pero que no era tan bueno aunque la cocinaban con horno a leña,  y una vecina que cruzaba cortó un pedazo de focaccia con la mano y directamente me lo mandaba a la trompa para que pruebe del suyo, no grazie, y el escudo que cada vez era más grande porque lo iluminaba el alumbrado municipal, ya que se encuentra en una encrucijada de varias calles y me escabullí y me fui a por una pizza margherita y una Nastro azurro.

Una de esas arterias que nacen o llegan a ese cuore-scudetto, y que conducen hacia diferentes puntos de la ciudad, es Via Altamura, peculiar, con sus surtidores en plena vereda, sobre mano derecha y que nos llevará directamente al Stadio Collana, cuando cambie de nombre, tras cruzar Via Case Puntellate y se llame Via Vincenzo Gemito. Estadio casi centenario, donde Napoli jugó en algún momento de local mientras se construía su antiguo estadio para el Mundial de 1934, que lo volverá a utilizar desde el ‘46 porque el suyo había sido destruido tras el injusto bombardeo de los aliados hasta que en el ‘59 inaugure el de Fuorigrotta.

La nota particular es que también fue un campo de concentración durante la ocupación alemana en 1943 hasta que el pueblo se rebeló y expulsó a los nazis en las famosas Quattro giornate. Así, en memoria, se denominó a la plaza y a la estación de subte: Quattro giornate. Al estadio le pusieron “della liberazione.”

Pero como estamos cansados, antes de esta escapada, nos iremos a dormir a una cama gigante y antigua donde seguramente durmió la finada madre de M.

Y será recurrente desde hace días, pero sueño con una rata. Tal vez, porque me encontré una o dos en Roma. De madrugada, por Piazza Cavour, está lleno. Esta vuelta aún no paso. Luego recordé que hace poco leí un cuento de Felisberto Hernández, donde en el final, un grupo dicharachero de jóvenes se echa a dormir en el piso, luego de una juerga en la que el narrador no participa porque había tocado el piano en un concierto y estaba cansado, pero que observa desde un rincón de su insomnio como un ratón le come el pelo a uno de ellos.

¿Una advertencia de peligro? ¿De robo? ¿De mala suerte? Según los chinos podría también representar el deseo de huida de algún conflicto. Si me guío por la smorfia (quiniela) napolitana debería jugar el 11.

La domenica, la pasta. La mesa, grande. Bajo una de sus patas, un pedazo de cartón para que no renguee. Sillas viejas, muebles antiguos. Un relicario con el Padre Pio. La foto de un hombre sonriente, en blanco y negro, los edificios descascarados de fondo, sus ventanas con banderolas y la ropa colgando impune. Usa corbata, tiene las manos cruzadas sobre su abdomen. Tal vez, esté contento porque recién comió. Dos tapices con motivos campestres, uno ocre o sucio. Un armario gigante todo en madera ornamentada. Colecciones de vajillas, de la abuela, de la tía, del casamiento de nosequién, tazas, tacitas, para el té, para el café, para el capuchino, compoteras, copas de diferentes tamaños, con escudos de armas, con la N del club. Y un vaso. Mi vaso para que empine el codo. Para que apure el aperitivo del consuelo antes de servir el único plato con su cara roja de ñoquis humeantes y sus dos ojos de albóndigas generosas. Realmente la zona es silenciosa. Típico olor al pomo doro. Algún vecino de arriba tiene canarios en jaulitas. Será un almuerzo con fantasmas. Será el vino del desarraigo el que me conduzca a la siesta reparadora.

El lunes voy a descubrir que, justo frente a la ventana de la cocina, hay una escuela. Veo cuatro aulas con un profe o una profe y sus estudiantes adolescentes. Veo multiplicada la escena de la enseñanza de la que tantas veces participé en otras tierras. Y ahora la extrañeza de sentirse fuera, afuera. Verla fulera.

¿Cómo será trabajar con esos jóvenes? ¿Cuál será el trato? ¿Puede haber una comunicación más allá de la construcción de un saber?

¿Cómo será trabajar con esos pibes que copan el subte los fines de semana cuando cae el sol?

Son muchísimos, de edades varias, de las barriadas ásperas. Juegan de mano entre la gente, gritan, se pegan, se empujan ante miradas de estupor de los más grandes, parejas ancianas que, tal vez, regresan del cine, de pasear y que, de golpe, están en medio de esas marabuntas que amenazan comerlos.

Les tienen miedo, se nota. Y las estadísticas de los noticieros lo alimenta. Peleas de pandillas y heridos de arma blanca, muertos a navajazos. Cualquiera de esos guachos, hasta el que parece más tierno o más tonto, el que usa pantaloncito corto, media de toalla tres cuartos y los cordones sin atar, el que se disfraza de jugador de básquet de la NBA, cualquiera puede estar enfacado.

Y los viejos lo saben, por eso esperan con ansiedad el subte, para llegar lo más rápido posible a la seguridad del hogar. Pero todavía falta el viaje. Las risotadas de los muchachos continúa mientras se corren por los vagones, se llaman, se chiflan, gargajean. Se percibe cierto goce tirano. Una danza macabra. La tiranía de los jóvenes. Fugaz como la juventud, pero tiranía al fin.

Me hace acordar a Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares.

Supongo que serán los mismos que he visto subir al pullman metropolitano, en la piazza de Merghellina, camino a las playas de Marechiaro, en cuero, fumando puchos, con escabio. Los mismos que rompen botellas haciendo carreras. Los mismos que parecen llevarse por delante a cualquiera con sus motitos, en Quartieri Spagnoli, obligando a los vejetes a cruzar rapidito.

Y mientras me como una pizza frita de Sorbillo con ricota, provola y salame antes que se enfríe, frente al Castrell Nuovo, y bebo sorbos de Nastro Azurro, un africano tiene un entredicho con un puñado de estos muchachos, discuten, se nota que, aunque la ofensa es mínima, le están buscando roña, es dos tallas más grande, lo peor que pudo hacer el morocho es salir corriendo, porque lo van a correr perritos malvados que muerden los tobillos y se irán agrandando cuanto más se prolongue la persecución.


17.5.24

Vía Temperley, por Cecilia Bainotto

A Charly

 

La China 

 

Lo conocí hace muchos años, a él y a su esposa, la China. En Temperley. Cuando se presentó, recuerdo que me besó la mano e hizo una genuflexión para hacer más escénico el saludo. La China miraba y se reía. Él era así, sin otra intención que la de un caballero andante y siempre al lado de su esposa, o casi siempre. A tal punto me resultaron simpáticos que llegaron a ser amigos de la casa: los matrimonios se frecuentaban.

Este hombre estaba loco. Él mismo contaba que se internaba en el Borda cada tanto para salir de Ciudad Gótica donde todos lo miraban de soslayo y se alejaban apestados. Vivía en una barriada humilde y había trabajado en Molinos Río de la Plata cuando era de Bunge y Born. ¿Un gesto de compasión de los millonarios? Tal vez, pero creo que había otras cuestiones. Su vida era un acto de locura permanente. Si usted caminaba por el centro y había un círculo humano con una cabecita que subía y bajaba en el medio, era don Carlos dando sus discursos. Por entonces ya mandaba a la humanidad al "basurero nuclear" y despreciaba a los milicos. Escribía libros mentales dando vueltas alrededor de la cama con la China sosteniendo un grabador. Y para desgrabar, y no perder tiempo, cuando escribía en una vieja Olivetti unía hojas con scotch y por metros las ponía en el carro de la máquina, mire usted, onda papel higiénico. Relatos desopilantes por la melange de personajes sobre los que ponía el ojo, la duquesa de Alba con un sindicalista, por ejemplo, o Menem con Petrona de Gandulfo. Bueno, con Menem, ficción y realidad iban parejas. Otra de sus aventuras dislocadas era cuando se ponía un enterito rojo, gorra roja y con un tridente de fabricación casera recorría de noche las calles con adoquines alertando que llegaba el diablo rojo. Y era real, porque alguna vez un kiosquero que me vio junto a él y a su señora me dijo por lo bajo: este hombre está loco y se hace pasar por un diablo para asustar a la gente. ¡Don Carlos! Un caso sin solución para la "comunidad psiquiátrica" ante la que esgrimía sus argumentos con la respuesta: "Maldonado, usted tiene razón. Habría que trepanar el cerebro de todos". 

Lo de tal vez la compasión de los millonarios no era tal, porque él contaba que cuando los Bunge hacían sus festicholas, entre aventuras de caza de todo tipo, mujeres y whisky, ahí estaba él animando con sus dichos, como si fuera una graciosa mascotita exhibiendo las "monerías". Los millonarios suelen darse esos gustos, ostentando cierta apertura hacia el diferente (solo diversión, nada más) y si matan a alguien con sus propias manos, la sangre les da un poder extraordinario.  

Él era consciente de eso y lo pasaba muy bien en las mansiones, llevado y traído por automóvil con chofer.  Moderadamente inteligente y con buenos libros leídos. La mirada tenía un brillo particular, no cesaba, una mirada fulgorosa que atravesaba. En su casa, el frío o el calor eran lo de menos. Se podía almorzar un guiso calentito con 30° o una ensalada de fruta con menos de 20º.  Pasaron unos dos años y me mudé de lugar. Una vez que regresé al centro comercial que la pareja frecuentaba pregunté si lo habían visto, porque en su casa nadie atendía. Alguien me dijo que a veces lo veían apagado y solitario. Supuse que su señora había fallecido o estaba enferma. Pasaron algunos años más, a punto de venirme para la Manchega, voy a dar una última ojeada al lugar. No lo vi. Enfilo hacia la parada de micros y dando vuelta una esquina veo a don Carlos, andrajoso, pidiendo puchitos a la gente, como una tragedia anticipada. Se acercó a mí para mangarme, no me reconoció y yo simulé lo mismo. “Soy una negadora más”, me dije en mi retorno. 

La calle, la gente arropada en sus abrigos sin mirada, el hombre en andrajos limosneando, la indiferencia, la mía, el tránsito imparable... una postal de la deshumanización entre el ruido y la furia. Al día siguiente, volví por el lugar para reparar eso y no lo encontré más.

 

Días pasados, relocalizando libros, pasando cosas de un estante a otro, se me cae de un libro una tarjeta personal lisita y amarillenta: Carlos Alberto Maldonado. Dirección. Teléfono. Barrio San José. Temperley. El hombre de más de noventa años seguramente debe haberse muerto. Pero lo tomé como un saludo. Una sincronicidad. Y por eso le cuento esto.  

 

P.D.: Digno de un personaje de Arlt o de don Néstor Sánchez, el que alguna vez vivió por años en el anonimato como linyera. En Manhattan creo. 

 

 

Hay personas que son lugar y tiempo. Y cuando ellas no están aquellos cambian para siempre. Tan sencillo e incontrastable. Tan sencillo y movilizador.  Quizá esa mutación de las cosas y de las personas nos preserve de la ajenidad que puede provocar una tumba en la que tu padre es más joven que vos.

Hoy me dijo que no recuerda nada. Ni siquiera un esbozo o una pista que lo guíe. Le dije que no se preocupe, que mi memoria es un calendario insoportable.

Así nos complementamos: Yo armo su vida y el desarma la mía.

  

Cosas perdidas

 

En el fondo soy alguien triste. Si me va bien el título de un libro ese es “Tan triste como ella”. Y desde que recuerdo soy triste. Por eso no me gusta que me bombeen alegría ficticia. Por eso también disfruto del humor hasta las lágrimas por la risa. Y no es metáfora.

Esta mañana salí muy temprano para hacer un trámite, largo, bancario, insoportable. Por suerte la cabeza viaja hacia el tiempo que se fue o imagino el porvenir y aparecen pensamientos, recuerdos, imágenes... en fin.

Como decía, esta mañana me acordé de un amigo que quiere viajar a Santiago del Estero para sentir en sus manos lo que es el trabajo verdadero. El viene de una clase social alta y vive en un cerrado del norte del Conurbano, bien concheto. Pero tan piola es como para convertirte en "funámbula".

Me acordé también de una amiga que canceló por dos veces su vuelo a Sídney donde vive hace más de veinte años. El motivo no es negociable: no puede ubicar en nuevo hogar al gatito adoptado y cada anulación es un débito por multa. Mientras, el gatito feliz corre por la casa como un caballo en miniatura.

Y entre el espinel de pensamientos apareció un amigo de Facebook con quien mantenemos fluida conversa. “Estoy ansioso” me dijo. “Pasa que quiero que salgan los padrones electorales para encontrar a esa chica de Río Negro a la que nunca más vi”.

Otro que anda buscando a una catalana que perdió en el messenger. Desconozco el método que aplica.

Más una amiga atenta a señales de sus sueños y exégeta de palabras que se dicen en una charla por si acaso alguien nombra al “caballero soñado”.

Y por mi parte ubicar a un amor pasado en una agencia de lotería de Rada Tilly. ¿Acaso no has escuchado eso de que “Encontrar a alguien es una lotería”? Al menos así decía la gente de antes. 

El broche de la mañana fue tomar un micro hacia el centro de la ciudad y al llegar a la estación terminal todos los pasajeros aplaudieron como si fuera un avión después de quince horas de vuelo aterrizando en una pista mínima. Una flota muy destartalada tiene la ciudad en la que vivo, y llegar es una aventura con olor a gasoil y volantazos.

Entre todos esos pensamientos deshilvanados transcurrieron algunas horas y el trámite se hizo menos insoportable. Reí para adentro y para afuera y la gente se paseaba en nubes rosas y celestes. Las veía ensayando el próximo carnaval. Y mientras escribo esto pienso que es un borrador para un futuro cuentito onda “Indiana Jones y los cazadores del arca perdida” aunque no se ajuste a pie juntillas. Siempre dando vueltas con algún verso.

En estos momentos el que buscará en el padrón me cuenta que está con neuralgias dentarias y quien escribe en una calesita con estas humoradas. Aclaro: Una distancia entre lo primero y lo segundo porque el argumento es diferente. 

¡Ah! antes de regresar a casa pasé por lo de mi tía. El almuerzo en el Centro Vasco es una ceremonia semanal.

Y entre bocado va y bocado viene ella está muy preocupada porque no encuentra su gorro de marta cibelina

Ese que usaba cuando íbamos al cine. Cuando “El viento no sabe leer” o “Historia de una monja” o “Picnic”, ¿no te acordás? Eras muy chiquita. 

Sí tía.  Claro que lo recuerdo. Te quedaba muy lindo. 

Y bajé la mirada para que no me la viera. 

 

 

Prosa poética

 

¿Cuál es la última cereza que tocó la crisálida con su capullo y cuál es la canaleta que recogió la lágrima invisible del felino? 

Cientos de panes se hornean en un horno vacío con convidados nocturnos muy frugales.  

Tanto como el placer que se escapa por un tiempo y cada tanto me regala un espasmo de cielo mientras una flor se abre en el silencio. 

La luna es un colgante bello que mira el desencanto en esa orilla donde la espera no existe. 

Solo el mecer por el mecer sobre olas frías que aprietan mis tobillos para que me quede. 

Ahí. Quieta. 

Sin acecho y sin moralejas de ilusión que alguna vez heredé de un mundo con pájaros recién nacidos y hojas perladas por la lluvia.

10.5.24

El Kush, por Santiago Armando

  

Kush enrollado, vaso lleno… ¡Elijo las cosas buenas de la vida!

Rihanna, Twitter

 

Sabíamos que no podíamos hacer que fuera ilegal estar en contra de la guerra o ser negro, pero si conseguíamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizábamos fuertemente a ambos, podíamos desbaratar esas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, disolver sus reuniones y difamarlos noche tras noche en las noticias. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto que sí.

John EhrlichmanHarper’s Magazine

 

 

El dueño de una reputada semillera holandesa viaja por el mundo para recolectar semillas. India, Malawi, Sudáfrica, Marruecos, Colombia, Jamaica, Tailandia. En Malawi encuentra una planta con franco olor a Ananá y exclama de felicidad contra las índicas: “Quiero que todo el mundo esté para arriba y no colocado”, el sabio secretario le recuerda que ya han tenido muchas veces esa discusión y que hay momentos para el vino y hay momentos para el whiski.

Tailandia legalizó la marihuana y ahora mismo en Nepal hay movidas de despenalización por izquierda y derecha. Desde que Biden dijo la semana pasada que bajaría la calificación de peligrosidad de la marihuana, la criminalización está siendo reconsiderada en todos los países con especies autóctonas con siglos o milenios de uso, que no tenía otro uso muy diferente que el de la coca en Bolivia, distraer el hambre, trabajar a destajo y dormir. Con las índicas o las híbridas naturales no se puede trabajar y menos como se trabaja hoy, son para la vida contemplativa y el ensueño. Las sativas para la profunda contemplación están contraindicadas. Cuando en el prensado paraguayo se colaba alguna híbrida dulzona se lo llamaba “Faso de mina”. Categorizo a grandes rasgos: faso para arriba, faso de colocarse y faso dulzón o mellow. Fumar mucha índica presenta a la calavera, si no es posible dormir, y es que Shiva, el dios de esta planta, es el dios de la muerte. No hay que darle bola ni asustarse, mantener la actitud que tiene la familia de El Fantasma de Canterville y comer algo dulce.

El Charas se logra frotando la resina de la planta florecida viva o recién cortada con ambas manos, se deja que se pegue en las palmas la substancia pegajosa de color negro y después se la remueve con un cuchillo un poco calentado. Según las crónicas inglesas del S. XVIII, el mejor Charas era el de Nepal, de una planta Sativa, Nepal tiene solo sativas y crecen al costado de los caminos. En el Kush y el Pamir sativas e índicas se entremezclan, allá muy arriba en poblados donde la gente no puede tocar a los extraños que llegan, y siempre hay un vigilante que manda a quemar algún plantío. Se ven semillas rojas, verdes y violetas.

 

La Pamir Gold holandesa se vende como feminizada fotoperiódica en Argentina, crece todo el año y se planta hasta en Ushuaia. Apuesto que esa planta debe dar un excelente Charas, tiene olor y gusto a sándalo con pera, es algo muy especial, de efecto sutil, con poco THC.

Los Rastafaris plantan en un mismo lugar durante siete años y después buscan otro lugar siguiendo preceptos bíblicos.

Muchos veteranos de guerra fuman, de Malvinas, de Irak y Afganistán, lo agradecen y aconsejan: Stay lifted.

Desde que tengo relaciones sexuales fumado, cualquiera que hable en contra de la marihuana me parece un terrible pelotudo. Se coge mejor con sativas.

 

 

Llegó SHERWOOD ANDERSON Y YO. Relato del Viaje de un Escritor Norteamericano a través de su propio Mundo Imaginario, de la Editorial Santiago Rueda. Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 1945, traducido por Luis Echávarri (El mismo que tradujo Los paraisos artificiales seguido de El spleen de París para Losada). Libro grande de 385 páginas, vuelta a pegar la tapa al revés, a 3500 pesos. Es la autobiografía, el título original es A Story Teller’s Story. Publicada en 1922. Sherwood Anderson es lo único que puedo leer. Y el Manuscrito encontrado en Zaragoza, la versión íntegra de Valdemar, con toda la historia del judío errante.

 

Se cortó la luz del barrio al presionar el punto en el teclado, tercera vez que me pasa. Cracks y ruidos de animalitos en el pasillo, una pila de ratas sobre otras me miran desde la columna de la terraza. Me entró guita y pude pagar todo lo que le debía a Mercado Libre, y a la redeuda del porro: Mazar y la Black Lebanon. De noche tenebroso es escribir, fumado peor, me acuesto, hablan los electrodomésticos, aparecen flotando las dos bolitas de la Trinidad con la figura de un Cristo Talibán. Mejor escribir de día con viento, cotorras, chicharras y flaps angélicos. Bien temprano se escucha la Panamericana. El viento hace un mar sobre los álamos.

 

La infancia pobre y rural de Anderson con su madre india que le pasa grasa en las manos a sus hijos antes de dormirse, su padre pintor de carteles en los caminos rurales, borracho y luego actor itinerante. Las intercalaciones y tratamiento de las palabras que hace me permiten leerlo, su técnica, estilo, o tono, me da lo mismo. Retrata la incipiente civilización norteamericana con fluido y trazo parejo y magistral. Un sabio escritor costumbrista que mira con afecto cómo me cagué la vida, al fin. Me hubiera ayudado a su tiempo. Consuelo tardío. Lo hubiera leído en la adolescencia en lugar de las toneladas de boludeces que ya no tienen arreglo. Tiene unas Memorias que se llaman Intimidad de un Novelista, a 3700 pesos un ejemplar sin contratapa.

En una presentación en un pueblo rural el padre se enamora de una mujer más joven sin dientes cuando la madre enferma. Eso lo he visto de cerca. Marido con la esposa con cáncer terminal sale a reuniones sociales con camisita de lino ajustada y el pelito cuidado con perfume y cara de póker. Anderson pasa sobre estas cosas con gran detalle sin detenerse, todo queda en el camino de escribir. El segundo capítulo va del comienzo de su padre como actor nómade inventando dramas de la guerra de secesión, y de su extroversión grotesca, típica de los hombres del espectáculo, que en esta época presente se ve más en los periodistas que en los actores. Periodistas y locutores comen caramelos de caca para salir en vivo.

Ahí clava un mojón de su obra: su padre explota sus aptitudes histriónicas mientras su adorada y silenciosa madre, que solo se expresa mediante miradas, agoniza. Los robos y juegos con sus hermanos de otra raza, cada uno con un nombre indio compuesto en francés. Las miradas de su hermano y su madre indias que nunca podrá imitar. Sherwood era más como su padre, a su pesar, se dedicaría a la publicidad con éxito. Su mirada de indio estaba puesta en la escritura, en la definición de los personajes, en la extraña familiaridad de sus adjetivaciones.

La bomba de agua

El viento

El mate amargo

Y el tabaco agrio

Que se va acabando

A la par de los lillos

 

El poema sale

En la cama

De un bife de hígado

Tapado con frazada

 

 

The Sperm Chopper

 

Vuelve un aborto como alien en Harley

del choriducto de las ánimas

H.R. Giger, blanco, perlado,

con las fauces blancas de tu madre

(que me chupó la pija en segundo año)

en la moto de filos

Con la Corega Dorada

y el pelo recogido

de grandes colgajos blancos rastas de guasca

con la itaca

Por la panamericana

disparando a los autos lentos

En la mano rápida

hasta la Gral. Paz.

 

En la cancha de River

dispara una gruesa guasca y queda

como la esfera de plasma de Tesla

y nos dan la sede

del Mundial 2030.

 

Sube la 25 de Mayo

y pisa por arriva de la villa pringando

es un charco de nácar pisteando

cruzando Libertador por arriba

Santa Fe, Córdoba, Corrientes

hasta Avenida de Mayo

que dobla en contramano

y doblando y frenando los autos

silver spurts puddles

en veredas y ventanas abiertas

hasta la Pirámide de Mayo,

y coge un pañuelo y acelera

y tumba la reja.

 

Javier desayuna con Caputo,

están cerrando los números, le explica

el de pelo blanco,

el déficit,

podremos dolarizar con tu cara.

Javier está divertido

se podía volver

al uno a uno con verdes,

lo que no previno

fue la retroguasca

del pozo del fondo

del Choriducto

de las ánimas

Sperms Chopper

lo devuelve a repollo blanco

de feto sietemesino

y no llegan del Garrahan, no,

Ni cerca

las ambulancias con incubadoras

sin presupuesto

y de Javiercito quedaron sus ojitos

y su boquita chupada

con los pulgares juntitos para arriba

sietemesino,

y se lo comen sus perros.

 

Espermas en choperas de las costras

de atrás de Arquitectura, Isla Maciel, El Reconquista.

por el paso a nivel Pueyrredón.

Sperms se subió a los fierros

del viejo puente de La Boca

se quedó dormido y se deshizo

glisando guasca

en el agua negra del Riachuelo.

     *

 

Cof-cof: Rikifiord

Con mascarilla de aire y su madre

Con Afro de Claudias

en el campeonato de poemas bobos

del Hotel Conrad

lleva

un Carefree de Culo con barbijo

repelente trucho

y tres Havannas con sal marina

de la farmacia vasca

con kiosco

 

Repaso Las Series Infinitas de Pablo Farrés. Moroso con tono de radioteatro. Avanzo las páginas hacia el amante del novio de la mujer que relata, Claudio Scherer. Esperaba algo especial, esperaba a Rikifiórd, con su fusor Mbappé, la mascarilla de carité y el tanquecito de aire, con un Carefree de Culo con barbijo, Corega Dorada y Afro de Claudias. Son 650 páginas. Me perderé el bouquet osvaldo-deleuzo que promete y promueve Omar Genovese, por el tono de radioteatro mamón de las primeras páginas. Trataré de adelantar algo para hojear las visiones sodomíticas dantescas. Supongo que me encontraré con eso, y con los típicos terrores acelerados de los novelistas actuales. Pero se hace desear. Paso cientos de páginas y sigue hablando la boluda desconcertada de radioteatro, parece que viajan al espacio, etc.

 

Ganó Boca. Risas y Coregas en el aire con corpúsculos de pizza y Coca.

 

Ayer fumé la Kosher Haze y me trajo paz y suavidad en la cama, couchlock. Boca ganó el clásico. Encontré la Black Lebanon.

Ya no llevo una vida de lector abnegado, pero me crucé con el Manusctrito encontrado en Zaragoza, ya no me interesa leer y leer ni tener libros de consulta o adorno, solo repaso. Los cómics de Frank Miller, Sherwood Anderson.

He plantado germinaciones de variedades resistentes al norte de Europa. Hoy seguro que habrá helada. Escuché el podcast de Arcadi Espada y Yaiza Santos. Hoy es la marcha por las universidades públicas. Iría, pero siempre odié estudiar. Terminar el secundario fue un trauma. Me acuerdo de la fiebre loca que me dio en lo de mi abuela cuando pasé la última previa.

Espada y Santos hablan sobre los norteamericanos. Que no follan. Teresa me dijo que en España es igual. Yo estoy en paz con mis masturbaciones. Los curas ahora pasaron al acto con su gran formación en chamuyo en el Seminario de San Isidro. Me dice mi hermano que el párroco de Nordelta es pedófilo, que hay audios. Me fijo, en Instagram encuentro un comentario. Me acuesto, me duermo.

Dan estadísticas sobre la caida en polvos de los yanquis. Que los únicos con afán de coger son los inmigrantes. El cafecito con telo está mermando.

 

Mamá, no resoples por

Que puse la pava

Para mi mate

Cuando querías

Hacerte un té

Yo, mamá, nunca

Me pararía antes que vos

En la fila

Salvo en la farmacia

Para adelantarnos

Mientras vas al mostrador

A buscar las pastas

 

Del trabajo a la mesa,

Exprimir el limón

Con el tenedor

Sobre la milanesa

Y despejar semillas

La tele

La casa enorme para tres,

Los pañales

O el cáncer de ojete

La morfina

Y la muerte

 

Me despierto en una cama en bolas, miro hacia un balcón. Anne Hathaway enfrente con un vestido claro de satén y escote recto y voluble, mira al costado. Rikifiord desde el living que da al cuarto donde estoy le dice "qué boluda". Corte. Salgo de la cama en bolas y una asistenta me dice "buena toma" mirándome el pene. Bajo por el ascensor al lobby del edificio, hay un bar, veo toda la plaza Vicente López rodeada de confiterías y el bar con nuestro catering sin gente y comento el desperdicio de comida. El director toma dos piezas enormes de una torta blanca y me las zampo. Comiendo hago el comentario de mi alimentación frugal, mate con bizcochos y lo que haya.

 

1/5

El defensor Lema le pegó una patada a un metro sesenta del piso en la cara a un delantero de Estudiantes, alegremente y sin mirar, en el borde de su propia área chica, y quedamos afuera.

 

5/5

Murió Menotti y Estudiantes salió campeón.

 

6/5

Hice la jardinería. Por un sueño supe que tenía que plantar ahora las Black Lebanon y las puse a germinar. Hace una semana lo mismo con las Mazar. Cambié la tierra de una maceta porque era muy arenosa, ninguna planta había sobrevivido ahí. La arrojé al pasillo del jardín y con la pala metí nuevos treinta kilos de tierra nueva y la subí a la terraza, era lo que necesitaba para aplanar los nervios, me duché y puse a germinar las Lebanon. Serán pequeñas por el períoso vegetativo en pleno invierno, pero florecerán de septiembre a noviembre, supongo. Ansiedad por oler el sándalo y el anís y los dulces más íntimos de las plantas, de más lejos solo se huele un fuerte olor a pata. Solo quiero fumar el Kush y el Pamir. Ya estoy viejo para las híbridas de ahora, salvo excepciones como la MAC1 y todo lo que haga Karel Schelfhout.