[Sobre
Manual del Pintor Oficinista, Mariano
Combi, homo faber, Buenos Aires, 2023, 124 páginas.]
Mariano Combi en su Manual del Pintor Oficinista despliega un abanico de posibilidades en torno a la figura del pintor, entendiendo, a su vez, al pintor como un estereotipo del artista y al oficinista como un estereotipo en sí mismo. Combi deshace clichés y los retoma como si fuera posible, en un doble movimiento, pensarlos una vez más o verlos desde otra perspectiva, sacándolos del lugar fosilizado en el que descansa la percepción. Combi evoca lugares comunes, los confunde y los vuelve a pensar. El gesto es mostrar materiales de trabajo, palabras y líneas sobre una hoja lisa. Por un lado, palabras combinadas con un carácter de fórmula o sentencia que parecen proposiciones lógicas y, por otro lado, dibujos que replican el contenido proposicional de esas frases mostrando el desacomodo inevitable de la identidad entre lenguajes o, a la inversa, dibujos explicados cuya descripción desacomoda y también fascina porque obliga a explicitar una relación misteriosa y automática en la impresión del pensamiento. Hay un cruce de hemisferios en cada página del Manual del Pintor Oficinista. Una suerte de archivo de formas de pintar y ser artista que Combi propone, a la manera de un prestidigitador que nos muestra cuál es la carta marcada para que descubramos el artificio. Como si yo tomara esta sentencia: «El escritor pone las palabras en frases». Es y no es una obviedad. Es y no es redundante. Pero la frase que parecía patente se vuelve misteriosa, más profunda, compleja. Como si se escondiera, en lo que tenemos delante de los ojos, una verdad cifrada.
Manual del Pintor Oficinista
es, en su literalidad, un libro de afirmaciones más o menos lógicas, más o
menos delirantes sobre las múltiples posibilidades del pintor. Es un manual que
parodia el género didáctico. Pero en su vertiente paródica no agota la primera
lectura sino que la problematiza porque critica satíricamente preceptos dados
de antemano, a la vez que nos conduce hacia el final de su libro con levedad,
gracia y sentido del humor. También es una pequeña historia oblicua y pop del
arte del siglo XX, con retazos intertextuales y guiños para aficionados a la
historia del arte. Es un homenaje y, asimismo, es posible leerlo como un poema,
descubriendo el poema que subyace en toda lista. Pero, desde cualquier punto de
vista, el Manual del Pintor Oficinista
es un manifiesto, un tratado sobre el tema, un libro que se pregunta por el
sentido figurado del lenguaje y por la literalidad que reside en una imagen.
Hay algo surrealista en la conexión de imágenes, algo hiperrealista, algo
peronista, algo naif en los textos, algo sarmientino en su tono falsamente
didáctico.
En
relación a la explicación que propone la “Nota introductoria” sobre el origen
del libro, quizás sea posible delimitar sus alcances. Por un lado, estamos
delante de algo que sale de una asociación de ideas a partir de un dibujo surgido
de la pulsión de dibujar algo. Por otro lado, se propone como una serie sobre
la didáctica del dibujo o la pintura. Combi señala, en la primera página del
libro, que se trataría de una «(…) parodia a esos clásicos manuales de dibujo y
pintura, haciendo un peculiar repaso por ciertos personajes y episodios de la
Historia del Arte del siglo XX». Por otro lado, sobresale ese intento de
reflexión sobre «las distintas ocupaciones de un artista, su lugar en la
sociedad, su pertenencia a un entorno a grupo social determinado». El breve
texto “La administración del tiempo” es en sí mismo un manifiesto. Una de las
aristas más sobresalientes de esta pequeña genialidad consiste en proponer una
reflexión sobre la misteriosa ocupación del tiempo en la que incurre el artista
y sobre la relación, nunca dada de antemano, más bien tensa y muchas veces
contradictoria, entre el trabajo de artista y el de asalariado.
Leo
el Manual del Pintor Oficinista, de
Mariano Combi, y pienso en algunos ejemplos. Eduardo Sívori nace en el seno de
una familia acaudalada, toma clases con grandes maestros, pinta a sus anchas
con el respaldo material de una vida que puede consagrar a la pintura y al
perfeccionamiento de su oficio con maestros, muchos de ellos europeos. Fortunato
Lacámera toma clases en la Sociedad La Unión de La Boca mientras trabaja como
aprendiz de telegrafista en el Ferrocarril del Sur para sobrevivir. Sultana
Neder nace en el Líbano pero viene a la Argentina de muy joven, estudia en la Escuela
Nacional de Bellas Artes y el paisajista marino Justo Lynch es uno de sus
maestros, con quien van al puerto a pintar al óleo. Henry Darger trabaja en la
limpieza y por las noches, en su casa, engrosa el manuscrito de La historia de las Vivians usando muchos
de los desechos y la basura en forma de papelitos y residuos escolares que
recolecta en su jornada como ordenanza. Daniel Jhonston trabaja en un McDonald’s
cuando graba su música en cintas de cassette y se las regala a desconocidos que
le resultan simpáticos y, sobre todo, a mujeres, para que vayan a sus
conciertos. Roberto Arlt escribe en las redacciones de los diarios en los que
trabaja, robándole tiempo al tiempo. Bukowski trabaja como cartero de día y por
las noches escribe poemas y narraciones, se emborracha con cerveza y whisky,
escucha Brahms y Bach en la radio. Robert Walser, en un sanatorio para enfermos
mentales, sobre el final de su vida, escribe en unos papelitos que meses
después de su muerte, una enfermera encuentra prolijamente guardados en una
caja de zapatos. Kafka, oficinista perplejo, escritor compulsivo, se inspira en
la maquinaria burocrática de la empresa, analiza esa lógica austrohúngara hasta
llevarla a un plano metafísico y sublimarla en el imaginario de muchos de sus libros.
El Manual de Combi invita a pensar en
estos casos y en otros. En biografías de artistas oficinistas. En las formas de
colapsar el ritmo de la burocracia y de la maquinaria productiva, de aprovechar
el envión de la exigencia deshumanizante del trabajo, de su lógica absurda y de
su orden para modelar la pieza que se sale de la serie sin poder correrse del
todo de la serie en la que se inscribe. Una concepción del trabajo del artista
como ese que es capaz de incitar su propia trascendencia a contrapelo del
tiempo visible y rentable.
A
la vez, el Manual extrañifica la
mirada sobre lo que es o no es la pintura, el pintor, la obra. En algún punto esencializa
porque reduce un oficio a su esencia. ¿Pero cuál es la esencia de una ocupación
artística sino ser eso que es? El Manual
problematiza las condiciones materiales de vida de un artista. «Usar el dinero
obtenido en un trabajo para realizar otro, ese que no termina de ser trabajo»,
leemos. El Manual va de lo obvio a lo
que se oculta en lo evidente. Muestra también la ridiculez de las
contradicciones. Así, «Una Pintura sin marco no es una Pintura» y «La Pintura
no necesita Marco». El Manual
participa del humor sutil y extraño a la vez que reduce a lo extravagante las
premisas básicas del oficio. No se trata del encuentro fortuito de una máquina
de coser y un paraguas en una mesa de disección, del que hablaron los dadaístas
sino del cruce entre obra y técnica, entre la obra y las diversas formas en las
que se enmascara la vida material de un artista. Una noche Combi mira un
autorretrato de Giorgio de Chirico, lo copia y anota en la hoja: «Pintor
Oficinista». Su Manual trasunta la
urgencia y la necesidad de producir que sacude a un artista. Ese impulso vital
sin el cual no podría sentirse libre. Un libro de dibujos de línea que alude a
pintores y que, en suma, es una exaltación del dibujo. Desde la foto de Matisse
al lado de una monja en la primera página de este libro fino, editado con
pericia artesanal, nos anticipa que Manual
del Pintor Oficinista participa de un uso peculiar del capricho, de lo
absurdo, de la libertad creativa y que, aunque se lea de un tirón en menos de
diez minutos, es uno de esos objetos maravillosos a los que vamos a volver, una
y otra vez, para encontrar más preguntas.
«No
sabemos qué es lo que hace que el Pintor sea Pintor», leemos en la última
página del libro. Esa incertidumbre recorre la mirada que tiene Combi sobre el
oficio. Como si en cada afirmación se encubriera una duda, una vacilación, una
paradoja, una perplejidad sobre el oficio.