Siglo
mío, bestia mía
¿Quién
podría contemplar tus pupilas
y
con su sangre juntar
las
vértebras de dos siglos?
La
edificadora sangre mana
de
la garganta de la tierra
y
sólo el parásito tiembla
en
el umbral de los nuevos días.
Cada
animal debe arrastrar,
en
vida, su espina dorsal.
Y
una ola juega
con
la columna invisible.
Como
el tierno cartílago de un niño,
el
siglo de la infancia de la tierra
de
nuevo sacrificó, como a un cordero,
la
plenitud de la vida.
Para
liberar al siglo,
para
comenzar un nuevo mundo,
hace
falta unir con una flauta
los
desiguales días de la rodilla.
Este
siglo agita la ola
de
la tristeza de las personas
y
entre la hierba anida la víbora,
medida
de este siglo de oro.
Aún
brotarán del verdor los embriones
y
crecerán los tallos,
pero
tu espina está rota,
¡mi
bello y doloroso siglo!
Y
con una sonrisa sin sentido
mirarás
atrás, dulce y cruel,
como
bestia en un tiempo flexible,
para
contemplar la huella de tus garras.
1922
Tomado de: Tristia y otros poemas, traducción de Jesús García Gabaldón, Tarragona, Ediciones Igitur, 1998.