Más tristezas del orfebre, por Roberto Escaleno
¿Cuándo habría que morirse?
A caballo regalado no se le miran los dientes. Odia la literatura como odia la
vida. Y si alguien viene mañana y le dice que el 10 de marzo del 2027 llega Lady
Death. ¿Qué hace? Las respuestas son muchas y todas estúpidas
por hipotéticas. ¿Y por qué los periodistas que se creen Ezra Pound quieren que
los demás hablen como Magdalena Ruíz Guiñazú? Ya lo decía yo: Quand on est gentilhomme on est gentilhomme.
Todos saben que el infierno no es el lugar más caliente de la tierra. Al
contrario, es un lugar congelado, las temperaturas pueden llegar al cero
absoluto, pero sin la variedad de los colores primarios que puede ofrecer una
aurora boreal en el norte. El infierno está bien adentro. El del católico
Dante. Y el de los budistas también. Así
es que si alguien nos vaticinara la muerte, podríamos asistir a esa anunciación
como quien actualiza una pausa o alcanza un cierre. Pero no se puede vivir en la duda de
la vida ni en la incertidumbre por la muerte. La espada y la pared. Un buen
libro siempre devuelve el desorden de un cerebro encantador. Como un espejismo
acuoso borroneado por la línea adyacente del tiempo. La que va en paralelo y se
desvía y toma atajos que no sirven y no salen a ningún lado, y después vuelven
al epicentro. La ideología dominante jode. Todo es intencional, se sabe. Hasta las bobadas del inconsciente.
Todos saben que la oficina es una institución putrefacta. El orfebre se
despertó con la certeza de que pronto estaría en manos de ese café entre sus
amigos. Sus amigos se habían
vuelto pesados. Serían tres o más, y todos tristes, pero la tristeza no se
derrama, y las pasiones tristes aburren. Veremos qué pasa el 10 de marzo del
2027. Al fin y al cabo, seis pies bajo tierra no es mucho, la tierra se escarba,
y a los muertos hay que matarlos. Es difícil no creerse “algo”, se
decía. No aludía a la modestia que es a veces un modo de decir lo mismo por la
negativa, el que dice no ser nadie es porque se cree lo más. Prefería a un
fanfarrón divertido que a un modesto depre. Ser fanfa no es ser soberbio, pero
la falsa modestia es soberbia incontinente. Que cada cual, digo, se crea lo que
quiera pero que no joda con su misérrimo misionar una falsa mishiadura.
Tuvo que ir a una reunión y se cruzó con un novelista argentino que se
cree Balzac pero que es despacho de maleducación. Hablaba como si los otros no
existieran, apuntaba sólo al plumífero que va a elogiarlo. El tema era la
tragedia. Escaleno habló con naturalidad sobre la terascopia, la facultad de
adivinar el futuro, esa visión del terror le parecía más trágica que la misma
tragedia, una maldición que la excede, y el tipo le tiró en la cara el tema de
la pobreza, como si él se interesara en los pobres. Al novelista sólo le
interesaban los premios, estaba un tanto preocupado, ya no le quedaba ninguno
por ganar. Para Escaleno era un escritor transmediático: había que leerlo para
saber que fantasía se jugaba en los medios, lo que había que decir como
correctas sanguijuelas para pertenecer a un pequeño imperio. Sus palabras
sonaron heréticas y pasó a referirse a esa terateia
de los griegos: la facultad de ver lo monstruoso como monstruoso, como si un
cara a cara con el horror no fuera un don que sólo tienen algunos pocos. Chiquitaje,
al fin, terascópico y teratéico. Demasiada soberbia para dos plomazos. Escaleno
estuvo a punto de hacérselos notar (“Responde al necio según su necedad, porque
no se estime sabio en su opinión.” Proverbios
XXVI. 4-5) pero estaban hechos de la misma estofa, uno para el otro,
demasiado alienados, fundidos “en un mismo combate” y se limitó a decirles que
para él Balzac era un tipo educado, un sobreentendido que sólo él entendía: no
del todo educado. Se preguntó si Balzac era un maleducado. Ni bien llegó a su
casa, ya de noche, despertó a un profesor de literatura amigo, experto en
Balzac: ¿Era maleducado? De a poco se fue despabilando y comenzó a contarle una
trama amorosa como si esto tuviera que ver con la educación. No, no, le dijo,
lo que quiero saber es el trato que tenía con la gente, con los sirvientes, por
ejemplo, lo digo porque noté que los más fanáticos del poder –aún si este poder
es imaginario– tratan como felpudos a los que están por debajo de su escala
social que a veces es también imaginaria a diferencia de la sociedad de Balzac,
más estratificada que anarquizada. El profesor de literatura dijo, en seco, que
era un hombre educado y cortó. Un maleducado produce otro, para Escaleno ya fue
más que una intuición. Se quedó con que Balzac fue a una fiesta de aquellas, y
luego de comerse y chuparse todo, de darse hasta la médula con hachís, salió
caminando lo más campante a la madrugada. Todos estaban muy maltrechos pero uno
tuvo fuerza para preguntarle cómo era que estaba tan fresco. Lo que pasa –dijo
el autor de La recherche de l´absolu–
es que tengo poca imaginación. La escena en sí misma es balzaciana, también la
que vivió Escaleno, la Comedia sigue escribiéndose sola, sin Honoré, y sin
novelistas dudosamente honorables.