24.9.08
Actividades de uso sobre Vicente Grondona, por Javier Fernández Paupy
El libro en cuestión no se ampara en otro saber que no sea el de la franca pesquisa. Sus premisas prescinden de los modelos fatigados, de los lugares comunes de la crítica cómodamente instalada y “a medida de lo que se busca”. Claudio Iglesias anticipa y aclara desde el prefacio de qué manera el texto que introduce se ocupa de la obra de Vicente Grondona. Sus preliminares no son sólo marco y esclarecimiento a esta investigación, sino también un examen acerca de dicha tarea, que refleja, con avisada sensatez, que se trata de un discurso que a las claras no comercia con ningún precepto establecido. Porque sería muy fácil y aburrido hablar en torno a la obra de un artista desde la propuesta de tal o cual codiciado nombre propio. Eso nos confirman los textos de Pablo Accinelli y Matías Tartaglia con su propuesta de analizar la producción de un contemporáneo desde una perspectiva particular, acaso tristemente en desuso, que es la del autor. Decididos a estudiar el trabajo de Grondona, lo entrevistaron, con él discutieron, leyeron sus cuadernos de notas, visitaron su atellier, y entre otras cosas, husmearon sus bocetos. Rosana Schoijett se ocupó de asentar un registro fotográfico y Mario Caporali, uno audiovisual. A partir de ese rastreo, Accinelli y Tartaglia, intentaron develar la manera en que dichas obras estaban hechas, centrando el foco de su interés en revelar cuáles fueron los materiales usados. Crítica sólo útil para artistas y no para críticos.
Nadie podrá acusar a los autores de haberse agenciado tal o cual anquilosada teoría para su vanagloria personal, todo lo contrario, su búsqueda es fresca porque es original. Originalidad y frescura que radican en su inusitado método de exploración. No ya esa jerga que se jacta en la especificidad excluyente de los que piensan sesudamente acerca de los movimientos pictóricos de las centurias, tampoco referencias a la biografía del artista como clave para acceder a la interpretación de su obra, mucho menos conjeturas acerca de las filiaciones del autor con tal o cual colega. Esto es otra cosa, la tarea de dos muchachos que desde la praxis plástica se abocaron a una personalísima documentación de ciertas obras. No ya preocupados en agregar una sílaba más a la historiografía o al periodismo pseudo-literario, el libro se concibe desde el mero ninguneo a cualquier tipo de texto legitimador, ya sea de tendencias, ismos o referentes, y de ahí su precioso valor. Han dicho: “Nos parece importante reflexionar activamente sobre las artes visuales a partir de un cúmulo de interrogantes relacionados con la materialidad y los problemas de la obra de cada artista en particular, cuyas formas de trabajo apuntamos a hacer visibles.”
Combinando su condición de artistas y estudiosos de las “bellas artes” con su talante de meros espectadores de objetos estéticos, a lo largo de ocho obras intentan plasmar con palabras, anotar, ver, apreciar mostrar el instrumental propio de su artista: las zonas de luz, el color, la línea, la composición, la perspectiva, el contorno y el volumen, pero sobretodo descubrir y describir los secretos de la materia. Ese es su inquebrantable hilo de análisis: revelar la sustancia con la que trabajó Grondona: ya sea cloro, carbón vegetal o las distintas técnicas del grafito sobre la lana, ya sea óleo sobre tela o las muchas capas de anilina requeridas. El análisis por momentos se apoya en una lectura escenográfica de las telas, se habla de paisaje, de figuras, de personajes, de perspectivas, de planos y de puntos de fuga, de telón, de escenografía, de découvertes y de melodrama. Señalan una “pobreza voluntaria” en su autor, que detectan a partir de los ingredientes con los que trabaja, ciertos “productos baratos que se pueden comprar en cualquier parte de la ciudad”.
Lucas Tomasini se ocupa de trazar un análisis técnico de los materiales empleados. Su observación en torno a la merceología industrial abarca distintos elementos químicos como el carbono, de donde sale el grafito, la forma molecular de la anilina, de los pigmentos, del cloro o del carbón. El epílogo, Palabras usadas, es un caro elogio a la enumeración y al fervor por los listados, apéndice que hace las veces de bibliografía. Su lectura adquiere un ritmo que se desprende de ese gran inventario de términos usados, como quien enumera las herramientas con las que cuenta para desplegar su faena, en donde el libro, que no lo mencionamos pero ofrece fotografías de las obras que conforman el análisis, nos saca la última y mejor sonrisa, la que nos hace cerrarlo amigado con el mundo y con sus máscaras, contentos con la obra de Vicente Grondona y con estos muchachos entusiastas que se propusieron hablar desde otro lado, decir otras cosas, pensar con otro aparato crítico, con uno propio, y por eso mismo, tan elogiable.