Tremendo
acontecimiento
La aparición en Argentina, en 2009, del
primer libro de Carlos Busqued demostró que aún se podía escribir una novela
realista que no fuera un aburrimiento total. Esto fue así al menos para quienes
leíamos literatura contemporánea con una mezcla de esperanza y escepticismo
hacia la aparición de lo nuevo. El contexto de aquel entonces era muy parecido
al actual, primaban en el paisaje novelístico: la primera persona onanista; una
identidad confusa y consuetudinaria entre narrador y autor; la hegemonía del
cotidiano costumbrista burgués y porteño; la falta de creatividad absoluta para
la trama; los personajes anodinos; la corrección política, que era y es garantía
de la inocuidad de la literatura; una insidiosa y prepotente naturalización del
lenguaje, entendido como mero cristalino canal de transmisión, y las siempre
desalentadoras condescendencia y subestimación del lector. Por el contrario, lo
más novedoso se estaba dando en el terreno de la poesía y de la narrativa no
realista. Entonces apareció Bajo este sol
tremendo, atronador desde el título; un intruso en las aguas estancas del
catálogo de Anagrama.
Hasta la historia detrás de la
publicación hacía de este escritor novel un personaje intrigante: el hecho de
que Bajo este sol tremendo no hubiera
ganado el premio Herralde, y aun así, por mérito propio de la novela, Herralde
hubiese decidido publicarla, refrendaba el dicho de que el mejor libro siempre
se lleva el segundo puesto. ¿Quién ganó ese año el Herralde? Nadie se acuerda.
O bien, la respuesta es más simple: lo ganó Busqued. Un concienzudo lector de
Anagrama, casi un suscriptor si eso existiera, que a los 39 años termina su
primera novela y logra incluirla en el catálogo de su editorial preferida. Ese
es un origen posible del personaje mitológico que el propio Carlos Busqued, con
el impulso que le confirió una relativa celebridad, fue construyendo para su
figura de autor a base de apariciones públicas, su blog “borderline carlito” y
la cuenta de Twitter “un mundo de dolor”.
Esta imagen autoral, por un lado, y,
por otro, la biografía pre-Herralde, reconstruida por amistades y colegas a
partir de necrológicas, fueron los aspectos más destacados luego de su muerte,
a raíz de un infarto, el lunes 29 de marzo, a los 50 años de edad. Poco se ha
escrito, sin embargo, sobre el valor de la corta pero más que suficiente obra
de este autor (dos libros publicados: la ya mencionada opera prima y Magnetizado, de 2018). La figura de
Busqued se había vuelto, al parecer, un dato que se valía por sí mismo. La
propia repercusión de Bajo este sol
tremendo y la tan esperada aparición del segundo libro resonaron y resuenan
sin que mucha crítica se pregunte por qué su escritura repercute como
repercute. Dicho de otra manera, ¿por qué son tan buenos los libros de Busqued?
O bien: ¿Qué significan los libros de Busqued para el estado actual de la
literatura latinoamericana? Y, en la medida de lo abarcable: ¿Qué enseñan sus
libros sobre la práctica de escribir ficción?
El
discurso cínico
Valgan como coordenadas de vida los
siguientes datos: Carlos Sebastián Busqued nació en Presidencia Roque Sáenz
Peña (Chaco, Argentina), en 1970; se graduó de ingeniero metalúrgico en la
Universidad Tecnológica Nacional (UTN) Facultad Regional Córdoba, donde fue
docente de ingeniería y director de Cultura y Comunicación Social; luego se
mudó a la ciudad de Buenos Aires, donde trabajó en el área de Pre-prensa y
Producción en la editorial de la UTN. En paralelo a su desempeño como docente
en Córdoba, Busqued produjo y condujo varios programas en la radio de la
Universidad: El otoño en Pekín, Vidas Ejemplares y Prisionero del Planeta Infierno, algunos de los cuales estaban
dedicados asesinos en serie y “desviaciones” sexuales, entre otros temas
predilectos. Colaboró con la revista El
ojo con dientes y, recientemente, con el número despedida de la Cerdos & Peces. Fue también en un
taller de la UTN Córdoba, coordinado por Sergio Mansur, donde empezó a vincularse
con otras y otros escritores en formación, e integró el grupo literario El
Círculo de la Serpiente (junto a Nelson Specchia, Alejandra Zurita, Gustavo
Echeverría, Alejandro Jallaza y Leandro Aguirre). Esto último es destacable
porque de la formación temprana de Busqued no se conocía mucho más que la de
ser un lector devoto de escritores traducidos al castellano, como Emmanuel
Carrère, Charles Bukowski y Kenzaburo Oe. En contra del lugar común de que la
escritura es un arte solitario (discurso al que él mismo abonaba), el dato de
que fue a un taller y formó grupo confirma que la literatura es gregaria, y que
ningún escritor (ni el tan pretendidamente misántropo Carlos Busqued) se hace
solo.
Mientras todo lo anterior seguía en las
sombras para el público general, muy pocos sabían que un chaqueño radicado en
Córdoba andaba y desandaba obsesivamente los fragmentos de una novela con la
intención de sacarse de sí, como dice en una entrevista, “un clima que tenía
adentro”. Una vez lanzada, Bajo este sol
tremendo sonó como un cascotazo en las aguas estancas de la novela realista
latinoamericana. O más bien habría que hablar de disparos a repetición; tantas
y tan tremendas son las variables que
Busqued hizo coincidir en su primer libro (como se dice en criollo, puso toda
la carne al asador). Están los documentales de calamares gigantes; está el
video snuff en el que cinco alemanes le meten un bate de béisbol en el ano a
una anciana; está el aire “espeso y con olor a una mezcla de porro, esperma y
jabón” en el sótano donde Duarte secuestra personas para cobrar el rescate;
están los insectos gigantes y el barro de Lapachito (ambos venenosos); está el
cebú fugado de un matadero al que un camión le quiebra la columna; están los
dogos violentos que terminan siendo sacrificados de un disparo; están los
elefantes enloquecidos a base de descargas eléctricas. Pero, como trasfondo de
esta serie de figuras y escenas ominosas, la red que sostiene el “clima” de Bajo este sol tremendo es la convicción
de que el odio y el resentimiento son un combustible precioso, incluso
necesario, para la ficción.
Porque resulta insondable la psicología
del autor, pero, sobre todo, porque carece de importancia para el análisis
estético, la pregunta acerca de qué resiente, qué odia la novela de Busqued
debe ser respondida estrictamente en términos narrativos. Y es un personaje el
que condensa el gran enemigo de Bajo este
sol tremendo: Duarte y el cinismo criminal del neoliberalismo en las
republiquetas del sur. Este suboficial retirado de la fuerza aérea que trafica
herencias, certificados de discapacidad, drogas y personas con la misma
naturalidad se mueve como un anfibio entre el vecindario de Lapachito y la
burocracia castrense. La construcción de Duarte como personaje es ejemplar no
solo por su potencia, sino principalmente por la manera paulatina en que los
rasgos de su carácter se van definiendo hacia lo más oscuro.
El arco que une los “dientes podridos
[con los] que sonreía como en una propaganda de dentífrico del infierno” y la
colección de pornografía hardcore con los planes de secuestro, violación y
asesinato que Duarte efectúa con la frialdad de un molusco está eregido sobre
un trasfondo histórico y político que lo determina: las desapariciones forzadas
y los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura
cívico-militar en la Argentina. Este contexto es, a la vez y paradójicamente,
lo más terrible y lo menos explícito del texto; aparece por fragmentos y
alusiones, o en el registro testimonial de un archivo fotográfico en la casa de
Duarte:
Eran
las típicas fotos de registro de instalaciones y equipamiento: calabozos,
camionetas, una sala de reunión. Eran fotos de operativos rurales, con la
mayoría de los milicos vestidos de civil. En una, de fondo se veía una
camioneta cosida a balazos. Entre el guardabarros y el comienzo de la caja, que
era la porción que se veía, Danielito contó nueve agujeros de un calibre muy
grueso. Su padre estaba en cuclillas, descansando sobre la rodilla el brazo
derecho con la pistola (la misma pistola con la que él acababa de matar a los
perros) en la mano. A su lado había tres personas acostadas, cuyas caras habían
sido tapadas con líquido corrector. La última había sido sacada evidentemente
de noche: una escena congelada en el fogonazo del flash. De vuelta estaban en
el Skymaster. La puerta removida permitía ver el interior del avión. Su padre
estaba serio en el asiento del piloto, chequeando los instrumentos. En el
asiento de atrás, Duarte miraba a cámara pero sin posar, como si lo hubieran
llamado antes de apretar el obturador.
Milicos de civil, una avioneta sin
puerta, rostros borrados con corrector líquido (más las tareas en la selva
tucumana a las que alude Duarte unas páginas atrás) son más que suficientes
para traer a la memoria los crímenes y criminales de lesa humanidad aún sin
juzgar, y los cuerpos de personas que quedan aún sin aparecer. Las tramas de la
dictadura, los desaparecidos, la apropiación de hijos, la guerra de Malvinas,
no son ajenas a la novela contemporánea; pero sí resulta innovadora la
aparición de este trasfondo en una novela cuyas primeras páginas, entre el humo
de porro, los sánguches de miga y los documentales de Discovery Channel,
parecen apuntar hacia otro lado. De manera lateral pero efectiva (o efectiva
gracias a esa lateralidad), la primera novela de Busqued puso la mira, mediante
la configuración de Duarte como su personaje estrella, en elementos de la
realidad presente que muchas veces, de manera consciente o no, se dan por
pasados.
Por supuesto, como se trata de literatura
y no de sociología, el material que funge historia con ficción es uno de índole
verbal; artificio que, en el caso de la escritura de Busqued, se apuntala en
imágenes, acciones y, sobre todo, frases. A través de los parlamentos de Duarte
habla el discurso cínico del neoliberalismo (al que Busqued define como “un
agujero en el alma”). El autor dice en varias entrevistas que fue una frase que
escuchó por ahí la que le permitió terminar de armarse el personaje de Duarte;
una frase que, incorporada a la novela, funciona como el clímax del cinismo,
referida a las torturas que sufría una elefanta en el circo para que aprendiera
a “bailar”. Una persona dispuesta a infringir el mayor dolor posible, pero del
que jamás se haría responsable:
–Me
encanta, me la llevaría a mi casa. Y sabés qué hago: le doy máquina, la cago a
palos todos los días. Hasta que llegue la noche en que no aguante más, como los
elefantes esos de la India.
–Y
usted dice que a ver si el bicho va y algún día le toca la puerta.
–Ha,
ha, sí, sí –dijo Duarte–. Lo mismo ésta ya no le golpea la puerta a nadie.
–Y
si eso pasa –preguntó el otro–, si va y le toca la puerta, ¿usted le abre?
Duarte
soltó una risita.
–No,
claro, hehe. Ni en pedo. Nunca. Estás loco vos.
Un
raro entre los raros
Dejar hablar al enemigo, y encontrar en
ese habla una riqueza verbal que permita construir un gran personaje y, al
mismo tiempo, definir un discurso gravitante de la época es la línea más
interesante (y con el trazo más fino) de Bajo
este sol tremendo. Leída en ese sentido, también conduce naturalmente al
tan esperado segundo libro de Busqued, Magnetizado,
en el que “dejar hablar” vuelve a ser la consigna para la construcción de un
personaje. Ya no un representante del mal que se esconde en lo cotidiano, sino,
muy al contrario, una reconstrucción biográfica que le devuelva la subjetividad
a una persona que siempre ha sido tenida por monstruo.
La historia no era tan conocida hasta
que la publicación de Magnetizado la
volvió a poner en agenda por unos meses: en 1982, Ricardo Melogno, armado con
un revólver que le había dado su padre para su seguridad, mató a cuatro
taxistas sin motivo alguno (tres en el barrio porteño de Mataderos y uno a
pocas cuadras de distancia, pero ya del otro lado del límite con la provincia
de Buenos Aires). El asesino tenía 20 años y, desde que fue arrestado hasta la
actualidad, pasó su vida dentro de instituciones psiquiátricas y carcelarias.
Es irónico que la libertad de Melogno, cuya personalidad ha sido catalogada
como limítrofe (borderline), esté en entredicho por un conflicto de límites
jurisdiccionales: “–En Capital soy inimputable, no comprendo mis actos. En
Provincia comprendo y, en consecuencia, soy responsable de mis actos. Premio
Nobel de psiquiatría para la justicia de Provincia, que tiene el remedio para
la locura: la avenida General Paz”, explica el propio Ricardo Melogno, con un
sentido del humor envidiable, en algún momento de las más de noventa horas de
conversación con Carlos Busqued.
Este diálogo, que en principio habría
surgido por una recomendación del equipo de psiquiatría como herramienta para
que Melogno pudiera reconstruir su historia (ya que, del momento de los
asesinatos, él solo tenía recuerdos difusos y entremezclados con la información
adquirida por peritos y jueces), encuentra en Busqued una escucha atenta y un
concienzudo artesano del texto. No solo es evidente que, por su afinidad a este
tipo de casos, es el escriba ideal para contar, en primera persona, la historia
del asesino serial más raro de la Argentina (raro dentro de los raros, ya que
cometió cuatro asesinatos en un mes y se detuvo); sino que, además, Busqued se
preocupa por editar la transcripción de las charlas y realizar un montaje que
colabore en función de un objetivo claro y explícito, que aparece hacia el
final del libro en palabras de Melogno:
La
única expectativa que tengo, la única deuda trascendental, es ser una persona.
Yo fui cucaracha. Y después un monstruo. Y después un preso. Me gustaría ser
una persona. O sea, no ocultar lo que fui, pero… ser una persona común. Cuanto
más pueda desaparecer entre la gente, mejor.
Esta función ética y política de Magnetizado es singular (por el caso que
trata) pero no nueva. Tampoco lo es la técnica que desarrolla, que rápidamente
se puede asociar a la escritura de Rodolfo Walsh o Manuel Puig, como referentes
locales eximios que han trabajado con la tecnología disponible (el grabador)
que permite un corrimiento tanto del narrador como del autor para dar espacio a
la voz de los otros marginados. El cut-up de notas periodísticas e informes
psiquiátricos al comienzo del libro son otro recurso muy efectivo para enmarcar
la biografía de Melogno, hablada por los medios y las instituciones, antes de
que él dé su testimonio. Pero, insisto, no hay innovación en estos gestos; a lo
sumo, una vuelta a una tradición muy importante de la literatura
latinoamericana con un aire renovado (que no deja de ser interesante) por las
asociaciones leves con la así llamada “escritura no creativa” abocada, claro,
al testimonio.
Lo más destacable de Magnetizado es lo que se puede sospechar
de cálculo en relación al, por momentos, tirano sistema editorial y mediático
que, en el caso de Busqued, le exigía una segunda novela para ser escritor.
Como si con Bajo este sol tremendo no
alcanzara, debía publicar más. La aparición de la charla con un convicto
(producto, casi, de un trabajo social más que de una investigación
novelística), en la que prácticamente no hay narrador, lejos está de la
apariencia de una segunda novela. Y está lejos de la forma de una novela
también, ya que, cuando Melogno deja de hablar y el micrófono se apaga, apenas
está construido el personaje de una trama que terminó antes de comenzar.
Nuevamente, y leído en términos de literatura conceptual, todo lo anterior,
aunque no es suficiente para armar una novela, es perfecto para un artefacto
verbal que no responde a ningún género establecido.
Como en su antecesor, Magnetizado presenta dos niveles
fundamentales en su factura que, no solo son poco frecuentes en la actualidad,
sino que se vuelven preciosos a la hora de seguir pensando la práctica de la
escritura: la conciencia histórica y la conciencia formal.
El breve paso de Ricardo Melogno por el
Servicio Militar Obligatorio, donde aprendió a disparar y a armar un fusil con
los ojos vendados; su coincidencia con la guerra de Malvinas, en la que no
combate por estar sujeto a juicio sumario; el hecho de que, en el período de
los asesinatos, fue visto por sus vecinos vistiendo uniforme militar (todo esto
en época de dictadura); son viñetas que el texto, sin agregar interpretaciones,
administra de manera tal que reconstruye el contexto histórico y crea sentidos
por yuxtaposición al relato de la vida del protagonista. Hacia el final del
libro, la psiquiatra entrevistada ensaya algunas hipótesis al respecto, que
señalan la posibilidad de que el servicio militar, en la experiencia de
Melogno, haya funcionado como contención y garantía de orden, pero luego, al
volver a su vida civil, el contraste con la falta de un orden externo haya colaborado
con el brote psicótico que condujo a los cuatro crímenes. Magnetizado tiene mucho de relato policial; es, como acota el
propio Busqued en una de las últimas secciones del libro, un “crimen sin
resolver” en el que “el asesino está preso, están claros el dónde, el cuándo,
el cómo, el quién, pero falta el por qué”. No es directa ni enfatizada la
relación entre dictadura militar y asesino serial, pero resulta destacable el
continuo contrapunto con el contexto social e histórico. Busqued no deja de
lado esta dimensión sustancial como podría haber hecho cualquier otro novelista
sensacionalista en que hubiese caído la tarea de retratar a un “psicópata”
–sinónimo, cuando lo cuenta Hollywood, del mal absoluto, atemporal, inefable e
individual.
La consciencia formal, lo que hace que Magnetizado no sea una simple
transcripción, no reside solo en la selección y el montaje, sino principalmente
en la sutil y única aparición del narrador, al final del libro, en el capítulo
“Electricidad y magnetismo”. Este gesto u operación quirúrgica supone una
lectura precisa sobre el material con el que trabaja (el relato de la vida de
Melogno), el objetivo y la ética con la que se encara Magnetizado. En virtud de ocupar el punto ciego del relato, Busqued
echó mano a un dibujo de M.C. Escher, “Galería de grabados”, cuyo centro, como
la memoria de Melogno, está ocupado por un círculo en blanco de contorno
difuso. El artista holandés puso su firma en ese punto ciego; pero hace unos
años unos matemáticos completaron lo que Escher había dejado sin dibujar, y el
resultado fue una puesta en abismo o efecto Droste, en la que la galería de
grabados y la ciudad que la contiene se continúan una dentro de la otra hasta
el infinito. La traducción a texto y en clave magnetizada dice así:
Desde
el espejo retrovisor, unos ojos extraños lo miran fijamente y de manera muy
intensa.
Mientras
dura congelado el instante, se produce una correspondencia entre esas dos
miradas. En la película acuosa que recubre los ojos que miran desde el espejo,
se refleja convexa y oscuramente el interior del taxi. En particular, chiquito
sobre el centro de las pupilas, se puede ver el rostro del joven pasajero que
mira hipnotizado hacia el retrovisor, como un ciervo que es iluminado por un
reflector que se enciende interrumpiendo la oscuridad de la noche. Si se
pudiera hacer un zoom a las pupilas de ese rostro, se verían reflejados otra
vez los ojos que miran desde el espejo retrovisor. Adentro de esos ojos,
nuevamente el rostro del joven, y así sucesivamente: una imagen dentro de otra
imagen, una continuidad de reflejos que se enfrentan. La realidad misma
volviéndose cada vez más chica.
La apropiación de este recurso le
permite a Busqued, con la súbita aparición de un narrador, reconstruir el
primer asesinato de un taxista y subsanar el espacio vacío en la “trama” con
una puesta en abismo en la psiquis de Ricardo Melogno, cuya noción de realidad
se jibariza a pasos acelerados. Solucionar una falta con la profundización de
esa carencia: herramienta a considerar, propia de una estética singular y bien
nuestra, del arte en las periferias.
Morir
justo a tiempo
Carlos Busqued no necesita más libros
que sus dos libros publicados para ser un escritor singular. De hecho, ya con Bajo este sol tremendo habría sido suficiente.
No parecía estar ajeno al gran problema de todo novelista: ¿Qué publicar
después? Angustia que es tan inocua como real. Y que cada escritor o escritora
resuelve a su manera. En el caso de Busqued, se resolvió así, con una muerte
temprana. Temprana para la persona, pero no para el autor. Quedan sus dos
libros y, seguramente, lo que se rescate de una novela inédita sobre
criptonazis en Córdoba –de la cual, adivino, forma parte la entrevista, acaso
ficcional, “Jim Jones en la puerta de tu casa con un mono en la mano”, que
salió publicada en la Cerdos & Peces
Nº 60.
No me refiero a leyendas ni mitos ni a
la ya tan aburrida figura del escritor maldito. Muy al contrario, Carlos
Busqued era una persona corriente (gran conversador y muy amable, hay que decirlo)
que escribió dos libros muy buenos, que cualquier lector o lectora más o menos
curioso puede disfrutar y de los que cualquier escritor o escritora con ansias
de pensar la práctica literaria puede aprender mucho.
Tomado
de: Revista Casa de las Américas, # 302-303 – enero-junio 2021pp. 162-169.