¿Cuál es
el colmo de la miseria?
Ver tv, series.
¿Qué virtud valora más en las personas?
Que no militen por abstracciones, fantasmas.
¿Qué es lo que más le gusta hacer?
Perder el tiempo.
¿Dónde querría usted vivir?
En
Lambaré, donde vivo actualmente.
¿Cuál es
su ideal de la felicidad terrestre?
Que nadie me moleste.
¿Con qué
errores tiene la mayor indulgencia?
Con ese que
busca el reencuentro con la vida, pujando por obtener en cada intentona la
perla de los Gnósticos.
¿Cuáles
son los héroes de novela que prefiere?
Watt de Beckett, cualquiera de Los posesos de Dostoievski, Jorge Malabia de
Onetti, Dagoberto bizco, monópodo y folísofo de Murena. Tyaratyondyorondyondyo,
joven de extraordinaria
belleza que según un cuento herero fue asesinada por la envidia de las otras
jóvenes igualmente bellas, pero, como dicen los pastores,
Tyaratyondyorondyondyo sobresalía como el dedo del medio entre las demás. (Antología
negra, Cendrars).
¿Cuál es
su personaje favorito de ficción?
Ese Archibaldo de la Cruz noir de Obsession (Hidden room) de Edward Dmytryk,
1949, se trata de un marido cornudo que decide disolver al amante (su amigo) de
su bella e infiel esposa.
¿Cuáles son sus heroínas
favoritas de la vida real?
Las mujeres cheyennes –tiernas y amables madres y esposas en la vida
diaria- salen con cuchillos para mutilar los cuerpos de los enemigos muertos.
¿Su pintor
favorito?
Los trogloditas que pintaron los caballos de Chauvet
¿Su músico favorito?
Cualquier músico africano, el tecladista etíope Hailu Mergia, el antropólogo y
cantautor camerunés Francis Bebey o Traoré Amadou llamado Ballaké (Burkina
Faso).
¿Su cualidad preferida de los
hombres?
El
silencio.
¿Su
cualidad preferida de las mujeres?
“Una mujer con quien beber y morir”.
¿Su virtud preferida?
Virtud del
rey Arturo para ver el miligramo milagroso.
¿Cuál es su ocupación
preferida?
≪Que en la monótona e interminable
serie de vocablos carentes de sentido‚ en determinado punto‚ encuentre la
palabra mágica‚ aparentemente similar a todo el resto≫
¿Cuál es su idea de la
felicidad perfecta?
No salir nunca de la pobreza, venero de la fantasía.
¿Cuál es su miedo más grande?
Un planeta donde se prohíba tomar cerveza y coger con mujeres.
¿Cuál es el rasgo que más
deplora de usted mismo?
La curiosidad.
¿Cuál ha sido su mayor
atrevimiento en la vida?
Ninguno.
¿Cuál considera que es actualmente la
virtud más sobrevalorada?
La indignación digital.
¿Qué es lo que más le disgusta
de su apariencia?
Su virilidad hirsuta y heathcliffiana.
¿Cuáles son las palabras que más usa?
Nambré (no me vengas con eso)
¿Qué es de lo que más se arrepiente?
No
haber aprendido a andar en bici y nadar y manejar un coche.
¿Quién habría amado ser?
El viento en un bosque de b0ambú y tacuaras.
¿El rasgo
principal de su carácter?
La
inconstancia.
¿Su sueño
de felicidad?
Que el canto
de mis luchas cotidianas, no muera. Que sea cantado siempre y viva más tiempo
que todos los reyes y tiranos y héroes.
¿Cuál sería su mayor desgracia?
Haber nacido.
¿Su principal defecto?
El aburrimiento, todo termina aburriéndome.
¿Eso que querría ser?
Yo
a los 16 sin granitos en la cara.
¿El color
que prefiere?
El rosicler, el rosado del amanecer.
¿La flor
que más le gusta?
Las de los cactus.
¿El ave
que prefiere?
El chingolo lugonesiano o el colibrí (mainumby
o mainó) mbya guarani.
¿Sus héroes en la vida real?
Arecayá,
Guyraverá, lideres de las rebeliones indígenas de los siglos XVII.
¿Sus heroínas en la historia?
Fanni
Kaplan.
¿Sus nombres favoritos?
Agripina, Eleuterio, Anastasia.
¿Dónde y cuándo es feliz?
Cuando duermo y sueño.
¿Cuándo miente?
Todo el tiempo, ahora.
¿Cuál es su idea de la muerte?
Para los
vivos la muerte no existe; en cuanto a los muertos, no existen ellos.
¿Qué no perdonaría?
No dejarse
matar por las tres obras que veneras.
¿Cuál considera que ha sido su mayor
logro?
Jugar el juego de la vida hasta la última baraja o pieza, a pesar de su
manifiesta trampa y final cantado.
¿Para usted qué es un buen
insulto?
Anus Caín, la de Céline contra Sartre.
¿Cuál es su idea de la
fidelidad?
La del escritor a su escritura.
¿Qué cosas detesta por encima
de todo?
La obsesión
por los fantasmas en el hombre moderno.
¿Personajes históricos que más
desprecia?
Papa
Inocencio VIII, perseguidor de la magia popular.
¿El hecho militar que más
admira?
La
de Gral. Díaz en la batalla de Curupayty, la única victoria paraguaya de la
Guerra Guazu.
¿La
reforma que más admira?
Las leyes germanas que protegían a las mujeres: “El que corta la cabellera
de una jovencita, esta condenado a pagar sesenta y
dos monedas de oro; el ingenuo que ha apretado la mano o el dedo de una mujer
de condición libre, es punido con una enmienda de quince monedas de oro; de
treinta, si le ha apretado el antebrazo, y de cuarenta y cinco si le ha tocado
el seno (si mamillam strinxerit)”.
¿El don de la naturaleza que
quisiera tener?
El
del chamán, todo lo que toca es más bello, sano, grande y fabuloso.
¿Cómo le gustaría morir?
Cogiendo
se dice en Paraguay, tatuári.
¿Estado presente de su
espíritu?
Zen,
Tao.
¿Cuál es su frase preferida?
Macht kaputt,
fue euch kaputt macht! (Destruye eso que intenta destruirte). ¡Que es, por cierto, el estado
actual de mi WhatsApp!
25.11.21
Cuestionario Proust a Cristino Bogado
7.11.21
Bumba meu Boi, por Carlos Rosendo Quiroga
El Atelier del Mestre Lua queda a media cuadra del corazón
del Pelourinho, en San Salvador de Bahía, sobre una callecita lateral que
desemboca en una plaza seca (hay tantas plazas como iglesias en Bahía). Llegué
hasta allí viajando, había estimado en cuatro meses el tiempo necesario para
recorrer los más de ochocientos kilómetros que separan la ciudad de Recife, en
el estado de Pernanbuco, con la ciudad de San Salvador de Bahía, la capital del
estado de Bahía, desde donde tenía el vuelo de vuelta, viajaría sentido al sur.
Ir de pueblo en pueblo, de playa en playa y sin ningún itinerario establecido
era todo el plan. Si la estaba pasando bien me quedaba y si no seguía viaje. El
centro de la Ciudad de Bahía y el Pelourihno son destinos obligados para
cualquier viajero que pase cerca y que tenga tiempo. Fue así que me encontré
recorriendo sus callejuelas laberínticas y sus becos, sintiendo el calor
abrasador del sol en la suela de las ojotas que se me derretían bajo la planta
de los pies, sobre los adoquines calientes. No recuerdo exactamente qué fue lo
que me llevó a entrar al atelier del Mestre Lua, pero entré. Quizás me llamó la
atención que se tratase del taller de un Luthier de instrumentos de percusión,
estaba lleno de ellos, quizás solo buscaba refugio del sol, lo cierto es que
entré. Luego descubriría que Mestre Lua era mucho más que un luthier. Durante
un buen rato miré los instrumentos colgados en las paredes y nadie vino.
Materiales vírgenes por doquier, maderas, hierros, flejes de acero enrollados,
rollos de cuero. Materias primas, pensé. Se destacaba la variedad de pandeiros,
los había con parches de cuero de vaca, de reptil, con aros de madera, lisos,
grabados, con chin chines dorados o chin chines negros. También había
tumbadoras de varios tamaños y diámetros, congas y requintos por todos lados.
No toqué ninguno, solo imaginaba como sonarían. Pasado un buen rato seguía solo
y como estaba cómodo e interesado no me importó. Creo que cuarenta minutos
después apareció desde atrás de una cortina un flaco, alto, desgarbado, de pelo
muy corto, de modales temblorosos y mal quemado por el sol, que en un
dubitativo portuñol intentó venderme algo.
–Hablo español. Lo
interrumpí.
–Ah, bueno, ven vámonos,
¿Cómo andas? Soy Mosquinha. Se presentó y
me dio la mano.
–Vamos a tomar una pinga
al bar do Guma, ahora Mestre Lua está encerrado trabajando y no hay que
molestarlo.
Hasta ese entonces
solamente conocía las pocas manzanas que rodean la entrada al Pelourinho y los
alrededores de la estación del ascensor Lacerda. Mosquinha empezó a caminar
para el lado contrario, bajando la ladera, alejándose de la ciudadela, en
dirección al mar. El Pelourinho está arriba de un morro, es por eso que hay que
tomar un ascensor comunitario de una sola estación que transporta a la gente
desde el nivel del mar, donde se halla casi toda la ciudad de Bahía, hasta la
ciudadela colonial en la cima, el Pelourinho. En los alrededores viven
mayoritariamente quienes trabajan en este circuito turístico. Desde los
empleados de hoteles y restaurantes hasta guías
personales o traductores ocasionales a la pesca de alguna oportunidad.
La situación me inquietó, no es recomendable caminar por lugares desconocidos,
en país ajeno y recién llegado, pero la confianza de Mosquinha me animó a
seguir. Caminábamos rápido y de cabeza gacha, casi no hablamos en todo el
trayecto hasta llegar al bar, otro bar más en Brasil, pero en este nos
recibieron con los brazos abiertos. Por la forma en que Mosquinha saludó a
todos hacía tiempo que se conocían.
–Hace casi dos años pasé
por acá y me quedé trabajando para el Mestre Lua –me dijo, y se tomó el primer
trago de un sorbo. Tomábamos pinga (cachaça) cortada con un chorrito de
Martini. De una y sin sal. Yo necesité tres o cuatro sorbos para terminar el
mío. Se siente cómo el alcohol recorre el esófago por dentro y lo va quemando
mientras baja hasta el estómago, genera
una contracción en los músculos del cuello y escalofríos en la nuca. Pero a
Mosquinha no parecía causarle el mismo efecto. Después supe que para él era la
cuarta ronda del día antes de planificar lo que haría a la noche.
Nos llevamos bien de
entrada. Hablamos largo y tendido mientras atenuábamos el sacudón del Rabo
de galho con cerveza fría.
–Tenés que conocer
Arembepe. ¡Flipante!
Le hice caso y fui, pero
esa es otra historia.
Me contó sus viajes y yo
los míos, que eran menos y mucho menos interesantes. Había nacido en Barcelona
pero hacía bastante tiempo que no volvía a España. Así, sin arraigo en ningún
lado, se dedicaba a viajar por el mundo. O por esta parte del mundo. Estaba
cómodo y ocupado en el Pelourinho trabajando para Mestre Lua y con eso que
ganaba alquilaba una pieza a pocas cuadras del bar.
–Cuánto más te alejas del
centro, más barato es el hospedaje –me decía.
Quedamos en vernos al
otro día en el taller para ayudarlo con el trabajo que Mestre Lua le había
encomendado.
Amanecí con dolor de
cabeza, mucho dolor de cabeza, tanto que me costó más de lo habitual
recuperarme. Llegué justo al mismo tiempo que Mosquinha salía para la calle de
las telas a comprar retazos o cualquier cosa que sirviera para darle vida y
color al toro. Sin más preguntas lo seguí, antes de llegar hicimos una parada
táctica en lo de Guma. Conseguimos unas bolsas con retazos de Lycra de colores
brillantes y unos apliques de fantasía con espejitos dorados y miniaturas de
ángeles y santos, todo finamente engarzado en una cadenita de plata. Con todo
eso encima volvimos al taller, pasamos directamente al fondo y vimos que Mestre
Lua había salido hacía poco, el barril de aceite donde templaba los aros de
acero de los tambores todavía humeaba.
–Ya volverá. Venga tío,
vamos a trabajar.
En el centro del taller
se erguía un gran Toro que dominaba toda la escena, estaba construido con el
cuerpo de un viejo sillón de mimbre, una calabaza seca con dos pedazos de cuero
a los costados que hacían de orejas, dos zanahorias de cotillón como cuernos y
un rabo de tela desflecada. El trabajo consistía en hacer pasar un hilo entre
la trama del mimbre y atarle tiritas de tela sujetas desde una punta y repetir
esta acción todo alrededor del cuerpo, de modo que al moverse bruscamente de un
lado a otro, generara un efecto de movimiento solapado. Los espejitos, los
colores brillantes de la Lycra y el sonido de los Chin Chines de chapa
completaban la ilusión. Pasamos toda la
tarde tomando cerveza y atando tiritas de tela y cadenitas de fantasía al
cuerpo del toro. Le hicimos una montura de cartón y cuero, cubrimos la parte de
abajo con una esterilla de mimbre para que no se vieran los pies de quien lo
guiaba. Llegó la hora de irnos al bar,
pero esta vez nos fuimos con la conciencia tranquila de haber terminado el
trabajo para Mestre Lua. Esa noche entendí que en realidad habíamos hecho un
trabajo para toda la comunidad. Pedimos otro Rabo de galho y lo tomamos
de un sorbo. Esta vez sí pude. Hacía cuatro días que estaba en Bahía y todavía
no conocía la playa.
Es el día de Bumba meu
boi y todo está listo. Una cachaça, una cerveza y Mosquinha se perdió para
siempre bajo el toro. Salimos del taller. En la puerta un nutrido grupo de
gente nos esperaba, turistas, curiosos, varios con tambores, birimbau o
simplemente cotillón. Ni bien vieron asomar los cuernos del toro los niños
comenzaron a correr alborotados alrededor, orgullosos de poder desafiarlo,
saltando y esquivando los embistes. Había empezado. Entre cantos y plegarias
recorrimos durante horas las calles del Pelourinho, dando vueltas, pasando
varias veces por el mismo lugar, riendo, cantando y esquivando las embestidas
de un toro que no se cansaba en sus intentos de conseguir cornear a alguien.
Mosquinha soportó estoico toda la noche hasta que paramos en una plaza y se
armó una ronda. Cantos de Birinbau, temblores de Caxixi, la danza
de los que luchan. Así como lo hicieran siglos atrás los habitantes negros del
Recóncavo Bahiano, con Besouro como guía y un infierno en sus espaldas curtidas
a cuero y planazos.
La ronda siguió toda la
noche, y probablemente toda la mañana siguiente, pero yo me fui a dormir.
Cuando me acerqué a despedirme de Mosquinha le dije que había decidido irme a
Arembepe, decisión que festejó y me invitó a beber una vez más. Antes de irme,
alguien me tomó del brazo y me dijo al oído en un susurro:
–Lembre desta noite,
vai levar con você
a Exu a vida toda.
No alcancé a verlo del
todo, sólo un reflejo de luna sobre la frente y los hombros. Se mezcló entre
los capoeiristas que cantaban y reían mientras se tiraban patadas forzadas e
imposibles de descifrar.
Y me fui.
6.11.21
Al filo del tiempo, por José Fraguas
(Sobre El pasado irreal de Jorge Quiroga)
|
¿En
qué consiste la irrealidad del pasado a la que hace referencia el título del último
poemario de Jorge Quiroga? ¿Es irreal porque es construido y por eso inventado y
quizás literario? ¿Será real entonces el presente? O se tratará más bien de un
tiempo verbal nuevo, un pretérito que no es perfecto ni imperfecto sino irreal.
Quiroga no da una respuesta o da muchas y logra que la poesía hable como ella
sabe de cosas como el tiempo, el espacio y la memoria.
Para
Quiroga el pasado es un conjunto de fragmentos que como los trozos del vidrio
roto de la ventana de la cocina que aparece en uno de sus poemas: “se mantienen
en un equilibrio inestable / pueden lastimar / o quedarse inmóviles”. Y su
poesía explora con sobriedad porteña los bordes dentados del fragmento: “Los
restos tienen una fuerte atracción”, la recurrencia de lo que no está y sin
embargo persiste negado con inquietante intensidad: “Teresa está en algún lado
de la casa / y ya no dirá lo sabido / porque no espera en la puerta / como
siempre”.
La percepción tiene sus tiempos. Al mirar involuntariamente, poco antes de dormir o medio ya sumergiéndose en el sueño, se capta algo, de súbito y tan solo un instante: “Hay un momento/ que esa presencia / asoma prendida / por alguien / que entorna una puerta / estremecida y solitaria”. También en la morosidad del recién despierto aparece una mirada nueva que se detiene en la actitud de los muebles o el modo en que entra la luz a la habitación de siempre.
Soñadores,
insomnes, locos, videntes y alucinados
pueblan la poesía de Quiroga. “Qué ve que nosotros no vemos”, es el
primer verso de uno de los poemas. En lo
no dicho, lo presentido, lo sospechado, lo silenciado parece haber algo más
significativo que cualquier afirmación directa pero esa huidiza verdad solo
permite ser entrevista, rodeada.
El pasado irreal efectúa también
un asedio poético de los espacios, privados y públicos, íntimos y compartidos
así como de las fronteras más o menos borrosas que los separan. Hay una
exploración recurrente de los lugares, la ciudad, las calles, la casa, la
habitación. Desplazarse por la vereda es como pensar, hablar o escribir. A
veces se camina sin sentido como quien divaga pero también se toma contacto con
el afuera, con los otros a los que se observa y registra. En algunos textos las
individualidades se diluyen en un conjunto de siluetas: “se aglomeran en la
calle estrecha/ todo tipo de vagos”. Pero de vez en cuando alguien recibe una luz
cenital que lo vuelve personaje, una nena que juega sola, un anciano que se
protege del sol. Hay algo de Van Gogh en el modo en que son retratados esos
seres, por las pinceladas espesas pero también por la capacidad de entrever y
mostrar su pulso interior. Alcanzan dos palabras para definir a un personaje,
“maestro insólito”, por ejemplo.
Hace
siglos un poeta español afirmó que ante la fugacidad del tiempo, si juzgamos
sabiamente, “daremos lo no venido por pasado”. La poesía de Quiroga lejos de ver pasado en el futuro, encuentra
en lo vivido, a través de los diferentes modos del recuerdo y del olvido pero
también en la rica diversidad de miradas posibles, desde el registro objetivo
al delirio, un material que relampaguea iluminando lo sentido, lo vivido y lo
posible.
Tomado de: Escritos en las mangas