Cuando nos encontrábamos en el edificio de la esquina de Billinghurst y Tucumán
siempre nuestros recuerdos nos llevaban a tiempos lejanos de la juventud y a
circunstancias que vivimos en común. Fuimos cambiando: hijos, exilios,
aventuras, distancias, pero en el fondo éramos los mismos.
Germán mantuvo inalterable una forma peculiar e irrepetible de humor entre
incisivo y ocurrente, se reía de los demás, de todos, y lentamente conducía la
situación, la lógica, lo vivido, inventando un absurdo desopilante con la cual
intentaba el hecho que se debía pensar todo de nuevo, y poner en discusión lo
que parecía evidente.
Claro que el objetivo estaba dirigido al ocasional interlocutor, lo que
producía un mareo que él sorteaba con una sonrisa cómplice como si estuviese
razonando, y fuera el otro y no él el involucrado. Todo terminaba en mutua
aceptación.
Leer y escribir literatura fue su pasión desde la adolescencia. El lector voraz
en que se convirtió lo transformó en un buscador de sentidos. Por lo que pronto
transformó su imagen de rebelde en un intelectual en entender al mundo convulsionado
que le tocó vivir, con una forma de ver peculiar e irreverente. Fue de esa
manera, por decisión propia, y se hizo así de una manera de una voluntad
incontrolable. El camino que tomó fue muy suyo y nadie lo podía prever.
Su novela inicial, Nanina, que
escribió dos o tres veces en distintas versiones, fue autobiográfica y de
ruptura, traía una forma nueva que podemos enunciar LITERAL.
Ahí se
decían cosas no dichas, que inauguraban una forma de concebir a nuestra
literatura y que tuvo en Germán un propulsor y un teórico de su propio gesto
literario. Este se postulaba como una interrogación.
Germán publicó Nanina a los
veintitrés años, y se puede decir que rápidamente pasó a ser otra persona.
Recuerdo el tiempo y la vida en aquellos años.
Germán deambulaba por la ciudad, escribía continuamente y leía sus relatos y
fragmentos de la novela, ante incrédulos parroquianos, sorprendidos por su
efusividad.
El texto se iba escribiendo, las cartillas se pasaban a máquina en una vieja
casa en donde anclábamos en la calle Gorriti.
La pensión (Uruguay y Corrientes) y la librería “Faustito” y los cafés
consistían en espacios donde se debatía la contundencia que debía tener la
literatura.
Después vinieron hechos sociales y políticos que conmovieron el país. Años de
lucha contra el autoritarismo.
Germán a partir de su experiencia e inteligencia leyó a esos acontecimientos en
soledad, pero con enormes angustias.
De alguna manera interpretaba con humor todo eso, en parte tenía razón y
comprendía el significado de ellos convulsivamente.
Su perspectiva era satírica y en esos momentos eufóricos de nuestra historia
social y política (que tenían tantos altibajos) la mirada de Germán siendo muy crítica apuntó
a la farsa que se estaba desarrollando conservando una distancia provocativa y
divertida.
Esa dimensión preveía el humor y remarcaba su polémica con la época histórica
que le tocó vivir.
Como si fuera un exilado que miraba lejos ante las estridencias de una
verdadera pesadilla. Ese humor punzante lo mantuvo despierto y no se dejó
engañar respecto de la significación de
lo que estaba ocurriendo. Su inteligencia se ponía a prueba ante el fragor de
los hechos, que no eran tan reales sino míticos. La idea de la revista Literal la pensó como un proyecto de
largo alcance que de alguna manera tenía mucho sentido. Una voz disonante,
risueña, que recogía toda una tradición oculta (Macedonio, Gombrowicz) lo no
dicho, la exaltación. Lo onírico de la situación, la lingüística, la escritura
dislocada y fragmentaria, el barroco, todas las formas posibles.
La literatura como oposición y estilo
personal.
Germán dictaminaba en los bares y cafés de la calle Corrientes, donde se
escribía y se debatía los misterios
indebidos e insidiosos. Germán en esta efímera publicación (tres números dobles
tamaño libro) se entusiasmaba pasionalmente, era su aventura, y lo seguía un
pequeño grupo de compinches.
Macedonio Fernández, la escritura en objeto
y Gombrowicz, el estilo y la heráldica
constituyen ensayos que son resultado de esa experiencia, de pensar, diseñar y
de discutir. Este era el verdadero legado de la revista.
Paralelamente Germán fue consolidando una narrativa novelística que siempre
busca desentrañar la trama que la convoca (Nanina,
Parte de la fuga, Perdidos hasta Plaza Miserere) se puede decir que hay varias vías de acceso para
llegar a la construcción de su relato. Invadía y conquistaban con la
manifestación de su agudeza. Se plantea
con su discurso desmesurado ante cualquier grupo de personas y se imponía
porque evidentemente explicaba con sus palabras algo no convencional, que
desorientaba pero que hacía pensar las cosas con una lógica muy particular.
Se entretenía con la gente demostrando que su interés podía ser insaciable.
Se lo conoce además como psicoanalista, y en ese campo fue muy destacado.
Al estudio de la obra de Freud y de Lacan dedicó mucho tiempo y fue montando un
complejo sistema de lecturas que era
parte de su formación y de las herramientas que comportaban una cosmovisión del
mundo y de los hombres. Nunca fue esquemático y trató de reflexionar
intensamente sobre las cuestiones de vida, que lo invitaban a intervenir e
interpretar.
Sus colegas y pacientes pueden atestiguar que todo su bagaje estaba a
disposición del otro. Nunca fue indiferente.
Trabajaba últimamente durante interminables horas de concentración, clínica y
estudio, mantenía su mente atenta a los sucesos que vivían las personas.
Germán quizás significó para aquellos amigos que lo conocieron, la existencia
de una entrañable presencia.
Germán García, sujeto impredecible y astuto, no debe ser mitificado porque su
figura necesita pensarse en su exacto rigor.
La frecuencia era su modo y siempre lo consideré como el tipo que poseía una
inteligencia desbordada.
Su amistad, está ligada con mi propia historia y algo de mi asombro se fue con
él.
Germán puede verse en su gesticulación tan expresiva como irreverente.
Al parecer no se rendía ante los sentimentalismos, sin embargo, lo vi frente a
experiencias de vida que desmentían esa seguridad.
Germán García como intelectual, escritor y psicoanalista fue protagonista
principal de las iniciativas más productivas de las últimas décadas.