Los
cuerpos permanecen en sus bolsas transparentes. Los cuerpos embolsados unos
sobre otros, apilados en la vereda. Ni del todo muertos ni del todo vivos.
Todavía es posible ver a través de las bolsas los estertores de los cuerpos
antes de sucumbir. Detrás de los cuerpos apilados en la vereda, pueden verse
tras las ventanas y las puertas, las habitaciones donde los cuerpos reposan.
Los cuerpos ocupan literas cuyos cubículos solo pueden verse desde el exterior.
De allí cada cuerpo es retirado y llevado a la mesa de operaciones. Cada cuerpo
es tratado con gran delicadeza y profesionalismo por los especialistas. Cada
cuerpo es retirado de su litera donde yace y con palabras de aliento son
trasladados a la mesa de operaciones. Una vez que los cuerpos son depositados
con dedicación, se los cubre con una sábana blanca impecable. Los profesionales
encargados del traslado se retiran. El cuerpo ha quedado inundado por la luz.
Las
luces de la mesa de operaciones poseen dispositivos para iluminar cada cuerpo
en todo su volumen. La mesa de operaciones es un espacio sin sombras. Cualquier
sombra, por ínfima que surgiera, pondría en serios riesgos a las operaciones a
realizarse. El cuerpo debidamente puesto en la mesa de operaciones debe ser
iluminado en su totalidad. Cuerpo envuelto en luz. Cada pliegue, cada orificio,
iluminado. Cada vellosidad, cada protuberancia, iluminada. Cada cavernosidad,
cada arteria, iluminada. En el espacio de la mesa de operaciones, la sombra brilla
por su ausencia. En el espacio de la mesa de operaciones, la sombra es la
verdadera enfermedad a extinguir.
La
primera extracción quirúrgica del cuerpo es la sombra. El cuerpo sumergido en
la luminosidad carga con su sombra. La sombra inexistente adosada al cuerpo. La
sombra es parte del cuerpo. Este diagnóstico justifica con creces la
intervención quirúrgica de la luz. Es absolutamente necesario que el cuerpo
exude hasta el último resquicio de sombra. Una vez que esto es contabilizado,
registrado por tomógrafos especiales que penden del techo, empotrados en las
paredes y en el piso de la sala de operaciones, estamos en condiciones de
esperar la entrada del anestesista.
El
anestesista es el primer cuerpo con nombre. Sin lugar a dudas, el anestesista
es el personaje central de las operaciones sobre los cuerpos diagnosticados.
Una condición sine qua non para
ejercer esta función es que un anestesista nunca, por ningún motivo, interno o
externo a su función, haya sido anestesiado. El anestesista debe ignorar
absolutamente los efectos sobre sí de la anestesia que aplica. Antes de cada
intervención, el anestesista debe ser escaneado hasta cerciorarnos que su
cuerpo no registra ninguna partícula de anestesia. Un anestesista anestesiado
es una tautología que la mesa de operaciones rechaza de plano. Un anestesista
anestesiado es una falla ética con consecuencias inverosímiles. Las contadas
veces que esta desgracia tuvo lugar, contadas con los dedos de una mano, la
indignación convocó multitudes de cuerpos. Única motivación para la
movilización de los cuerpos registrada en la mesa de operaciones. Cada cuerpo
tiene asignado por cartilla un anestesista y al respecto, no hay derecho a
réplica.
La
elección de los anestesistas requiere del ojo clínico. Los anestesistas son
elegidos entre los cuerpos capaces de la más estricta abstinencia. Cuerpos que
demanden apenas lo necesario. Cuerpos cuya interacción con su medio se reduce
al mínimo indispensable. De estos cuerpos con apariencia de subsistir por sí
mismos, serán seleccionados los anestesistas. En la escala de los cuerpos, el
anestesista tiene un lugar privilegiado, resultado de su profundo ascetismo. El
anestesista es la encarnación más acabada del justo medio aristotélico. El
sueño, el anhelo de innumerables generaciones de moralistas, alcanzó por fin su
realización en el cuerpo presente del anestesista. La veneración por el cuerpo
del anestesista no tiene límites aunque sí fundamentos. Se ha registrado en una
ocasión el asesinato de un anestesista, quien fue devorado parte por parte, a
lo largo de un año bisiesto, por otro cuerpo. Este único caso, luego de ser
juzgado y sentenciado a la desaparición, sirvió de escarmiento.
Anestesista
es un ser desapasionado. Ninguna pasión debe guiar su proceder. El anestesista
no se reproduce. No es necesario prohibirle lo que en tiempos remotos se
conoció como comercio sexual, puesto
que la abstinencia del cuerpo impide el mecanismo reproductivo. El anestesista
se produce. La producción de un anestesista es un acontecimiento cultural.
Nadie nace anestesista. De ser así, la simple decodificación genética nos daría
la cepa correspondiente para reproducirlo. La producción de un anestesista es
anunciado en el Boletín Oficial y es motivo de festejos por parte de los
cuerpos, inducidos por diversas anestesias.
La
entrada del anestesista a la sala de operaciones es precedida por un silencio
solemne. El anestesista es la gran estrella de la sala de operaciones. Las operaciones
únicamente sirven para llenar planillas de estadísticas. Si hablamos de arte, el
verdadero artista es el anestesista. A él se entregan los cuerpos con la más
absoluta confianza. Este ponerse en manos
de, posee un nutrido historial clínico. Quedan registros de sociedades
reaccionarias que buscaron, a través de subterfugios retóricos y/o dialécticos,
equivalentes sucedáneos al anestesista en personajes conocidos como hombres de fe, en ocasiones denominados sacerdotes. Los más progresistas, los
han querido ligar a los antiguos médicos.
Lo cierto es que ya no existen ni hombres, ni fe, ni médicos. Nombres, títulos,
creencias, ciencias, han quedado definitivamente sepultados tras el salto. Tras
el salto han sobrevenido los cuerpos. Hoy por hoy, los cuerpos encuentran sus
operaciones. Mediante un trámite de una sencillez desconcertante, cada cuerpo
tiene acceso a un anestesista asignado por cartilla. Una gota de sangre del
cuerpo le alcanza al anestesista para elegir la anestesia adecuada. Gran parte
de la eficacia del anestesista se define en esta elección, llevada a cabo bajo
condiciones de extrema concentración. El anestesista dispone de una gran
variedad de substancias. Para ello, se apoya en la profunda sabiduría de los
nosógrafos. El salto nos permitió pasar (nuestro pase civilizatorio) de la sofia antigua a la verdadera sabiduría. Con
la nosología hemos llegado a la verdadera transparencia. La tan ansiada
transparencia, que supo tener en la antigüedad defensores acérrimos,
extraviados creyentes en el decir-todo
como progreso humano, algunos tipos particulares de engendros libertarios y
anarquistas, solo fue realizada a partir del salto. La nosología ha logrado
determinar el mapa administrado de los cuerpos. Cada cuerpo puede ser
descompuesto en cada una de sus partes, sistemas, órganos, células,
mitocondrias, hormonas, humores, neuronas y demás. La nosología ha logrado
derribar el último bastión tras el cual se atrincheraban los ocultistas,
reservorio viral de lo mental. Los
ocultistas nos corrían con eso del uno
por uno. Pero la tienen adentro. La nosografía logró el auténtico uno por
uno. Cada cuerpo es único e irrepetible. A cada cuerpo su anestesia. El salto
nos permitió dejar atrás tanto la sofía
antigua como lo mental. No se confundan. Esto no fue consecuencia de un plan
determinado. Hubo un salto. Si hay salto hay acontecimiento. ¿No era lo que
esperábamos? ¿Queríamos un mundo nuevo? ¡Esto es nuevo!
El
anestesista. Cada cuerpo con su anestesista correspondiente. La anestesia es el
acontecimiento. A cada cuerpo su anestesista asignado por cartilla. Cada cuerpo
espera la operación en su litera. La operación puede ser exitosa o fallida.
Luego de una operación exitosa los cuerpos quedan a disposición. Las
operaciones fallidas producen residuos, en general, eliminables. Otra gran
parte del arte anestesista reside en que
los cuerpos que producen las operaciones fallidas bajo ningún punto de vista
tengan registro de las mismas. La hecatombe, la catástrofe, sería que un cuerpo
tuviese algún registro de ser producto de una operación fallida. Una vez pasó.
El arte del anestesista es que sean cuales fuesen las consecuencias de cada
operación, el cuerpo, no deberá sentir (vivenciar
es un término de la antigüedad). No importa qué. El cuerpo no debe sentir nada.
Durante
un tiempo, quizás haya sido una temporada estival, quizás carnaval, quisimos
denominar el acto del anestesista como aplanamiento.
Pudimos situar que se trataba de resabios de hábitos antiguos, peregrinaciones
peligrosas hacia un pasado de definiciones ontológicas. Desde entonces, hemos
procurado dejar al anestesista por fuera de cualquier definición. El
anestesista es un ser en el mundo cuya función requiere una concentración, una
solvencia ética que no lo distraiga de su acto, una conquista de sí que le
permita acceder cual autopista orgánica a lo incalculable de su hacer. Un
cuerpo envuelto en la refulgente luminosidad de la sala de operaciones,
sumergido en los vahos refractados de la más pura claridad hasta hoy alcanzada
en el cénit del único saber verdadero, es lo más cercano, lo más próximo, la
proximidad más íntima que un cuerpo puede tener al origen de su creación. El
anestesista cumple así una función suprema, llevando al fundamento fundamental
a cada cuerpo. Un límite implacable al dolor. Ni malestar por baja tensión ni
por eyaculaciones de alta tensión. Digamos, para que el sentido común no se
sienta abochornado: un estabilizador de tensiones. El anestesista sabe qué
necesita cada cuerpo para estabilizar sus funciones naturales. Y puesto que hasta la fecha, la naturaleza se ha empeñado en su error, no nos ha quedado otro
remedio que corregirla. No hemos utilizado adrede la palabra remedio. Es una palabra antigua que
anticipaba nuestro salto. Remedios al alcance de la mano. Hay experiencias que
no deben congraciarse rápidamente con el azar. El anestesista es un producto
del azar contra el azar mismo. Nunca se ha registrado que de un anestesista
nazca, por así decirlo, otro anestesista. Pretender eso sería una falacia
ortogenética. El anestesista es un producto del azar, ninguna medida de control
influye en su producción, como la de cualquier otro cuerpo, en la sala de
operaciones.
Como
ya dijimos, a medida que evoluciona (¡qué antigüedad!) el cuerpo, se comenzará
a observar si tiene pasta de
anestesista. Como ya dijimos, si presenta los signos de abstinencias suficientes
y necesarias pasa a proyecto de
anestesista. El camino es largo, imposible. Hubo un tiempo perdido en los
tiempos de los tiempos que algo denominado humanidad
buscó un tipo, un primer tipo, al que denominaron embrión. Selección, cálculo genético. Manipulaciones, a la cacería
del azar. Tanto mangrullar frente al dolor de existir… A ningún cuerpo le pesa
la formidable reducción a la que hemos arribado, luego del salto. La sala de
operaciones es la excelencia más alta de
simplicidad adquirida a partir del refinamiento de la luz. El camino hacia la
esencialidad de la luz ha sido la traza paralela a la producción del
anestesista. Pero esta simultaneidad, dialéctica en algunos tramos de su
vencida historia, acontecimiento en tiempos remotos, se nos ha develado en el
opíparo instante de su fortuna. En el evidentísimo deterioro de las masas secas
por la objetividad, destellaron agónicas, las hebras de un futuro perfecto.
Las
operaciones son ejecutadas en salas perfectamente iluminadas. Los cuerpos, una
vez retirados de sus literas, son conducidos a la mesa de operaciones. Cada
cuerpo cuenta con un anestesista asignado por cartilla. Ningún azar interviene
al respecto. Cada cuerpo tiene derecho a una A.U.A (Asignación Universal de
Anestesia). Derecho universal inviolable. Los cuerpos sumergidos en la luz.
Cuerpos deshabitados de sombras. El cuerpo específico, sin resabios. Los
cuerpos pierden la gravedad terrenal. Los cuerpos esperan en sus literas.
Algunos críticos, aún subsisten, han llegado a comparar nuestras operaciones a
los antediluvianos criaderos de pollos.
Esta práctica consistía en someter a esta especie gallinácea extinguida hace
siglos, a un crecimiento desmesurado a base de hormonas, que se demostraron
cancerígenas, y a una iluminación artificial obsoleta. Lo que estos críticos,
fanáticos de un historizar francamente superado, no han llegado a entender es que la luz que inunda los
cuerpos no tiene nada de artificial. No quedan huellas sobre las cuales montar
una diferencia entre lo natural y lo artificial. Todavía quedan extractos
orgánicos de aquellas batallas que algunos osados calificaron de éticas. Batallas éticas entre defensores
de lo natural y las vanguardias remotas de la ciencia. Lo natural es un bello
relato, como alguna vez lo fue el progreso. Naturaleza es un arcaísmo que ya no
utilizamos. La luz que baña los cuerpos es la única luz posible. Luz que
asciende y desciende. Luz que atraviesa y penetra los cuerpos. Los cuerpos
sostenidos en la luz. Los cuerpos mismados en la luz. Algunos visionarios
hablaron de transparencia.
Desconocemos las causas de porqué aquellas visiones llevaban por nombre ensayos y eran utilizados para alcanzar
ciertas metas o grados en establecimientos universitarios.
Destellos.
Son los que nos llegan del pasado y del futuro. Una excesiva porción de tiempo
fue engullida por esta absurda fragmentación. ¿Cómo habrá sido la vida de un
cuerpo teniendo que lidiar con un pasado, un presente y un futuro? Tomar la
falla como estructura termina siendo el obstáculo más absurdo. Uno tras otro, y
el orden endemoniado de las sucesiones. Hormigas arrastrando una tras otra
pequeños eslabones de temporalidad, una tras otra recostada en el ensueño
palpitante de lo impensado. Escalar el peldaño desbarrancándose. Dicen que en
aquel entonces, hasta unos seres inferiores llamados niños se daban cuenta. Pasado, presente, futuro, eso ya no existe.
Los tiempos de búsqueda son tortuosos. Dicen que la Edad Media duró milenios.
Dicen que inventaron nombres a lo pavote, en la ilusión de la superación. Todo eso nos ha provocado
una descomunal arcada.
Cada
cuerpo espera en su litera. Es un modo de decir que esperan en sus lugares.
Esperan las operaciones en un presente
continuo, por así decirlo, como la luz que sostiene los cuerpos. Al fin y
al cabo, este ha sido el verdadero acontecimiento. El verdadero, el único que
ha merecido de cabo a rabo nominarse acontecimiento, ha sido este: la luz. El
acontecimiento de la anestesia y la luz. La anestesia es luz y la luz es
anestesia. La anestesia es el envés de la luz. La luz es el envés de la
anestesia. La anestesia luz. La luz anestesia. Dislocación del relato bíblico.
Realización del verdadero origen: los cuerpos iluminados en su anestesiada
realidad. Cuerpos reales: realmente destellados. Cuerpos inmolados por la luz.
El acontecimiento lumínico escabiándose lo obscuro. Las operaciones
persiguiendo, hacha y tiza, las sombras. Las operaciones producen cuerpos
lumínicos. Las operaciones buscan el éxtasis lumínico de los cuerpos.
Las
operaciones fallidas reposan en la vereda, dentro de sus bolsas los cuerpos aún
drenan líquidos. Cuerpos ni vivos ni muertos, en ese presente continuo que
sostiene los cuerpos en un estado neutral,
entre la vida exquisita de la anestesia y la consumación. A condición que los
cuerpos no retengan, no registren ninguna experiencia de su pasaje por la sala
de operaciones. Como ya lo dijimos, de suceder esto, un enorme retroceso se
verificaría, un paso atrás sin precedentes.
Cada
cuerpo permanece en su litera. Después de atravesar la Gran Noche del Mundo a pura vislumbre. Después de atravesar el
puente desde el interior de un hospital
desembocando en una calle: en una dirección calle de tierra que se internaba en
el campo, en otra dirección hacia el pueblo. Mientras caminaba, en el interior
de una casa en construcción, vi la sala de operaciones y amontonados en la
vereda, bolsas de plástico, y en su interior los cuerpos, los productos de las
operaciones fallidas. Los cuerpos tenían cortes pero no sangraban. Las bolsas
contenían cuerpos y líquidos orgánicos, humanos, sueros tornasolados de rojo y
amarillo orín. Los cuerpos embolsados apilados uno sobre otros en largas
hileras sobre la vereda. Los cuerpos no están muertos pero tampoco podemos
afirmar que viven. Las operaciones fallidas producen cuerpos que permanecen en
ese limbo insensible. Las operaciones fallidas producen cuerpos como zonas
intermedias entre la vida y la muerte. No es posible afirmar que existan, pero
tampoco que no existan. Lo que sí parece definitivo es su dramática (por expresarlo de algún modo) expulsión del mundo de los
vivos, si tal cosa existiera. De lo que no cabe duda es que las operaciones
fallidas producen cuerpos fuera de la existencia. Cuerpos reducidos a sus
bolsas, a sí mismos.
Las
expresiones de los cuerpos en sus bolsas varían desde el rictus rígido de la
retención al alivio consternado de la despedida, del dolorido sofrenar de un
recuerdo que se ha abierto camino desde lo más profundo hasta la mueca de la
sonrisa idiota del que se abandona a la sabiduría del anestesista. Cuerpos sin
existencia reposan unos sobre otros, apilados en sus bolsas. La altura de las
pilas de cuerpos nunca superan los 2 metros, de lo contrario las bolsas se
deslizan y desbarrancan. El apilamiento evoca un depósito orgánico. Bolsas
transparentes cuya resistencia asombrosa impiden que los líquidos surgentes se
derramen o se perciba olor nauseabundo alguno. La presencia de los cuerpos ha
quedado definitivamente suspendida al primogénito sentido de la visión. Un
hecho fáctico absoluto es que la única prueba real de la presencia de un cuerpo
es su visibilidad. No hay olor que nos anuncie su cercanía, ni tacto que
despierte escozor, ni voz que evoque algún llamado. La eficacia, tanto de la
anestesia como de su brazo ejecutor, el anestesista, es haber reducido los
sentidos al único de la visión. Los cuerpos en sus bolsas solo existen si los
vemos. Si no los vemos en sus literas o en sus geométricos apilamientos, no
existen.
Cada
cuerpo embolsado anestesiado en su mismidad. Cada cuerpo embolsado ignora
ferozmente la existencia de otro cuerpo embolsado. Tal vez lleguemos a tomar
dimensión del gran logro del anestesista, a pesar de algunas resistencias. Para
ser absolutamente objetivos, como este informe lo requiere, debemos hacer mención de una cepa de
nostálgicos. Los anestesistas están trabajando en eso. Los nostálgicos son
difíciles de erradicar. Les llegará su turno y decantarán. A cada chancho su
San Martín. Cada cuerpo en su bolsa. El anestesista recorre la sala de
operaciones, recoge los signos vitales de los cuerpos y aplica la dosis
necesaria. Hasta cuando deberemos seguir imprimiendo estos folletines berretas
para informar de una vez por todas lo que está a la vista de todos: hemos
neutralizado el dolor. Cada cuerpo en su litera. Los cuerpos permanecen en sus
bolsas.
Chacabuco/Avellaneda
Julio/Diciembre 2014